FERNANDO VII

Comentaba en mi anterior artículo que hay lectores que se sienten cómodos con una literatura sencilla, arquetípica, sin grandes complejidades. Su abundancia también explica, en buena parte, la estructura de la cadena de valor del libro en España y la importancia que la literatura popular –también calificada como basura- tiene en nuestro país. De este tipo de lector comemos todos y eso es algo que pocos valoran en su justa y cruda medida.

Hace unos días el periodista Enric González dijo lo siguiente en una entrevista para el blog Revolcasmo –si no se han suscrito todavía, háganlo antes de seguir leyendo:

Esto que voy a decir es una auténtica grosería, pero es verdad. Lo peor del periodismo son los lectores. Son sectarios, ignorantes y sensacionalistas. Y tú tienes que venderles las noticias a ellos y ellos quieren que les des la razón. Que les des una noticia y les hagas sentir un poquito culpables…pero no mucho. Piden muchas cosas. Si el periodismo se hiciese en serio, habría que vender unos paquetes de cojones y la gente se los tendría que estudiar. Empezando por el sesgo ideológico. El lector tiene su ideología, hay cosas que ya no admite porque no encajan con su cosmovisión.

Hay en las palabras de González cierto fatalismo. Se da por sentado que el periodismo y especialmente los periódicos –los españoles, pero es un mal común a lo que entendemos por Occidente- empezaron a hundirse en el descrédito cuando los grupos de comunicación que los adquirieron les exigieron una rentabilidad que, como producto y modelo de negocio, no podían dar. Eso es cierto pero, con mucho, sólo explica la mitad del drama. La otra mitad es secular, casi diría que eterna; la otra mitad está hecha por el público y en España ese público es irremediablemente español. Enric González prosigue:

[…] sobre todo del español. Porque somos lo que somos. La prensa española es lo que es así mismo como su lector. España ha tenido una historia desgraciada. De modo que el lector es, al mismo tiempo, la solución y el problema. La solución porque sin lector no existes. El problema porque creo que en España no hay una masa crítica de lectores lo bastante curiosos y sin prejuicios como para mantener un buen periódico. No digo sin ideología, pero sí honesto y más o menos independiente. Periódicos como podrían ser The Financial Times, The New York Times o Le Monde en sus mejores momentos.

Donde dice prensa, léase edición y donde dice periódico escríbase editorial. Los ejemplos citados podrían equipararse a otros referentes editoriales tanto francófonos como anglosajones: en España no se edita mejor porque nuestra masa crítica de público culto es muy fina y tristemente reciente. No hacemos mejores libros porque no podemos, no porque no queramos, porque el talento sobra. No hace ni doscientos años que Fernando VII entraba en Madrid en un carro tirado por el populacho al grito de ¡Vivan las cadenas! Aunque en aquellos momentos los franceses también sufrían su siniestro revival borbónico, su exitosa Revolución había cambiado demasiadas cosas para que todo siguiera igual.

Sin lectores nada tiene sentido, González lo tiene claro y ese pragmatismo es el que debe permitirnos trabajar. Cada lugar tiene los lectores que tiene y son el resultado de su historia; por eso el trato que los españoles dispensan al libro es adecuado a la realidad del país. Por eso en España ni se lee mucho, ni se lee poco: se lee lo esperable dados el país, el paisanaje y sus circunstancias. Partiendo de esta realidad, lo que no funciona en la edición es culpa de la edición.

Bajo ese punto de vista, ¿lo peor de la edición son los lectores? Llevemos la pregunta al absurdo y veamos qué sucede: ¿lo peor de la oftalmología son los miopes? Cuando uno trabaja con seres humanos debe olvidarse de ideales platónicos, ideales que no resultan ni con lo inanimado. Cuando Johannes Kepler se convenció que la realidad se daba de hostias con su Misterium Cosmographicum no se retiró a lloriquear en un rincón; refinó las mediciones de Tycho Brahe y, en un alarde de coherencia y humildad intelectual, se bajó del burro y enunció las tres leyes que llevan su nombre y sobre las que Newton, más tarde, levantaría parte de su Ley de Gravitación Universal. Es decir: que si Kepler no se hubiera bajado del burro y hubiera optado por encajar a martillazos su elegante teoría con la prosaica realidad –cosa que hizo Claudio Ptolomeo, y su geocéntrico invento se sostuvo más de mil quinientos años- hubiéramos tardado un poco más en saber por qué se nos cae la gorra al tropezar.

No hay editor sin su lector ideal, ese que se deja guiar por su sabiduría pero a la vez es capaz de entender y aceptar la complejidad. La intelectualidad editorial parece agarrarse a ese platónico lector que no existe; ni siquiera los lectores cultos son así porque, acostumbrados a pensar por sí mismos, leen lo que les da la gana. Curiosa paradoja: el lector lerdo es gregario y responde razonablemente bien al marketing y a la industrialización del libro, mientras que el culto, tan deseado, piensa por sí mismo y es inasible. Quien sólo quiera editar lo que le guste, quien quiera editar para el lector ideal, deberá hacerlo en casa y en sus ratos libres. El resto, aquellos que tengan que ganarse la vida editando, deberán identificar un público, escucharlo, conocerlo, saber qué le gusta, ofrecerle un producto competente, ponerle un precio, añadirle un margen y ponerlo a la venta. Que el público sea culto o lerdo condicionará el tamaño del negocio, pero no le dará más o menos barniz cultureta al asunto.

Puede que los lectores sean lo peor de la literatura, pero sin ellos todo este tinglado no tiene ningún sentido. Necesitamos una aproximación desapasionada hacia el público. Necesitamos que muchos bajen del burro, que cambien su actitud intelectual hacia quien paga por leer. ¡Hay gente que paga por leer! Puede que sean lo peor pero, en primer lugar tengamos el tacto de no decírselo a la cara y, en segundo lugar, tengamos la inteligencia de dejar de pensarlo. Eso no cambiará la realidad, pero sí la actitud que tenemos hacia ella.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

4 Comments

  1. Exacto, el editor (y la gente en general) debe respetar al lector, con independencia de lo que este decida leer. Además, también deberíamos pararnos a pensar que si no existen más lectores cultos y exigentes es un poco por culpa de todos: de los hábitos lectores del país, de no saber contagiar el amor por la lectura en casa y en las escuelas, de hacer difícil esa transición de la literatura de entretenimiento a la literatura culta, de dar más importancia a las ciencias que a las letras… En fin, que nadie es “inculto” porque sí. Y de todas formas, no es ninguna obligación que la gente lea alta literatura. Cada uno tiene sus circunstancias y sus preferencias, y eso se debe respetar.

    Por otro lado, me gusta tu comentario acerca de la necesidad de ser prácticos y no obcecarse con los “ideales platónicos”. Me temo que la universidad, en este aspecto, hace un flaco favor a los futuros profesionales del sector: los acerca a un tipo de lecturas que es necesario que conozca para su formación cultural, pero estas, a su vez, les pueden llevar a menospreciar lo que lee el lector mayoritario e incluso a hacer que se sientan frustrados cuando tienen que editar libros “para las masas”. El eterno problema de que la enseñanza teórica se queda corta para formar a trabajadores.

    Quizá lo peor de todo es que los dos extremos, el culto y el popular, a menudo parecen irreconciliables, pero la historia de la literatura nos demuestra que siempre ha habido libros de buen nivel que, además, gustaban mucho a la mayoría. Creo que es importante tener esto presente, porque en este tipo de libros (fáciles de leer y adictivos, pero con más enjundia que la “literatura basura”) puede estar ese punto de encuentro que anime a unos a perder los prejuicios hacia lo comercial y a los otros a intentar subir peldaños en sus lecturas.

    Un abrazo.

  2. Al paso que vamos, para tener una idea de la suavidad del agua corriente y de su delicioso rumor, tendremos que refugiarnos en la literatura y leer en los poetas lo que han dicho de las fuentes.
    Josep Pla. (Las Horas)

  3. No deja de ser el eterno debate entre los Kinks de Ray Davies (Give the people what they want) y los Jam de Paul Welley en “Going Underground” (And the public wants what the public gets). Hacer que la gente desee leer literatura de cierta complejidad u originalidad empieza por que el sistema educativo ofrezca las claves culturales y las lecturas necesarias para poder interpretar, disfrutar y enriquecerse con esa literatura. Lo mismo vale seguramente para la música o la pintura. Convengo con Rusta en que el editor ha de leer de todo, ver más allá de lo que sea su especialidad y su trabajo, pero para leer según qué textos cualquiera se las apaña solo sin necesidad de un maestro o profesor.
    Quizá la función del editor de literatura que interpreta su labor como una labor cultural sea encontrar el camino para que los lectores compren y lean aquello que no saben que desean. Porque leer literatura es sexi.
    Por otro lado, alguien con los conocimientos musicales de Elvis Presley fue ampliamente despreciado por la élite musical y hoy se le acepta como el rey del rock. Así que hay espacio para todos un espacio para cada uno.

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