Alto_horno_antiguo_Sestao– Imagen: Wikipedia

En España es habitual decir que la cultura en general y el libro en particular recibe menos subvenciones de las que debería. No es rara la comparación con otros sectores como el del automóvil aduciendo que recibe muchos más recursos sin mencionar que reporta muchos más ingresos. Muchos creen que el libro está poco protegido; más allá de si eso es cierto, debemos empezar a preguntarnos para qué debemos proteger el libro como industria.

Esta semana Manuel Gil aludía a la diferencia de trato que la Ley del Impuesto de Sociedades 27/2014 ofrece al libro y al cine desde su modificación en enero del presente año. Dice Gil:

Hasta ese momento [enero de 2015] la industria editorial podía desgravarse el 5% por inversiones realizadas en la producción de libros (inversión cultural), sin embargo esa misma Ley permite a la industria cinematográfica una desgravación hasta del 20%.

Y añade una valoración que me parece útil e interesante para el debate:

¿Quiere esto decir que me parezca mal? Muy al contrario, entiendo que una protección de la inversión en nuestro cine es altamente positiva, pero ¿y la industria editorial por qué no? De todos es sabido que la única industria cultural que puede todavía presumir de una balanza comercial altamente positiva es el libro.

A mi también me parece que una protección de la inversión, ya sea en cine, en libros o cualquier otra industria estratégica es altamente positiva. En lo que no estoy de acuerdo es en cómo entiende la Ley dicha protección.

Contexto

Es cierto que la balanza comercial del libro es altamente positiva pero también que, tal como el propio Manuel Gil muestra en su artículo, las ventas al exterior se van recortando cada año que pasa. Dicha ventaja no depende de la eficiencia, productividad y competitividad de la propia industria sino de circunstancias internacionales que están cambiando a gran velocidad y que ésta no controla.

El gran mercado ‘natural’ del libro en castellano siempre ha sido América Latina. A excepción de México y Argentina, los países latinoamericanos descuidaron sus industrias editoriales por cuestiones relacionadas con la economía y el desarrollo; cuando no recibían la visita de unos locuaces chicos de Chicago solían tener otras prioridades. Los grandes y medianos grupos españoles pudieron implantarse en todos esos países sin encontrar apenas oposición: ésta no existía o era despreciable, es decir, se pudo comprar fácilmente. Su implantación hizo muy difícil el crecimiento posterior de industrias nativas de cierto porte.

Ahora es España la que atraviesa una crisis económica de la que ya veremos cómo y cuándo sale, y una crisis del libro a cuyas tribulaciones no se les ve el fin. Mientras tanto muchos de los países de América Latina crecen a ritmos cercanos al 5% y empiezan a desarrollar, mediante estímulos directos e indirectos, sus propias industrias del libro; cada año publican más títulos. Por si dicho cambio de tendencia no supusiera un desafío, la digitalización ha eliminado o atenuado muchas barreras de entrada; los editores latinoamericanos podrán superar sus históricas grandes dificultades para exportar libros mientras los grandes y medianos grupos anglosajones lo tendrán también mucho más fácil para editar en castellano y entrar directamente en esos mercados.

Resumiendo, la industria española del libro ha gozado de una situación de dominio del mercado en castellano basada en circunstancias que no controlaba. No se ha preocupado de mejorar la productividad ni la eficiencia en términos industriales ni comerciales. No se ha preocupado de que los precios de exportación a América Latina tuvieran sentido en aquellas economías. Se parece mucho a una economía colonial: productos de bajo valor añadido destinados a enormes mercados cautivos –recuerden que les mandábamos las sobras– y productos caros para una reducida élite.

El mercado latinoamericano es cada vez menos cautivo y ya no se conforma con productos de bajo valor añadido. Por eso la industria editorial española corre el riesgo de perder ese mercado.

Una industria del libro muy protegida

Hasta la modificación del artículo 36 de la Ley del Impuesto de Sociedades la deducción era aplicable a la inversión para la producción de libros. No era una deducción por la inversión en investigación y desarrollo –contenida en el artículo 35 de la citada Ley y de aplicación a cualquier empresa y producto– sino por la mera producción de libros; se contribuía al sostenimiento de una industria ineficiente mediante deducciones fiscales.

El libro de papel, en España, ya estaba –y sigue estando– fuertemente subvencionado por vía fiscal mediante un IVA del 4% con el que el sector se ha beneficiado de unos márgenes mayores. La oferta siempre tiende a igualar el precio que la demanda está dispuesta a pagar y no es cierto que el libro sea más barato porque su IVA sea mucho más bajo. Ahora el IVA normal está en el 21% que es como decir que la producción y venta de libros de papel está subvencionada en 17 puntos, la diferencia entre el 4% aplicable al libro y el 21%. Si el IVA del libro de papel fuera del 21% la rentabilidad por libro vendido sería sensiblemente menor. El monto total de esta subvención indirecta es colosal.

Otra protección de la que ha gozado la industria editorial española es el precio fijo. El editor fija un PVP que luego sólo podrá ser modificado un 5%, rebaja que deberá asumir el librero. Dicen que el precio fijo protege a los pequeños editores y libreros pero el efecto es igual para todos. En toda economía escalable como la del libro el precio fijo acaba beneficiando a los más grandes pues los márgenes internos, aunque algo más protegidos que en un escenario de precio libre, no son fijos.

La fiscalidad del libro ha ido destinada a sostener la producción de una industria ineficiente, poco productiva y de precios rígidos porque los mercados interiores y exteriores toleraban este tipo de cosas. Pero este mundo llega a su fin no porque se acabe el IVA reducido ni el precio fijo sino porque el mercado interior se ha hundido y el mercado exterior está cambiando.

Digitalización a ultranza: los estímulos fiscales deben incentivar una industria competitiva

Ninguna política fiscal es neutra ni tiene lugar en el vacío. Si apoyamos una industria ineficiente estamos abortando su reconversión. Las reconversiones de los años ochenta fueron traumáticas porque durante las décadas anteriores se pudrieron industrias enteras a la sombra de fuertes aranceles y subvenciones.

Por suerte, aunque muy tocada, nuestra industria del libro todavía no está herida de muerte. Estamos a tiempo de decidir si estimulamos su reconversión para que pueda sobrevivir y prosperar en el nuevo contexto interno y externo, o nos conformamos con subvencionar la mera producción resignándonos a una muerte lenta pero segura.

Cada vez que veo a un responsable institucional del libro alegrarse por el –aparente– estancamiento de las ventas digitales veo un demente que celebra las dificultades del único subsector que puede sacarle del atolladero. La reconversión del libro español pasa por la digitalización a ultranza; no la mera conversión de títulos ni la traslación de ‘lo del papel’ a ‘lo digital’. Digitalizar la cadena de valor implica que esta se convierta en red de valor, repensar el libro desde la base, entender el comportamiento digital de los nuevos y no tan nuevos consumidores, el contexto de competencia por la atención, las diferentes ventanas de lectura que superan la dicotomía entre papel y digital, el derrumbe de las antiguas barreras de entrada a un sector cada vez más tecnológico y un largo etcétera. Y nada de esto es opcional.

La digitalización a ultranza exige que el propio sector empuje a los lectores a digitalizarse y no al revés. Implica ir desenchufando las imprentas, ir aparcando las furgonetas y retirando paulatinamente muchos de los títulos de papel de las librerías. Implica destinar todos los esfuerzos, deducciones fiscales incluidas, a la reconversión industrial con el objetivo de ser una industria editorial realmente puntera a quien no afectará ningún tipo de deslocalización porque será capaz de actuar en cualquier mercado del mundo, en el idioma que sea necesario.

No confío demasiado en que nada de esto suceda, al menos no de forma proactiva, impulsada por las Administraciones Públicas, los líderes del sector –los que queden en pie– y las principales instituciones del libro (FGEE, CEGAL, FANDE…). Ellos están a otra cosa y no van a dedicar, al menos a corto plazo –el único del que disponemos– los esfuerzos necesarios para la reconversión digital del sector. Mientras tanto perderemos nuestro gran mercado. Al tiempo.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. […] Fuente original: La industria española del libro y sus deducciones fiscales (1) | verba volant, scripta manent. […]

  2. […] – Imagen: Wikipedia – En España es habitual decir que la cultura en general y el libro en particular recibe menos subvenciones de las que debería. No es rara la comparación con otros sectores como …  […]

  3. […] Excelente artículo de Bernat Ruiz, del que tomaré de ahora en adelante la expresión digitalización a ultranza: […]

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