Nuevo escándalo acerca de la privacidad en Facebook: según se dijo el lunes, la red social por excelencia publicó un montón de mensajes privados sin el conocimiento ni el consentimiento de sus autores. Según supimos ayer: un cambio de diseño de la plataforma ha hecho aflorar miles de mensajes públicos, publicados en los muros en los años 2008 y 2009. ¿Dónde está exactamente el problema?

Hace tiempo que decidí entrar lo menos posible en Facebook, harto de los exasperantes cambios de diseño de la plataforma y de recibir noticias de una enervante granja. Pasé de ser un usuario casi diario a plantearme dar de baja mi perfil; no llegué a hacerlo porque para mí Facebook todavía tiene una utilidad residual: me permite mantener el contacto con personas a las que veo poco o nunca veo. La mayoría de lo que ahora publico lo hago desde Twitter mediante TweetDeck y eso es lo que mueve mi escasa interacción en Facebook.

Pese a que la política de comunicación de Facebook es lenta y torpe –en casa del herrero cuchillo de palo- y a sus desconcertantes actualizaciones, no podemos culpar a la red social de todos los berenjenales en los que se meten sus usuarios. La razón es muy sencilla: yo soy el responsable de mi privacidad, yo decido qué publico, dónde lo publico y a quién permito que lo vea. Nunca he publicado información comprometida en Facebook, del mismo modo que no se me ocurriría vocear según qué cosas en la plaza mayor o en el mercado. Lo que pongo en el muro de Facebook es público. El contenido de mis mensajes privados no concierne a nadie más pero lo hago en privado para ahorrar ruido a la parte pública, simple cuestión de uso racional de espacios. Si mañana Facebook cometiera la torpeza de publicar mensajes realmente privados, a mí me daría exactamente igual.

Desde un café en un bar, hasta el e-mail, pasando por el teléfono, disponemos de muchos medios merced a los cuales proteger de varias maneras la privacidad. Incluso así debemos tener en cuenta un imponderable: la discreción de lo dicho es cosa, como mínimo, de dos. También debemos tener en cuenta que cada medio es interceptable de maneras diferentes: alguien en un bar puede oír lo que digo, mi pareja puede husmear en mi e-mail –me pasó hace años y se convirtió en mi ex– o un tipo con pocos escrúpulos y muchas habilidades puede pincharme el teléfono. El único modo de guardar completamente un secreto es no contárselo a nadie. Desde ese nivel de paranoia hay muchos niveles mentalmente más sanos de tratar con la información.

Muchos usuarios hacen un mal uso de Facebook y no por ello podemos culpar a la red social. Si yo pregono mis secretos en medio del mercado lo que no puedo hacer a continuación es culpar a los gestores del establecimiento de lesionar mi privacidad. Si yo le abro la cabeza a alguien con un martillo luego no puedo ir al fabricante a pedir responsabilidades. Con Facebook en general y con las redes sociales en particular se produce un sorprendente razonamiento mágico: si abro una cuenta en Facebook todo el mundo lo sabrá todo de mí. Absurdo ¿verdad? Pues cosas así las he oído más de una vez por boca de personas con responsabilidades y sueldos de seis cifras. Es como decir que si me paseo por la calle todo el mundo sabrá lo que pienso. Así como no vivimos en una sociedad de telépatas, abrir un perfil no da poderes sobrenaturales a nadie para leer nuestra privacidad. Lo que yo vea en tu perfil dependerá de lo que tú pongas. No hay más tela que cortar.

Luego está el problema de las privacidades compartidas. Si asisto a una despedida de soltero en la que termino en un local de dudosa reputación, borracho, semidesnudo, en brazos de dos alegres señoritas y alguien me fotografía para colgar posteriormente esa foto en Facebook… ¿me puedo quejar? Puede, pero no a la red social, desde luego, sino a la persona que colgó la foto ¿Si el mismo desaprensivo colgara la foto en un tablón de anuncios del lugar donde trabajo, culparíamos al fabricante del tablón? Este tipo de comparaciones son muy útiles para los inmigrantes digitales y nos permiten aclarar conceptos; estoy seguro que los nativos operan con una noción diferente de la privacidad, aunque su juventud puede hacer que a medida que maduren vean las cosas de otra manera.

Si el cerebro es el órgano más importante en las relaciones sexuales, el sentido común es la herramienta más importante en las redes sociales. Uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras, que muchos lo desconozcan o lo hayan olvidado no le quita validez. Nuestro sentido de la privacidad permite gestionar la imagen que de nosotros mismos ofrecemos al exterior. No podemos controlar la opinión que de nosotros tengan los demás, pero sí los ingredientes que les servimos para que piensen de nosotros lo que puedan. Porque pensar lo que quieran podrán hacerlo siempre, con o sin información contrastada.

Adenda: conseguir que me importe realmente un pito lo que piensen de mí sería lo mejor, pero es imposible, da igual lo que digan. Yo me conformo con que me importe poco, que ya es mucho.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

2 Comments

  1. Excelente articulo. Me gusta el enfoque de responsabilidad de nuestros actos. Es uno en peligro de extinción. Se agradece la lucidez.

    1. Gracias por tus palabras Cecilia. Efectivamente, creo que siendo más responsables de todo lo que hacemos, todo iría un poco mejor.

      Hasta pronto,

      Bernat

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