– Foto: Heraldo de Aragón

Mi artículo Máster de Papel, en el que comentaba la poca adaptación del Máster en Edición IDEC – Universitat Pompeu Fabra a la realidad digital, ha recibido algunos interesantes comentarios que me han llevado a reflexionar acerca del cometido de un máster en un momento tan volátil para la edición.

La formación que un sector ofrece a sus profesionales dice mucho de su predisposición a innovar. A más resistencia en el seno de sus principales instituciones, menos evolución en sus principales instrumentos de formación. Es inevitable: las empresas aportan profesionales que forman a otros profesionales que su vez pasan a formar parte del sector –o ya formaban parte de él. Este es un modelo redundante muy adecuado cuando nada cambia y pensado para que nada cambie. De haber evolución, esta es necesariamente lenta. No es un mal modelo en sí; lo es en función de las circunstancias.

Hoy las circunstancias cambian a gran velocidad. Seguir enseñando casi lo mismo que hace un lustro cuando dentro de otro lustro casi nada será igual, no es adecuado. La formación debe dejar de ser la simple transmisión del mejor conocimiento profesional para ser un caldo de cultivo experimental del que surjan profesionales innovadores que ayuden, a su vez, a reconvertir las editoriales en empresas basadas en la innovación, no en la tradición.

Si en mi anterior artículo dedicado al Máster abogaba por la evolución de sus contenidos sin cambiar la estructura, hoy voy más allá: necesitamos cambiar la orientación de la formación de los profesionales para convertirlos a ellos y a las empresas con las que colaborarán en amantes de la innovación. Eso no implica tirar por la borda la valiosa experiencia atesorada en el libro analógico; los nuevos profesionales no inundarán las empresas de la noche a la mañana. Al contrario, de lo que se trata es de ir alimentando viejas estructuras con nuevas ideas mientras vamos aprovechando y reciclando lo que ya sabemos. Me consta que eso ya se hace en muchas editoriales, pero no es un comportamiento sistémico porque el sistema, encarnado en sus instituciones y estructuras, es refractario al cambio; cuando por suerte no lo frena, tampoco lo impulsa. Eso indica que, además de ir reciclando profesionales, debemos cambiar mentalidades; una cosa lleva a la otra.

¿Necesitan las actuales editoriales más conocimiento analógico? No, de hecho van tan sobradas de dicho conocimiento que eso les impide evolucionar, pues distraídos en lo concreto pierden visión de conjunto. No puede sorprendernos que la edición se muestre tan resistente a cualquier cambio, pues la innovación y la investigación no forman parte de su razón de ser. ¿Es sensato seguir transmitiendo los mismos conocimientos, año tras año, cambiando sólo alguna parcela aquí o allá? No parece muy sensato.

El sector, entendido como sistema y funcionando como tal, debe decidir si impulsa el cambio o se deja arrastrar por él. La historia industrial de este país no es nada halagüeña; abundando en el “que inventen ellos” hemos perdido demasiados trenes de la modernidad. Cierto es que se trata de la opción fácil y barata a corto plazo, tan cierto como que a medio y largo plazo es industrialmente suicida; que se lo pregunten a las víctimas de la reconversión industrial de los años setenta y ochenta.

Los líderes impulsan, el resto es más o menos arrastrado. Todos acaban viviendo del asunto, pero sólo los primeros pueden marcar las reglas del juego. En nuestro país, quienes marcan las reglas del juego en la formación de los profesionales son, a su vez, los líderes del mercado. Todo depende de diez, quince, acaso veinte personas. Todos se conocen. De ellos depende que puedan seguir marcando las reglas del juego en su parcela –esperemos que sea mayor en el futuro- y no verse arrastrados por aciertos ajenos. No olvidemos que los aciertos ajenos llegaron gracias a un montón de experimentos y errores previos. Seguimos equivocándonos poco porque seguimos experimentando poco, esa es nuestra principal equivocación.

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor