¿Es posible imaginar una nueva librería en los tiempos que corren? Con esta pregunta empieza el artículo que Antonio Ramírez, director de La Central, escribe para El Huffington Post y que titula con un pretendidamente evocador Imaginar la librería futura. Tras leerlo tuve muy claro que lo único que había conseguido mediante su impostura intelectual era evocar la librería pasada y presente, pero no la futura.

Hace unos días veíamos como un librero de viejo pronosticaba acertadamente el futuro que aguarda a las librerías. Poco después, Antonio Ramírez publicaba su artículo. Ambos análisis son la cara y la cruz de la misma moneda. El director de La Central ha optado por seguir cavando la trinchera y entonar un No pasarán tan idealista como estéril. Recomiendo su lectura completa, pero veamos qué ha dicho y, no menos importante, cómo lo ha dicho, mediante algunos fragmentos:

¿Podemos encontrar un lugar para la librería futura? […] Tal vez sólo sea posible si precisamente nos situamos en su dimensión irremplazable: la densidad cultural que encierra la materialidad del libro de papel; mejor dicho, pensando la librería como el espacio real para el encuentro efectivo de personas de carne y hueso con objetos materiales dotados de un aspecto singular, de un peso y una forma única, en un momento preciso.

Cierto manierismo es expresivo, pero demasiado gesto oscurece el paisaje. En este párrafo, A. Ramírez nos dice que la librería tradicional es un entorno físico donde la gente va a comprar libros de papel y que es ahí donde reside su fortaleza. Un hallazgo, sin duda. Prosigue el director de La Central glosando siete aspectos importantes bajo los cuales han concebido su nueva librería, en este caso La Central de Callao, en Madrid:

Una arquitectura para el placer y la emoción. […] Si el libro no es un mero contenedor de textos, sino sobre todo una forma viva, debemos pensar la librería como un gran escenario y entender el trabajo del librero como el de un coreógrafo volcado en la organización de formas que fluyen, una danza capaz de provocar emociones.

¿El libro no es un mero contenedor de textos y, como tal, una prótesis intelectual? ¿En qué sentido es una forma viva? No creo que brumosos iconos culturales aporten demasiado al debate, aún menos si la mera distribución interior y la disposición del mobiliario las elevamos a coreografía de formas que fluyen con el dudoso objetivo de provocar emociones: para el ser humano que describe António Damásio –un ser inextricablemente racional y emocional– es difícil que algo le deje emocionalmente indiferente; incluso la indiferencia es una emoción.

El libro como objeto simbólico. Las mesas, estanterías y expositores deben estar al servicio de los aspectos formales del libro; deben desaparecer y, como pedestales mudos, permitir el despliegue de la retórica formal inscrita en el libro. Cualquier obstáculo debe ser suprimido, cualquier “ruido” ambiental eliminado: sólo debe escucharse la voz tranquila del libro que se explica a sí mismo valiéndose de su portada, su tipografía, sus ilustraciones.

¿Hasta hoy las mesas, estanterías y expositores no estaban al servicio de los libros? ¿Qué rayos significa el despliegue de la retórica formal inscrita en el libro? ¿se refiere a que los libros deben sostenerse correctamente en los estantes y mesas de novedades con el lomo y la cubierta bien visibles? La frase de cierre se refiere a que el libro debe verse bien ¿no? Bravo.

Las buenas vecindades. […] La composición de las mesas es la herramienta principal para el librero que se propone propiciar el encuentro no con el libro que el lector buscaba antes de entrar en la librería sino justamente con su vecino inesperado.

¡Albricias! ¡La librería del futuro deberá tener en cuenta el marketing en el punto de venta! Qué rabiosa novedad eso de disponer los libros de tal modo que se promueva su venta. A nadie se le había ocurrido. Cuando termine de escribir estas letras iré corriendo a decírselo a los directivos de Planeta y de Casa del Libro, seguro que me forro.

