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‘Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto’ / Fuente: Film Affinity

El pasado 23 de marzo el diario El Mundo publicaba un artículo de Matías Néspolo titulado ‘RBA: la editorial sin editores’ en el que informaba de la salida de Manel Martos y Clara Sabrià del grupo editorial barcelonés. El fragmento más destacable del artículo dice así:

La ausencia de declaraciones de los implicados presupone una salida, aunque puede que negociada, no voluntaria. Y todo indica que responde a una larga estrategia empresarial que comenzó con Oriol Castanys, ex director general de la división de libros de RBA […]. Le siguió Anik Lapointe en 2014 (hoy Salamandra), […] En 2015 salió el director editorial Joaquim Palau […]. Y ahora le toca el turno a los últimos resistentes: Martos, con diez años en la casa (antes Península y Edicions 62) que llevaba Gredos y acumulaba responsabilidades de Lapointe y Palau. Y Sabrià (ex Círculo de Lectores y De Vecchi) que se ocupaba de libros prácticos y no ficción. […]

Un mes más tarde de anunciarse la salida de Martos y Sabrià ninguno de los dos parece haber publicado su versión de los hechos. Hemos llegado al Día del Libro –Sant Jordi en Catalunya– y Martos, que publica regularmente en medios como El País o en el diario cultural catalán Núvol, ha mantenido el silencio sobre la cuestión. En el momento de escribir estas líneas el perfil de Linkedin de Sabrià sigue diciendo que trabaja en RBA, como así aparece, también, en la web del grupo. Que nadie vea un reproche; hay que respetar sus razones para no manifestarse públicamente sobre cuestiones tan sensibles.

Hay silencios que vistos particularmente no tienen ninguna importancia pero desde un punto de vista colectivo son sintomáticos. Siempre ha habido editores saltando en globo, en paracaídas o en caída libre de los sellos editoriales más prestigiosos y (casi) nadie se ha salido del guión. La ‘omertá’ tiene sentido en tiempos de vacas lecheras generosas pero esas ubres se secaron hace lustros y el que crea que volverán necesitará incontables sesiones –y recetas– de psiquiatra.

No conozco el motivo de la salida de sendos directores editoriales ni me parece especialmente relevante. No quiero centrar este artículo en unos casos que ya forman parte de una tendencia que el artículo de Néspolo resume bien y no se circunscribe a RBA. Hace ya demasiados años que todos los grupos editoriales con presencia en España expulsan talento, desde los directores editoriales hasta los auxiliares más chusqueros pasando por todo el escalafón. Apenas es buena época para los becarios, puteados como siempre pero obligados a hacer el trabajo de profesionales más curtidos.

Así pasa lo que ya conté hace unos días o lo que me encontré hace poco en un libro de la editorial Pòrtic. El sello catalán, perteneciente al Grupo Planeta, ha editado un libro del político Manuel Milián Mestre al que le falta mucha cocina. Aunque ‘Els ponts trencats’ es un libro interesante también es de muy pesada lectura por redundante, circular y verboso. Cansa. No parece que ningún editor se haya empeñado a fondo; de haberlo hecho el libro sería mucho más ágil, breve e interesante. Sería mejor.

Hoy, salvo excepciones, la calidad media de los libros de los grupos editoriales es peor que hace unos años. Tras despedir a una parte importante del talento se dedicaron a subcontratar el trabajo a los mismos desdichados pero en condiciones sobradamente conocidas. Quien paga con cacahuetes contrata chimpancés y no lo digo por los sufridos precarios del sector –suficiente trabajo tienen llegando a fin de mes– sino porque nadie, en ciertos despachos, parece caer en la cuenta que si puteas a tu masa laboral –interna o externa– acabarás sacando un producto puteado y puteando, al fin, a tus lectores.

Ignoro qué extraño proceso mental lleva a un directivo a creer que expulsando talento y mermando la calidad del producto su negocio prosperará. Puede que el margen mejore durante un tiempo y con él su retribución por objetivos pero, a no ser que el modelo de negocio se base en públicos cautivos –como el de las autopistas de peaje– o en oligopolios sin fácil escapatoria –como los bancos o las operadoras de telefonía– maltratar al cliente suele ser una idea desastrosa.

Cuando los libros sólo eran de papel, el libro era el principal vehículo cultural y los medios de producción estaban en manos de relativamente pocos, la prepotencia era una opción. Hoy ya no lo es. Hoy tenemos a actores sistémicos del tamaño de Amazon, Apple y Google cuya falta de pasado los libra de cualquier lastre industrial y comercial; tenemos una miríada de autores independientes cuyas ganas de publicar y falta de manías los llevan a probar cualquier herramienta que les permita cumplir sus objetivos. Hoy tenemos varias ventanas de lectura y sólo una de ellas es el libro de papel. Hoy tenemos a editores independientes que trabajan muy bien, que se juegan su sueldo en cada título, que ofrecen productos mejores que los grandes grupos, que cuentan con un público que aprecia cada vez más su trabajo y que llevan años hablando alto y claro de por qué todo va cómo va y todos vamos hacia donde vamos.

La aristocracia del barrio, esos grandes editores que crecieron profesionalmente a la sombra de los grandes grupos y hoy salen –o son empujados– de ellos, guardan silencio. En privado sollozan, se rasgan las vestiduras, se lamentan de lo mal que va todo, añoran a esos colaboradores subalternos que tuvieron que sacrificar, lloran la miopía de sus antiguas empresas –o de las actuales, no crean, en los grandes grupos quedan mirlos blancos por defenestrar– pero no se pronuncian en público por un oficio que dicen amar. Otra explicación posible es que las suyas sean lágrimas de cocodrilo, todo les parezca muy bien, se sientan bien indemnizados y no tengan motivos de queja. Sea cual sea el motivo de su silencio, nadie hablará de ellos cuando todo haya pasado.

 

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Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

One Comment

  1. […] Fuente original: El silencio de los editores españoles – El blog de Bernat Ruiz. […]

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