BOINA1

Jordi Évole, el gamberro oficial del periodismo español, lleva unos años sorprendiéndonos con audacia en su programa Salvados. Estamos tan acostumbrados a que los medios de comunicación doblen la cerviz ante poderosos de medio pelo, que nos sorprende que alguien pueda ser tan franco y directo. Tan adormecidos estamos –porque apenas hemos despertado- que vemos atrevimiento e irreverencia en un estilo periodístico bastante habitual en países con mejor salud democrática.

En cuestiones de libertad de prensa y de expresión llevamos la boina calada hasta las orejas; nos parece que cualquier alarde ante el poderoso es motivo de regocijo cuando se meten con el enemigo y de indignación si nos tocan a nuestros propios hijos de puta. Pero la libertad de prensa no es eso.

La libertad de prensa tampoco es jugar a ser Orson Welles o, si lo prefieren, para mencionar un caso más reciente y más cercano, Manuel Delgado. Bueno, eso sí era libertad de prensa, pero la del siglo XX; cada caso tuvo sentido en su momento. Pero hoy, hacer eso, no lo tiene.

Cuando en 1938 Orson Welles sembró el pánico con su dramatización radiofónica de “La Guerra de los Mundos”, de H.G. Wells, sus oyentes no tenían forma de contrastar la información en tiempo real. Había sólo dos formas de hacerlo: mirando por la ventana, lo cual sólo servía para constatar que tu vecindario todavía no había sido atacado, o llamando por teléfono a algún improbable conocido que viviera en lugares supuestamente invadidos. Había una abrumadora asimetría entre el poder de persuasión de la radio y la capacidad de la audiencia para contrastar lo que se le decía; el público estaba inerme ante el medio.

En 1991 se emitió la primera entrega del programa “Camaleó”, ideado por el antropólogo español Manuel Delgado junto con el realizador Miguel Ángel Martín para la segunda cadena de la televisión pública española (TVE2). Dicho programa debía formar parte de una serie de simulacros televisivos en falso directo. La primera entrega fue un falso informativo en el que se relataba, en tiempo real, un golpe de Estado en la URSS y se especulaba con la muerte de Gorbachov. Causó un pequeño conflicto diplomático entre España y la Unión Soviética, el programa fue cancelado y sus organizadores despedidos. Si en el caso de “La Guerra de los Mundos” la asimetría estaba en el desamparo de la audiencia en el tiempo real, en “Camaleó” nos mostraban un hecho plausible, lejano y encajaba con la información difundida durante años con la intención de celebrar un debate tras el programa dedicado a la capacidad de manipulación de los medios. Por si fuera poco, algunas otras emisoras de radio y televisión difundieron la noticia, ampliando la credibilidad de la misma, pese a que el programa había avisado que todo era un simulacro. Tal como el mismo Manuel Delgado comenta en su blog, pocos meses más tarde sí hubo un golpe de Estado en la URSS, muy parecido al apuntado por su programa.

Por qué #OperaciónPalace fue una mala idea

Para su falso documental sobre el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, Jordi Évole recurrió a un formato algo distinto a los mencionados pero bastante más conocido, el mismo que usó el realizador William Karel en su “Operación Luna”. El realizador francotunecino aprovechó el gancho del supuesto montaje de la NASA –varias teorías conspiranoicas estaban entonces en boga- para llevar a cabo un documental de ficción. El documental de Karel, rodado en 2002, se emitió en la cadena ARTE el día de los Inocentes en Francia, el 1 de abril de 2004. Tanto la cadena como la fecha podían poner sobre aviso a los espectadores. Además el tema no era motivo de preocupación en Francia, no estaba de actualidad –no se conmemoraba ningún aniversario pues Armstrong y Aldrin alunizaron un 20 de julio– Twitter y WhatsApp estaban por inventar y el país no atravesaba por una grave crisis económica, social e institucional. “Operación Luna” se quedó en una broma muy cara, pero muy bien hecha, que los más incombustibles conspiranoicos se empecinaron en creer.

#OperaciónPalace no tiene nada que ver con esto. En una broma es muy importante el contexto y si yerra en eso no funciona. A mucha gente no le hizo pizca de gracia ya desde el principio, cuando empezó a ver que algo no cuadraba. Yo no empecé a sospechar hasta que me di cuenta que todos los participantes en el programa estaban retirados de la política, tenían sus carreras profesionales sobradamente amortizadas –aunque sus prestigios intactos- o parecían sacados de una mala escuela de actores. Supongo que cada cual tuvo su momento, el mío fue cuando mencionaron a Josep Maria Flotats. Hasta ahí todo me parecía raro, sospechoso pero plausible, más si pensamos en las sorpresas que España, especialmente sus estructuras de Estado, nos han dado últimamente.

Lamentable me pareció la justificación final en la que decían que habían hecho un falso documental para denunciar que el Estado no desclasifica los documentos secretos del 23F. Triste fue el superficial debate posterior en el que Iñaki Gabilondo defendía su indefendible participación en una bufonada sin gracia. Qué forma de desaprovechar lo mucho que se ha escrito y dicho sobre la intentona de 1981; baste citar sólo “Anatomía de un instante”, de Javier Cercas, entre muchos otros ejemplos. Había, hay, material de sobra para producir ese programa que todavía no se ha hecho. Jordi Évole tenía los medios y las herramientas para realizar ese programa que muchos incautos pensábamos ver. No es una buena idea tirar credibilidad, medios, recursos, información y expectativa.

Por qué #OperaciónPalace fue un mal programa

Hoy las cadenas de televisión compiten por la atención de sus televidentes como nunca antes lo habían hecho, al menos en España. El problema, tanto en España como en la parte del mundo que ya está interconectada, es que es un error tratar al espectador como si sólo fuera eso, es decir, como a un idiota pasivo –aunque muchos lo siguen siendo, claro.

El código comunicativo que se establece entre el el emisor y el receptor es fundamental. Jordi Évole ha dicho que el programa de ayer no era un Salvados, pero eso no es estrictamente cierto o, mejor dicho, sólo es la verdad estricta. La construcción de la realidad de cada uno parte de algo que va más allá de lo que entendemos por verdad, se basa en percepciones. Si Jordi Évole presenta un programa en La Sexta el mismo día y a la misma hora que Salvados y con un lenguaje televisivo similar, yo percibiré un programa con los mismos atributos que Salvados, es decir, un espacio supuestamente irreverente y atrevido en el que se tratan seriamente asuntos de interés general. El primer error, por lo tanto, fue de código.

Si uno se burla de un tartamudo, el tartamudo se cabreará; lo sé por experiencia, soy tartamudo –aunque gracias a una gran labor logopédica habitualmente nadie lo nota. Pero cuando el tartamudo sabe reírse de sí mismo y es quien empieza el cachondeo, espera, anima y le gusta que el resto disfrute y participe en esa broma que le tiene a él como diana. Es el caso de programas como “Polònia” que la cadena autonómica catalana (TV3) emite cada jueves por la noche. “Polònia” es de un humor que puede llegar a ser cáustico, negro y despiadado; aunque se dirige en primer lugar hacia la clase política, la élite de la sociedad civil catalana y la monarquía española, lo que subyace es una burla hacia el mismo público que ve el programa, que se ríe de sus gobernantes y de sí mismo, pues los bufones adoptan posturas, ideas y formas de pensar populares. Jordi Évole hizo un enorme chiste con un tema del que muy pocos se han reído en España, no por falta de sentido del humor, sino porque el 23F pilló mayores a las generaciones que vivieron la Guerra Civil, y ya maduras a las que nacieron en la muy dura post-guerra. El 23 de febrero de 1981 en España muchos vieron ante sí el espectro del pasado, un fantasmal recuerdo que todo podía volver a repetirse. Si a eso añadimos la profunda crisis económica y la grave crisis institucional e incluso moral que sufre España –originadas todas durante la Transición-, nos daremos cuenta que Jordi Évole se rió de la angustia, del malestar e incluso del malvivir y el cabreo de una parte del público sin previo aviso, y eso es equivocarse de contexto.

Por si los errores de código y de contexto no fueran suficientes –no hay chiste que resista equivocarse en uno sólo de estos aspectos, menos todavía en los dos- además Évole se equivocó de formato. Lo que funcionó en 1938, en 1991 y en 2004 no podía salir bien en 2014. En 1991 Orson Welles no podría haber repetido el efecto de 1938 porque la diversidad de medios de comunicación hubiera destapado la farsa muy pronto; el intento de Manuel Delgado no hubiera funcionado en 2004 porque por muy lejos que esté Rusia el teléfono móvil y los incipientes medios digitales hubieran dado al traste con el falso directo. Si a William Karel le funcionó bien su “Operación Luna” fue porque trataba de sucesos acaecidos treinta años atrás –es imposible llamar por teléfono al pasado-, usó un toque conspiranoico imposible de contrastar y Twitter todavía estaba por inventar. La audiencia no podía coordinarse, no podía desarticular la trama. Si los tres ejemplos citados funcionaron fue porque consiguieron el efecto que perseguían.

#OperaciónPalace no lo consiguió, muchos se fueron dando cuenta, ya desde el principio, que eso era un timo y no dudaron en usar Twitter y WhatsApp, entre otras redes, para decirlo. En cuestión de minutos mi timeline se llenó de tuits en los que tanto líderes de opinión como los que no lo son daban por hecho que era una broma –y muchos estaban de acuerdo, además, que de muy mal gusto. El formato del programa llegaba diez años tarde, no contó con el empoderamiento que las redes sociales han dado al público y defraudó en la gestión de sus expectativas.

Todo el periodismo es ya digital

Un programa que falla en el código, en el contexto y en el formato es un mal programa de televisión y #OperaciónPalace falló en todo eso. Jordi Évole participó en una entrevista, en la emisora catalana RAC1 la mañana del pasado lunes; cuando le preguntaron por qué habían decidido hacer un falso documental él respondió que hicieron lo contrario, preguntarse por qué no hacerlo. El problema es que en la economía de la atención esa pregunta ha quedado obsoleta.

Aunque uno trabaje en un medio de los mal llamados tradicionales, hoy en día todo el periodismo es digital porque digital es la sociedad a la que sirve y así debe ser gestionado. El programa hubiera sido un éxito, dándole la vuelta completamente a la percepción del espectador si, al finalizar, hubieran desvelado que lo que perseguían era demostrar que hoy, si el público se lo propone, es mucho más difícil engañarle. Hubieran tratado al espectador como al prosumidor que es, no como el sujeto pasivo que ellos dicen querer informar en Salvados. Obviamente, decir esto desde el sillón y a toro pasado es muy fácil, pero no es menos cierto.

Los grandes medios ya no pueden proponer contenidos como si trataran de pescar con redes de arrastre. No tiene sentido preguntarse por qué no hacerlo, porque en la economía de la atención, que es también la de la abundancia, defraudar al público sale mucho más caro. Cuando sólo había unos pocos grandes medios –en España de eso hace cuatro días- era difícil equivocarse porque había muy pocas alternativas, el público era pasivo y nadie se hacía muchas ilusiones.

Si millones de espectadores deciden ver mi programa en directo están decidiendo dejar de ver cualquier otra cosa que puede que sea tanto o más interesante; el espectador asume un coste oportunidad que espera que sea rentable en términos de experiencia. Si, además, lo que he ido ofreciendo al público es de una alta calidad percibida –otra cosa es la real- el riesgo es todavía mayor. Eso es aplicable a cualquier medio y casi a cualquier público, aunque en los nichos sea más fácil acertar. Entrar en la carrera de la producción de contenido en masa no tiene sentido porque siempre habrá alguien capaz de producir más que tú. Producir más es fácil, pero no lo es tanto producir mejor –y eso incluye, también, mejor basura. Para eso la pregunta no debe ser “por qué no hacerlo”, sino precisamente, “qué debo hacer y por qué”? La paradoja es que esa pregunta ha funcionado siempre, son los motivos los que han cambiado; no el periodismo.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. Totalmente de acuerdo. Una cosa así tiene sentido para denunciar (o burlarse de) teorías conspiranoicas, no para comentarlas

  2. Bernat, es la mejor disección del patinazo de Jordi Évole con #OperaciónPalace que he leído. Si tu comunicas algo y no lo enmarcas en el contexto adecuado la culpa de que no se te entienda o de que la gente se cabree es tuya, no de los espectadores. No vale decir al final que todo era una broma porque el Gobierno no permite acceder a los documentos relacionados con el 23-F. No puedes montar todo ese programa para después reconocer que no tenías mensaje o algo nuevo sobre la cuestión; ni siquiera, como bien dices, para demostrar lo difícil que es engañar al personal en la era de internet y sacar alguna lección de ello. Sólo era un calculado juego con nuestra inocencia y buena fe.

    1. Hola Anselmo,

      Exacto, lo que más me decepcionó fue ver la “excusa” que usaron al final. Un simple berrinche. Hubiera sido mucho más constructivo documentar la cerrazón del Estado y hacerle subir los colores, que es lo que Évole saber hacer, y muy bien.

      Gracias por tu visita!

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