Socrates_Louvre– Foto: Wikipedia
 

Corren como locos en pos de lo último, la cresta de la ola, el hashtag que lo está petando. Si no siguen todos los enlaces se sienten inseguros. Viven en un nuevo tiempo verbal, el Presente Conectado, un perpetuo tiempo presente. Acostumbrados a la escasez, no saben gestionar la abundancia de contenidos. No saben que la economía de la abundancia requiere una ética de la renuncia. Son los inmigrantes digitales. Somos nosotros.

Hubo un tiempo, entre la infancia y la adolescencia, en que leía (casi) todos los libros que descubría. Luego tuve que empezar a priorizar y dejar para más adelante algunas lecturas. Ese más tarde se convirtió en un casi nunca y me encontré, angustiado, renunciando a la lectura de montones de interesantes libros. Hoy, si tengo tiempo, de los cientos de novedades –novedades para mí, de fondo para muchos– de los que tengo noticia cada año apenas alcanzo a leer cuarenta o cincuenta. Los conservo (casi) todos. He tenido que renunciar a leer el resto.

Hubo un tiempo, hará un lustro, en que leía (casi) todas las novedades de los blogs que seguía. Luego tuve que empezar a priorizar y dejar para más tarde algunas lecturas. Ese más tarde se convirtió en un casi nunca y me encontré, angustiado, renunciando a la lectura de montones de interesantes artículos. Hoy, si tengo tiempo, de las doscientas novedades diarias que asaltan mi lector de RSS quizás leo entre una décima y una quinta parte. Algunos los conservo en Evernote, donde intento mantenerlos bien ordenados. El resto los obvio. Renuncio a ellos.

Nunca llegué a intentar leer todos los tuits. Ni todas las actualizaciones de Google+ o Facebook. Hubiera sido como querer beberme un río entero.

En Cosmos (Planeta, 1982. Pag. 279-80), Carl Sagan resume de forma maravillosa la evolución del almacenamiento de la información:

Cuando nuestros genes no pudieron almacenar toda la información necesaria para la supervivencia, inventamos lentamente los cerebros. Pero luego llegó el momento, hace quizás diez mil años, en el que necesitamos saber más de lo que podía contener adecuadamente un cerebro. De este modo aprendimos a acumular enormes cantidades de información fuera de nuestros cuerpos. Según creemos somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esta memoria se llama biblioteca.

En un sólo párrafo, Sagan es capaz de comprimir los más de quinientos millones de años que median entre el Cámbrico y el año 1980 d.C. Sólo hace unos pocos miles de años que aprendimos, mediante un recurso evolutivo al que Richard Dawkins llamó fenotipo extendido y al que dedicó un libro, a almacenar información en prótesis de conocimiento. Un libro es una prótesis que nos permite ordenar información de manera virtualmente infinita. Pero el orden exige la organización de la información en unidades especializadas, comprensibles y diferenciables.

La especialización tiene un precio que empezamos a pagar, como especie, en el deslinde entre el neolítico y las primeras ciudades: la primera división del trabajo produjo, de forma muy rudimentaria, una redistribución de los saberes. Todo trabajo requiere conocimiento. La mayor especialización de la Antigüedad y de la Baja Edad Media, con sus pujantes ciudades, redistribuyó todavía más el conocimiento; si en el primer urbanismo sumerio la distancia mental entre el campesino y el artesano todavía era muy corta, a finales del siglo XV ya vivían en mundos e incluso en siglos muy alejados: muchos campesinos renanos seguían viviendo en un neolítico material –un estadio del que muchos no saldrían hasta el siglo XVIII- mientras los primeros impresores de Maguncia eran modernos tecnólogos adelantados a su tiempo. La diferencia, más que en lo que hacían, estaba en lo que sabían.

Hasta hace pocos lustros hemos vivido en un mundo intelectual de escasez, la representación mental de una realidad marcada por la concentración de los medios de producción de bienes –y los medios de distribución de riqueza- en manos de relativamente pocos. Pese a que en muchos aspectos cotidianos seguimos apegados a la misma realidad, algo ha cambiado en la forma de producir y distribuir información.

Vivir en un mundo intelectual de escasez no implica vivir en la escasez intelectual. A menudo es cierto que el saber no ocupa lugar; dicho saber, aún siendo relativamente abundante, ha estado sujeto a unos medios de producción relativamente escasos y concentrados. El acceso al conocimiento ha estado tan limitado como su producción y distribución. Hasta no hace mucho se podía acceder a mucho saber, pero el acceso a cantidades inimaginables de conocimiento estaban al alcance de muy, muy pocos privilegiados.

Castells, Innerarity, Reig, Cornella y otros muchos ya han mostrado, cada uno a su modo, que el potencial de Internet y de la Web 2.0 debe ser comprendido para que su uso no genere -¿degenere?- en infoxicación y alienación. Pese a todo, las conclusiones generales de estos autores no son ni pesimistas ni negativas. Es por la historia del conocimiento humano y por el trabajo de autores como los mencionados por los que desconfío de tesis como las que sostiene Nicholas G. Carr en su libro Superficiales: ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?. Lo abandoné a media lectura por su inesperada superficialidad. Su selección sesgada de casos, su neoludismo indisimulado, su aroma a cualquier-tiempo-pasado-fue-mejor lo convierten en un libro tan sospechoso de haber sido construido alrededor de un prejuicio como lo es La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, que tampoco pude terminar pero por impostado -¿impostor?- y plúmbeo. Puede que la aversión de Sócrates hacia la escritura estuviera justificada en el siglo V a.C., pero hoy, con la perspectiva que nos dan más de cincuenta siglos de historia escrita y cinco siglos de imprenta, no tiene ningún sentido.

Cada vez doy menos importancia a aquellos que dicen que el texto digital impide o dificulta la lectura profunda a causa de la presencia de hiperenlaces, vídeos u otros recursos. No creo que sea importante, por tres motivos:

Experiencia propia: sólo muy al principio de leer hipertexto andaba perdido clicando vínculos. Pronto aprendí, como le debe haber ocurrido a la mayoría de inmigrantes digitales, a dejar para luego aquellos links que me interesaban o a ignorarlos.

Hipertexto opcional: los enlaces son opciones, son las referencias o citas que hasta ahora encontrábamos en algunos libros. Podemos leer un ensayo o artículo profusamente referenciado sólo por placer o entretenimiento y despreocuparnos de las referencias. Aprecio los textos hipervinculados aunque no utilice los enlaces porque demuestran un trabajo riguroso. Las fuentes pueden ser un timo pero ofrecer un acceso rápido a ellas –siempre que sea posible- aporta confianza.

Somos recién llegados: nosotros hemos tenido que adaptarnos a una tecnología que, hasta hace poco más de diez años, era francamente árida, arisca y poco intuitiva. Los nativos digitales no tendrán ese problema porque ya han nacido inmersos en esa tecnología y porque, además, es una versión avanzada, mucho más humana y humanizada. Podrán elegir entre ser superficiales y no serlo.

Pequeña apología de la(s) superficialidad(es)

Nuestro modo analógico y cartesiano de pensar asocia lo superficial con lo frívolo y lo profundo con lo serio. Era cierto, era así, siempre y cuando nos ajustáramos a la concepción clásica académica, que presupone que para ser especialista en algo hay que haber profundizado hasta el fondo de oscuras simas de conocimiento. Hoy esto sólo es una opción.

La técnica de la laca japonesa produce exquisitas piezas de artesanía. El lacado es a la vez sencillo y difícil: se basa en aplicar una finísima capa de un barniz casi transparente, pulirlo una vez seco y volver a aplicar otra capa, repitiendo el proceso cuantas veces sea necesario. La aplicación de la primera capa produce un efecto decepcionante. Al cabo de unas cuantas la superficie empieza a mostrar propiedades insospechadas; finalizado el proceso, para el cual pueden ser necesarias decenas de capas, el resultado es una pieza delicada y exquisita, de propiedades ópticas y táctiles sorprendentes.

¿Puede ser la nueva superficialidad una nueva forma de aprendizaje? No está muy lejos del autodidactismo de toda la vida, ese aprendizaje de aluvión a partir de capas distintas de conocimiento, unas más gruesas, otras menos, ora más bastas, ora más delicadas. La suma de superficialidades puede dar como resultado densidades de conocimiento hasta ahora desconocidas, no por su grado o cantidad, sino por su modo de organizarse. Sin duda asistiremos al nacimiento de nuevas maneras de entender y ordenar el conocimiento. Y muchas no nos gustarán.

¿Cómo afrontamos la abundancia? No estamos acostumbrados a ella. Nos enseñaron a ahorrar, conservar, preservar, porque lo bueno era finito y lo finito, casi por definición, valía la pena ser conservado. Venimos de un mundo en el que, excepto las últimas décadas, las cosas duraban años, lustros, un siglo incluso. Venimos de un mundo vacío, escaso, caro.

Necesitamos una nueva ética de la renuncia que nos enseñe a decir basta. No se trata de la renuncia del asceta, del que se aleja del mundanal lujo para descubrir una vida supuestamente más auténtica. Alcanzar lo auténtico en nuestro entorno abundante consistirá en saber seleccionar lo que nos conviene –y no siempre lo que nos gusta. Podemos tomar como ejemplo la exuberancia alimentaria en la que vivimos y los trastornos que provoca: habituados a miles de años de hambre estamos aprendiendo a comer sólo lo necesario. Habituados a miles de años de escasez de conocimiento, debemos aprender a aprender pero también a olvidar. Debemos aprender a renunciar a lo que no podemos saber, no porque no seamos intelectualmente capaces, sino porque, sencillamente, no podemos conocer más como individuos. Aunque sí como especie.

Volvamos a Sócrates: él tenía miedo que la escritura hiciera al hombre confiado y que olvidara. Hagamos bueno su temor y vayamos algo más allá, haciendo lo que ya hicimos hace quinientos años y otras veces antes: démonos el lujo de desarrollar, en su plenitud, las herramientas que nos permitan avanzar en la evolución que apuntaba Sagan. Aprendamos a usarlas con mesura. Y tengamos por seguro que los mejor dotados para andar ese camino son, entre otros, los editores de libros.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

14 Comments

  1. Me ha gustado mucho y estoy de acuerdo en casi todo (y me veo retratado como inmigrante digital). Lo único que no comparto es tu optimismo respecto a la adaptación automática de los nativos digitales: «Los nativos digitales no tendrán ese problema porque ya han nacido inmersos en esa tecnología y porque, además, es una versión avanzada, mucho más humana y humanizada.» Fíjate que has empezado explicando como tú, «nativo cartáceo», tuviste que aprender a seleccionar lecturas (a renunciar), y te referías claramente al libro impreso: ¿por qué tendrían, los nativos digitales, que «nacer sabiendo»?
    Por cierto, me quedo con la duda de si, cuando describes la nueva tecnología como «mucho más humana y humanizada», te refieres a que no hace falta estudiar informática para utilizarla –no hace falta, por poner un ejemplo, aprender HTML y FTP para crear un blog– o si estás pensando en algo distinto.
    Un saludo.

    1. Celebro que te haya gustado! En cuanto a la adaptación de los nativos digitales: no creo que sea automática, pero para ellos será algo mucho más banal que para nosotros. Nosotros vivimos la adaptación a lo que se conocía como “la informática” como un reto, un problema, incluso una molestia, al menos en algún momento. Tuvimos que entender qué era MSDOS, a configurar protocolos TCP/IP, a configurar a mano los protocolos para tener conexión a Internet, a instalar drivers de impresora… que es como tener que entender el sistema eléctrico de un coche para poder ponerlo en marcha cada vez. Obviamente deberán aprender a renunciar, seleccionar y a conocer pero podrán hacerlo sin que las herramientas sean un problema. ¿Cuánto tiempo nos hemos pasado nosotros entendiendo las herramientas antes de poder hacer cualquier cosa? Demasiado, porque estábamos abriendo el camino.

      Cuando digo que es más humana y humanizada me refiero a una serie de cosas que no cabían en el artículo y tampoco aquí, pero intentaré resumir: hoy la tecnología se concibe adaptándose al ser humano, no al revés. Vuelvo al MSDOS: nosotros tuvimos que adaptarnos. Hoy, enciendes un ordenador, un smartphone, una tableta, y puedes empezar a trabajar de forma intuitiva. Eso es comportamiento humano, del mismo modo que no es necesario comprender el proceso de fabricación de un martillo para poder usarlo. Se trata de ergonomía. Cada vez aplicamos más y mejor los principios de ergonomía tanto al software como al hardware, tanto al orden humano de los procesos como a lo que debe comunicarnos el hardware para ser comprensible a la primera. Ya no hay “cajas mudas”. A su vez, generamos entornos que permiten aprender sobre la marcha. Para usar estas herramientas no necesitamos saber HTML, XML, etc… pero si queremos hacerlo es bastante fácil. Eso también ha mejorado mucho: los entornos también se han humanizado porque la experiencia de aprendizaje es más “natural”.

      La relación entre el ser humano y sus herramientas es un tema apasionante que da para mucho más, espero haber mostrado un poco cual es mi punto de vista.

      Gracias por tu visita y tu interesante aportación!

      1. «¿Cuánto tiempo nos hemos pasado nosotros entendiendo las herramientas antes de poder hacer cualquier cosa? Demasiado, porque estábamos abriendo el camino.»
        Cierto. Y me has recordado a los primeros automovilistas de principios del XX, o a los primeros aviadores: se pasaban más tiempo ajustando sus máquinas que viajando (y, si no te gustaba o no entendías la mecánica, no te planteabas «motorizarte»). Ahora, en cambio, nadie necesita estudiar mecánica para conducir un coche.

        Me ha gustado la referencia a la ergonomía (más que «humanización»), me parece una descripción muy adecuada, muy ajustada a la realidad del fenómeno.

        Sobre el aprendizaje intuitivo… Bueno, eso ya me parece mucho más complejo de explicar. Diría que las metáforas visuales han ayudado mucho en la popularización de los recursos digitales (el paso de la pantalla textual del MS-DOS al escritorio gráfico, con ventanas, iconos y menús), y también el apuntar con el dedo (ahora, literalmente; antes, con el puntero del ratón). Pero son metáforas porque hacen referencia a objetos que ya conocemos: un escritorio, una papelera, un documento, una herramienta… ¿Podría un analfabeto utilizar una tablet con facilidad? ¿Existe algún gadget digital que prescinda totalmente del lenguaje escrito? Dejando a parte las posibles adaptaciones para invidentes, me parece que no; de momento.

        (Hablando de la relación entre el ser humano y sus herramientas: una asignatura sobre «Historia social de la informática» sería apasionante; pero me temo que los estudiantes de informática estarían interesados en materias más «prácticas», y que los de historia y sociología –hoy, al menos– no tendrían la base tecnológica necesaria para entenderla. A veces, añoro el Renacimento con su multidisciplinariedad…)

  2. Un gran artículo. Tengo que volver a leerlo, con más calma. Es una de las cosas que me pasa; no soy capaz de atrapar todos los matices del primer vistazo.

    Creo que leer en papel y en hiperformato es una experiencia diferente. Y también coincido con Jordi en dudar de las ventajas adaptativas de los neófitos, precisamente por el hecho de que, al no tener que haberse adaptado (de forma activa), simplemente han tenido que aceptar una situación (de forma pasiva).

    Pero dejaré tiempo para la reflexión y una necesaria segunda lectura.

    Enhorabuena por el trabajo. Debo compartirlo.

  3. Bernat, una pequeña reflexión sobre los “los emigrantes digitales” los capitanes próceres de las nuevas tecnologías son personajes como los Steve Jobs, Bill Gates entre otros cincuentones, gracias a ellos tenemos lo que tenemos. ¿Me pregunto? ¿Lo Nativos digitales no serán realmente los emigrantes digitales? ya que ellos han emigrado a nuestras tecnología los que ya tenemos esa edad, lo dejo ahí…

    En su día dije:
    Los padres de hoy en día son emigrantes digitales, es decir, son personas que se han adaptado a la tecnología y hablan su idioma pero con “un cierto acento”. Estos emigrantes, los padres, son fruto de un proceso de migración digital que supone un acercamiento hacia un entorno altamente tecnificado, creado por las TIC. Se trata de personas entre 35 y 55 años que no son nativos digitales y han tenido que adaptarse a una sociedad cada vez más tecnificada y a sus hijos los nativos digitales. Nosotros los padres nacimos con el papel y nos hemos adaptado al digital a velocidad de vértigo, el concepto nativos digitales (digital natives) fue acuñado por Marc Prensky en un ensayo titulado “La muerte del mando y del control”; en él los describía como aquellas personas que habían crecido con la red y lo que ésta involucraba. Nuestro hijos han nacido en un entorno digital y el futuro que les espera será mucho más que digital.

    http://jaimejaner.blogspot.com.es/2012/06/emigrantes-digitales-y-nativos.html

    Saludos cordiales.

  4. […] no és rar que articles tan interessants, assenyats i ben documentats com De la escasez analógica a la abundancia digital: una ética de la renuncia, de Bernat Ruiz Doménech, manifestin aquest optimisme amb fragments com «Los nativos digitales no […]

  5. Brillantes todos los comentarios empezando, por supuesto, por el artículo. Para resumir, yo hecho de menos orden. Las “migraciones” anárquicas, alocadas multiplican, quizás, los problemas paralelos. Las del conocimiento también. a) Conocimiento disparatado b) Herramientas para abordarlo, también en cantidad disparatada c) Método: ninguno. d) Emigrantes o nativos, todos hemos accedido y accedemos al hecho selvático del conocimiento y de los contenidos con las armas que cada cual ha sido capaz de proveerse, normalmente la intuición y la perseverancia. Propongo: 1) Selección, en lo posible, de la calidad de los contenidos, es decir, poner filtros. 2) Canalizar y sistematizar el manejo de las herramientas para abordar ese conocimiento selvático. 3) Habría que empezar por las escuelas.
    La descomunal magnitud del ciberespacio y sus contenidos necesitan un poco de orden, sistema, método de aprendizaje y control. No es lo mismo aprender sexualidad con 12 años mirando pornografía a nuestro antojo que escuchando el fundamento de lo inevitable por parte de quienes se supone que lo conocen y saben exponerlo.
    Saludos, Julio

  6. […] tiempo de seguir y leer y todo lo que corre por la red. Hace unos días, Bernat Ruiz escribió un excelente post en su blog sobre querer leerlo todo que recomiendo leer. Así que la teoría de la economía de la atención es más que cierta: […]

  7. […] Somos recién llegados: nosotros hemos tenido que adaptarnos a una tecnología que, hasta hace poco más de diez años, era francamente árida, arisca y poco intuitiva. Los nativos digitales no tendrán ese problema porque ya han nacido inmersos en esa tecnología y porque, además, es una versión avanzada, mucho más humana y humanizada. Podrán elegir entre ser superficiales y no serlo.  […]

  8. Hola Bernat y tertulianos,

    Muy buen artículo. Creo que precisamente una de las tareas del editor del siglo XXI es entender que ya no gestiona la escasez sino la abundancia. Por eso es muy importante aprender a filtrar el contenidos de otras formas. Considero que van a aparecer nuevas profesiones ligadas a la organización de contenidos, como por ejemplo la de content curator. Los nuevos espacios de prescripción deben ayudar a reducir el “desorden digital” evitando la infoxicación. Porque en nuestros tiempos ya no se trata de producir información o conocimiento sino sentido a partir de toda la avalancha de recursos disponbiles. ¡Un saludo!

  9. desconfío de tesis como las que sostiene Nicholas G. Carr en su libro Superficiales: ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?. Lo abandoné a media lectura por su inesperada superficialidad. Su selección sesgada de casos, su neoludismo indisimulado, su aroma a cualquier-tiempo-pasado-fue-mejor lo convierten en un libro tan sospechoso de haber sido construido alrededor de un prejuicio como lo es La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, que tampoco pude terminar pero por impostado -¿impostor?- y plúmbeo.

    Son exactamente las mismas sensaciones que tuve yo. Con el pasar del tiempo se convierten en libros irrelevantes. Son autores que habiendo vivido siempre en el ambiente de la “alta cultura” sospechan de todo lo publicado que no haya pasado por sus círculos. Lo que no entienden es que lo que realmente ocurre es la absoluta democratización del acceso al conocimiento y a participar de él con el mérito que queramos, pero a participar de él. Y eso choca porque, entre otras cosas, reduce privilegios. Aunque se lean tonterías que antes sólo se decían.

  10. […] Pasamos de una economía de la escasez a una de la abundancia y nos vemos obligados a ser selectivos, a aprender “éticas de la renuncia” como decía Bernat Ruiz recientemente. Esta nueva situación está dominada por la llamada “economía de la atención” en la que el […]

  11. […] – Foto: Wikipedia – Corren como locos en pos de lo último, la cresta de la ola, el hashtag que lo está petando. Si no siguen todos los enlaces se sienten inseguros. Viven en un nuevo tiempo verbal,…  […]

  12. […] razonables de todos. Estamos obligados, como indicaba Bernat Ruiz Domenech en su blog a una forzada ética de la renuncia, que la industria ignora o parece ignorar si solo ahora se ha puesto a reflexionar tímidamente […]

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