La aparición de Edi.cat y el cierre de Ona

En otra de las esquinas peninsulares hay un par de casos que nos permitirán contrastar y enfocar correctamente la cuestión. Empezaremos por el caso más reciente, el cierre de la librería Ona en Barcelona.

 

Ona era una de las dos librerías en Barcelona que vendían libros editados exclusivamente en catalán. Nacida en 1962, sus promotores pretendían que se convirtiera en un foco de recuperación editorial de la literatura catalana. Hay que decir que a este propósito sirvió con excelencia durante muchos años. A raíz de la política lingüística de la Generalitat de Catalunya, que normalizó la presencia de libros en catalán en la mayoría de librerías, el modelo de Ona entró en crisis. Ona cerró el 21 de Septiembre, empujada a su vez por el cierre de la distribuidora de la que era propiedad, L’Arc de Berà.

 

El cierre ha dejado consternado a buena parte del sector editorial catalán, no sólo porque deja en la estacada y sin distribución a muchas pequeñas editoriales, sino porque la caída de un símbolo siempre deja algo huérfanos a los que se identificaban con él. Pero la caída de Ona es, en mi opinión, si no una buena noticia, sí un buen síntoma. Antes que alguien me atice con la nostalgia, intentaré argumentarlo:

 

a/ El modelo de librería monolingüe ya no se sostiene. Tuvo un papel importante en la recuperación de la literatura catalana y, con ella, la edición en catalán. Pero hoy en día es bastante fácil encontrar libros en catalán, al menos en las ciudades catalanas grandes y medianas. Todas las librerías tienen oferta en ese idioma. Que esa oferta no sea satisfactoria es algo de lo que hablaré más adelante en este artículo. En todo caso: cuando un negocio hiperespecializado deja de ser único en su especie, sucumbe. Sobretodo cuando la motivación del cliente ya no es fundamentalmente lingüística, no porque deje de leer en ese idioma, sino por lo contrario: leer en ese idioma es lo normal, es ya una opción.

 

b/ La sociedad catalana ya es casi trilingüe. En Catalunya, una librería con una oferta atractiva necesita libros en catalán, castellano, inglés y, a ser posible, una cuarta lengua como el francés o el alemán. ¿Por qué? Por la misma razón que las diferentes marcas de ropa instalan sus tiendas en la misma calle. Es anti intuitivo que Zara se beneficie de la proximidad de Mango y viceversa. Pero lo cierto es que la abundancia y diversidad de oferta mejora la demanda en proporciones mucho mayores que si sólo hubiera una tienda de una sola marca. Lo mismo pasa con los libros, sobretodo en sociedades casi trilingües como la catalana: lo que no encuentro en uno de mis idiomas usuales quizás esté en el otro. O quizás lo encuentre en alguna lengua con la que me defienda. Si esta oferta la tengo en un sólo establecimiento seré un asiduo del mismo.

 

c/ El futuro será digital, o no será: me refiero al futuro editorial de lenguas como la catalana, con unos 6 millones de hablantes activos y unos 10 millones que pueden entenderlo. Será digital por partida doble: es posible que Ona hubiera sobrevivido de haber apostado fuerte por un modelo de venta de libros-p mediante su página web. El paso siguiente hubiera sido la venta de libros-e. En el medio digital uno puede seguir siendo hiperespecialista. De hecho es preferible serlo, o de lo contrario nadie tendrá ninguna razón para acercarse a tu web. La paradoja, el drama, es que Ona no ha sobrevivido lo suficiente, o sus gestores no supieron dar ese paso a tiempo.

 

Que el futuro será digital, o no será, lo comprendieron en seguida los promotores de Edi.cat, una iniciativa especializada en libros en catalán impulsada por un grupo de pequeñas editoriales. Hace un par de años, cuando apenas hacía unos meses que existía Edi.cat, tuve la oportunidad de asistir a un par de mesas redondas en las que estaba presente alguno de sus responsables. Hubo algo que dijeron que me gustó mucho, que parafraseo de memoria, pero que venia a ser más o menos esto:

 

No sabemos a donde nos llevará Edi.cat. Quizás será nuestro futuro o quizás tengamos que cerrarlo al cabo de poco. Lo que tenemos claro es que el futuro es digital, que tenemos que estar, tenemos que hacer algo, aunque sea para poder equivocarnos lo antes posible.”

 

Y ahora volveré a la oferta poco satisfactoria a la que aludía antes. Las literaturas minoritarias, como la catalana, gallega, euskera o también la danesa, holandesa y sueca por citar algunos ejemplos equiparables, tienen un problema de masa crítica: su población de potenciales lectores está limitada por los hablantes de dicha lengua. La cadena de valor del libro-p funciona muy bien con economías de escala, lo que implica que cuanto mayor sea el público potencial, mayor será la rentabilidad. A mayor rentabilidad, más dinero disponible para géneros minoritarios o especializados que, a su vez, son más rentables porque su universo, pese a ser pequeño en cifras relativas, en números absolutos es grande. Pero las literaturas de lenguas minoritarias tienen un techo de cristal en cuanto a rentabilidad: por eso es raro, por ejemplo, que el género de ensayo tenga ediciones en catalán. No sólo por la gran competencia en castellano, sino porque el universo de potenciales lectores de ensayo en catalán es muy pequeño. Pero el universo es pequeño porque, a su vez, no hay oferta. En el caso de la edición catalana no hay oferta por varios motivos:

 

a/ Exceso de narrativa: con tiradas medias por debajo de los 3.000 e incluso los 1.500 ejemplares. Es el mismo problema que padecen literaturas con centenares de millones de lectores potenciales, pero la diferencia que marca la economía de escala estrangula la rentabilidad.

 

b/ Exceso de grandes clásicos “imprescindibles”: toda cultura que se recupera de un período de represión y postración padece un complejo de inferioridad que le conduce a pretender recuperar el tiempo perdido de golpe. ¿Resultado? En muy poco tiempo se editan en esa lengua todas aquellas obras consideradas “imprescindibles”. El problema es que nadie las lee, porque no interesan o porque sus posibles destinatarios, lectores adultos y formados, hace tiempo que las leyeron en otro idioma, por ejemplo en castellano.

 

c/ Falta de recursos para el resto: con las editoriales estranguladas por la baja rentabilidad de las cortas tiradas de narrativa y por los ruinosos resultados de la literatura “imprescindible”, no queda dinero para ese tipo de lector minoritario pero fiel, dispuesto a gastar una cantidad apreciable de dinero en títulos caros, que sabe reconocer y valorar la trayectoria de una editorial por encima de las demás.

 

d/ Asignación equivocada de subvenciones: las subvenciones se conceden con ánimo de conservar la cultura, y eso es un problema. No puede ser que se subvencione la enésima edición de un autor que lleva muerto 50 años pero que no se haga nada para editar en lenguas minoritarias, por primera vez, autores punteros en divulgación y pensamiento.

 

¿Hay modo de salir de ese círculo pernicioso? Lo hay. Cuando uno deja de manchar las páginas de tinta y pasa a llenar los discos duros de un servidor, las leyes de la economía de escala dejan de funcionar. Por eso el futuro será digital, pero sobretodo lo será para las literaturas en lenguas minoritarias, pues iguala las condiciones bajo las cuales se puede difundir una obra. Eso es lo que el Clúster gallego todavía no ve, lo que Ona no alcanzó a ver, o vio demasiado tarde y lo que las editoriales promotoras de Edi.cat ya saben.

 

Para poder equivocarnos lo antes posible…

Equivocarse es importante. En el paso al paradigma digital, más que importante, casi diría que es obligatorio. Si el error es soportable, si no se ha confundido la valentía con la temeridad, el primero en equivocarse será el primero en acertar. Al menos si persevera.

 

El futuro de la edición en gallego debería parecerse más a Edi.cat que a un Clúster creado para fortificarse, como si se tratara de un remedo de los oppida celtíberos oponiéndose al invasor romano. Numancia puede parecernos épica, pero fue una carnicería. Y nos parece épico a nosotros, más herederos de Roma que de los antiguos pueblos ibéricos de hace dos mil años, de los que quizás conservemos cierto acervo génico -y bastante diluido- pero muy poco cultural.

 

El papel y su cadena de valor nos dan seguridad, es lo que conocemos desde hace 500 años. Cinco siglos de ensayo-error han dado lugar a un sistema bien engrasado, que el cliente conoce a la perfección, pero que ahora se ve amenazado. La amenaza no es hacia el libro, que lleva milenios mutando, sino hacia el actual tinglado. Necesitamos empezar a equivocarnos más, u otros que llevan mucho más tiempo equivocándose vendrán a decirnos cómo debemos hacer las cosas.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor