El pasado lunes, Manuel Gil, director de la Feria del Libro de Madrid y gran conocedor del sector del libro en España, publicó un excelente artículo en su blog en el que dijo algo que me hizo pensar:

Cuando leo la coletilla del “eslabón más débil” aplicado a las librerías pienso que se equivocan. Si nos referimos a “debilidad económico financiera” es correcto, pero si nos referimos a “posición competitiva” no lo acepto. En este tipo de situaciones las librerías tienen la sartén por el mango, pues tienen el control y acceso al cliente, por tanto, en este punto no hay debilidad si se sabe jugar las cartas.

Manuel tiene razón. Las librerías, las cadenas de librerías y los quioscos son el eslabón más débil desde el punto de vista económico pero ocupan un lugar muy fuerte porque, todavía hoy, es donde se venden alrededor del 56% de libros de papel en España (incluyendo el libro de texto; sin libro de texto la cifra sube al 67%). Los hábitos de compra de libros cambiarán —en Dosdoce han puesto en marcha una encuesta para saber cómo— pero las librerías que sobrevivan a esto seguirán vendiendo una parte significativa, aunque puede que ya no mayoritaria, de los libros.

El problema, en este caso, es la condición de que los libreros sepan jugar la cartas. Pero no saben jugar, como colectivo, porque sus estructuras no están pensadas para ello; no es que los libreros sean idiotas —no más que el resto de seres humanos— lo que sucede es que sus representantes no son lobistas ni están elegidos para presionar con su poder al resto de la cadena (su capacidad de presionar a las administraciones públicas ha quedado patente y no haremos más sangre con esto).

Eso genera un problema todavía mayor.

Que los libreros no sean capaces de unirse para sacar partido de su “posición competitiva” y esta sea solo aparente nos deja en una situación mucho más volátil porque cada librero tendrá que hacer la guerra por su cuenta. Lo que puede suceder —hay indicios de que ya sucede— es una cascada de impagos y devoluciones, la tormenta perfecta para cualquier distribuidor. Como la estructura gremial no controla ni coordina nada, los distribuidores no tendrán ningún gran interlocutor con el que hablar en serio y harán casi lo único que hacen en estos casos: cerrar el grifo y no mandar más libros a los libreros que no paguen. Puede que no al principio, pero a medio plazo no habrá otra opción. Y no les culpo.

Los libreros devuelven todo lo que pueden para no hundirse más, dejan de pagar para sobrevivir o porque ya no les queda dinero y los que van cerrando cavan un hoyo más grande y más profundo. Que los épicos mensajes de unas pocas librerías en redes sociales no les distraigan: las ventas de la mayoría han sido irrisorias en comparación con el año pasado. Incluso las pocas que han podido movilizar a sus comunidades —porque siempre las han trabajado bien— han vivido del entusiasmo de los irreductibles, pero eso se irá agotando. No podemos vivir del entusiasmo.

Si la respuesta de los distribuidores a los impagos de los libreros es dejar de servirles libros entraremos en un escenario de Destrucción Mutua Asegurada. No culpo a nadie de nada, hace dos meses que entramos en terra ignota, aquí hay dragones pero al Preste Juan no se le ve por ninguna parte. No sabemos qué daño puede sufrir la red de librerías hasta que el cierre de establecimientos afecte gravemente a la capilaridad. No sabemos qué grado de impagos pueden tolerar los distintos distribuidores antes de poner en peligro su misma existencia. No sabemos, según la cadena de impagos vaya subiendo, hasta qué punto los editores podrán aguantar, pero disponen de algo más de tiempo que los libreros y pueden adelgazar sus estructuras para aligerar gastos, algo que los libreros no pueden hacer, mientras, los que puedan, llegan a tiempo de cobrar los ICO.

Hasta cierto punto el editor, para sobrevivir, puede bajar su actividad y hacerse más pequeño. El librero no lo tiene tan fácil, sobre todo ese librero que ya estaba en los huesos estructurales y ya había contenido todos los gastos hasta lo indecible. Los distribuidores tampoco pueden encoger, de la noche a la mañana, los miles de metros cúbicos de almacenes y los costes que generan.

Ahora, a eso, hay que sumar el progresivo cambio de hábitos de consumo que traslada una porción mayor de las ventas a Internet. Esta crisis acelerará tendencias que ya estaban en marcha y agudizará unas contradicciones que pueden derivar, si no se hace nada, en una espiral en la que las soluciones a la crisis de unos son la puntilla para el resto, y viceversa. Los libreros son el eslabón débil porque son incapaces de sacar partido de su posición competitiva y, además, porque con sus devoluciones, impagos y cierres amenazan al resto del sector. Si editores y distribuidores les cerramos el grifo nos condenamos a una Destrucción Mutua Asegurada. Ignoramos, en cualquier caso, su magnitud, pero no deberíamos dudar del mecanismo.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

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  1. […] editores y distribuidores les cierran el grifo se condenan a una destrucción mutua asegurada” (Bernat Ruiz, 3 […]

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