La ciudad. […] Pero más que a un casillero de clasificación, una librería debe parecerse a una ciudad con sus plazas, cruces de avenidas, parques, callejuelas y bulevares; tanto mejor si se parece más a una ciudad mediterránea -irregular y asimétrica, algo descuidada y azarosa- que a un “nuevo” barrio soviético -uniforme, funcional y previsible. En todo caso una ciudad que no precise un mapa, que invite al visitante a perderse en ella; el librero no será el guía que le señale el camino más corto, sino justo todo lo contrario, el alcahueta que le induce al extravío.

Tanto mejor si la librería es un lugar desordenado, ideal para no encontrar absolutamente nada, un lugar concebido como la pesadilla febril de un interiorista en la que la eficiencia en la circulación y en el almacenaje de los libros no se haya tenido en cuenta y se asocien caprichosamente a marchitos regímenes totalitarios. El librero no debe facilitar la búsqueda ¡Anatema! Si el cliente pide por ensayo, mándele a poesía ¿Qué se ha creído, que eso es una simple librería? ¡No! Se trata de una experiencia sensorial. Pero usted no lo entiende, no lo valora, porque hoza en una necedad fangosa.

Meteorología. Si los límites entre los ámbitos de interés de un lector tienen la estabilidad de las nubes, un librero debe ser como un metereólogo: capaz de anticiparse y reconocer cuando las nubes se juntan y forman cumulonimbos, debe identificar así las posibles “unidades temáticas de interés”, relativamente estables y predecibles, adivinar sus contornos aún asumiendo el riesgo de equivocarse, y en cuanto se ha reconocido una figura, comenzar a adivinar sus mutaciones.

Pillo la comparación, no crean, pero algunos llamamos a eso conocer el mercado y a los clientes, adaptando la oferta según el público. Pero si lo llamo meteorología la cosa es más epatante y los popes de la cultura sienten ese lúbrico gustito que da ser el único que entiende una metáfora, o una comparación, o un ejemplo, o una alegoría. O una memez.

El mediador. A nuestro juicio, el librero debe ser ante todo un “hiper-lector” […] no en el sentido de cantidad, no nos referimos tanto a que deba ser alguien que lea “mucho”, sino ante todo alguien capaz de crear vínculos y de establecer relaciones; […] La materia prima de su trabajo está compuesta de una peculiar síntesis entre su personal experiencia lectora y su sensibilidad respecto a la materialidad del libro: su tarea es moldear una paisaje, contar una historia a partir de los nombres, los títulos, los formatos, las ilustraciones, los colores y los símbolos editoriales; debe hacer todo ello comprensible para los lectores atentos usando como lenguaje, más que la palabra, las peculiaridades de la forma del libro.

¡Ya tardaba en aparecer el librero como médium! El intermediario imprescindible, el personaje que ha convertido el mundo del libro en la religión de las letras, con sus vaticanas jerarquías, donde aquello que forma parte del canon es preservado mientras que lo otro, el Error, es incinerado en la hoguera de la herejía cultural. El librero como sacristán de unos fieles a los que se les supone, década tras década, idiotas. Da igual la cantidad de libros que pueda leer un librero, sabemos de sobra que no puede leer todo lo que vende y se debe esmerar en la selección y disposición de los temas pero, una vez más: ¿qué tiene eso de nuevo y futurista?

La convivialidad. Si la librería debe ser un lugar de encuentro no puede escatimar recursos para intentar situarse en el centro del flujo de voces múltiples que siempre acompaña a la lectura, justo en el medio del conjunto de rituales efímeros que los lectores comparten entre sí. Un restaurante, una cafetería siempre resulta un complemento ideal para lograr que los lectores tengan la certeza de que, más allá de la simple venta de libros, en la librería ocurren muchas otras cosas que le conciernen.

El centro del flujo de voces múltiples que siempre acompaña a la lectura”. Bueno, vale, pero es que a cualquier fenómeno humano lo acompaña el mismo flujo de voces múltiples y para comprobarlo bastará con reducirlo al absurdo: el centro del flujo de voces múltiples que siempre acompaña a los pequeños electrodomésticos. O el de los automóviles –anda que no hay flujo de voces múltiples en ese mundo– o el de los bífidus de los yogures. Manierismo estéril al servicio, una vez más, de la oscuridad. No contento con el Arte por el Arte, Antonio Ramírez descubre que si a una librería le añadimos un bar y/o un restaurante el público entra más y el negocio va mejor. Se le ha olvidado decir que si asociamos el tinglado a un museo o centro de arte llegamos al Olimpo. Ignoro cuánto tiempo lleva la fórmula inventada, pero cuando empecé a comprar libros yo solito –seguro que de eso hace más de veinte años– este tipo de establecimiento debía llevar algún lustro inventado, como mínimo.

[…] No debemos escatimar esfuerzos allí donde aún somos fuertes: en el entramado de vínculos sociales y simbólicos que aún hoy se concentran en torno al libro de papel.

¿Cuándo dejaron de escatimar esfuerzos en lo único en que son fuertes? La lectura del artículo de Antonio Ramírez es deprimente, porque lo único que hace es describir la librería del pasado y del presente. Es también muy sintomática porque su oscuridad formal confirma una visión del libro y de la cultura como algo sublime, platónico, intocable, algo que necesita de su sagrado y sus sagrarios, sus iniciaciones y sus iniciados, sus jerarquías religiosas sólo al alcance de connaisseurs adoctrinados y prestos a adoctrinar.Señor Antonio Ramírez, su artículo es un timo, una impostura intelectual.

Los libros sólo son libros y eso no los degrada, al contrario; humanicemos los libros, pues son la mejor prótesis mental que hemos sabido darnos como humanos. Abrámonos al libro digital, porque es un paso más en nuestra mejora de dicha prótesis intelectual y, por qué no, emocional. No rebusquemos en imaginarios wagnerianos para defender una tecnología obsoleta. Pongamos mucha más imaginación y claridad si queremos, legítimamente, dar una nueva oportunidad a las librerías a pie de calle. La librería del futuro no puede, ni debe, parecerse a la librería de toda la vida. Se juega su porvenir y, aunque parezca lo contrario, nada me alegraría más que su –selectiva–supervivencia.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

8 Comments

  1. […] Se avecina el fin de las editoriales? »    ¿En La Central sólo saben imaginar la librería del presente? | verba volant, scripta manent by Vázquez, 09.21.12, tweetmeme_style = 'compact';tweetmeme_url='http://valordecambio.com/2012/09/21/en-la-central-solo-saben-imaginar-la-libreria-del-presente-verba-volant-scripta-manent/';¿En La Central sólo saben imaginar la librería del presente? | verba volant, scripta manent. […]

  2. Caro lector,

    Le invito a visitar librerias que no sean Casa del Libro o Fnac. Aprenderá mucho más que leyendo articulos o entrevistas.

    1. Caro Armando:

      ¿Quién le dice a usted que no visito otras librerías? Precisamente me gustan “otras”, en entre ellas, las suyas. Entre muchas otras. Le invito a responder con argumentos, no con insinuaciones.

      Atentamente,

      Bernat Ruiz

      1. Bernat,
        El principal argumento es la invitación (sin cualquier tipo de insinuación).

        1. Agradezco la invitación,

          Saludos!

          Bernat

  3. Empecé a leer el artículo y (lo confieso) tuve que dejarlo. Era un pedante del carajo…

    1. Hola Alberto,

      Me pasó lo mismo pero no pude dejarlo.

      Gracias por pasarte por aquí!

      Bernat

  4. […] artículo de Antonio Ramírez, Imaginar la librería, que tuvo, y eso está bien y es interesante, alguna contestación que vuelve a situar o poner encima de la mesa algunas dudas e interrogantes sobre modelos de […]

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