Erwin Schrödinger en 1933, poco antes de empezar a meter gatitos en cajas. Fuente: Wikipedia

El conocimiento tiene propiedades singulares. Para obtener conocimiento debemos acceder a información y a los datos que la sustentan. Para que los datos lleguen a ser información y esta, a su vez, conocimiento, necesitamos un proceso que los destile, que los depure. El inglés es un idioma de gran plasticidad y suele crear felices expresiones que describen con gran economía cuestiones que en otras lenguas exigen más palabras; una de ellas es data mining, torpemente traducida al castellano como minería de datos.

Si todas las latas de refrescos empiezan su vida en una mina de bauxita, todas las estrategias comerciales deberían empezarla siendo un montón de datos. El primer requisito para extraerlos es encontrar la mina adecuada a cada tipo de dato. Hay datos relativamente fáciles de obtener; en el caso del libro podemos buscarlos en varios informes de periodicidad diversa y fiabilidad variable. Encontraremos datos ya procesados es decir, información: facturación anual de todas las librerías, precio medio de los libros en España, índice de lectura de los ciudadanos y cosas así. La obtención de este tipo de datos es relativamente fácil porque todos han tenido lugar en el pasado y hay instituciones que se dedican a ello.

Hay otro tipo de datos más difícil de obtener porque, como vimos en el artículo anterior, están en manos de empresas que no los comparten o bien lo hacen de forma tan fragmentaria y dispersa que dejan de ser realmente utilizables.

Finalmente hay un tipo de dato muy difícil de obtener; en la cadena de valor del libro de papel hay unos usos y costumbres cuya última prioridad es generar información. Cualquier proceso digital es fácilmente trazable pero con los procesos analógicos no sucede lo mismo. La arquitectura de circulación de información en la distribución de libros de papel primaba el traslado del objeto libro al punto de venta; la información viajaba razonablemente bien para el contexto de finales del siglo XX pero hoy el mismo sistema ha quedado obsoleto.

Erwin Schrödinger fue un científico austríaco muy conocido por su contribución a la mecánica cuántica; en 1935 los físicos se devanaban los sesos intentando entender la física cuántica y algunos, como Schrödinger, proponían experimentos mentales como el del ya popular y desdichado gato que lleva su nombre. En la Wikipedia lo saben contar mucho mejor que yo:

Erwin Schrödinger plantea un sistema que se encuentra formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato en su interior, una botella de gas venenoso y un dispositivo, el cual contiene una sola partícula radiactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.

[…] Según los principios de la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema en ese momento (su función de onda) será el resultado de la superposición de los estados «vivo» y «muerto» (a su vez descritos por su función de onda).

[…] Pero cuando abramos la caja y queramos comprobar si el gato sigue vivo o no, perturbaremos este estado y veremos si el gato está vivo o muerto.

Ahí radica la paradoja. Mientras que en la descripción clásica del sistema el gato estará vivo o muerto antes de que abramos la caja y comprobemos su estado, en la mecánica cuántica el sistema se encuentra en una superposición de los estados posibles hasta que interviene el observador, lo que no puede ser posible por el simple uso de la lógica. El paso de una superposición de estados a un estado definido se produce como consecuencia del proceso de medida, y no puede predecirse el estado final del sistema: solo la probabilidad de obtener cada resultado. […].[1]

En nuestra realidad cotidiana –clásica, newtoniana– el gato no puede estar vivo y muerto a la vez aunque esté encerrado en esa misma caja; en esta misma realidad un determinado libro debe haber sido vendido en la librería o devuelto al distribuidor pero las cosas no son tan sencillas; en nuestra realidad hay un momento en el que ese libro está a la vez vendido y devuelto.

Se trata del libro de Schrödinger.

Todos los libros de papel que se distribuyen por la cadena de valor convencional pasan por una fase de Schrödinger cuando el distribuidor le dice al editor que ha colocado todos los ejemplares en los puntos de venta[2], es decir, que los ha mandado y han llegado allí. Nada más. Si el librero los ha pedido los ubicará donde crea más oportuno; si le ha llegado por el servicio de novedades del distribuidor puede que el libro sea devuelto sin siquiera salir de la caja o bien le encuentre un sitio en la librería. Esto es lo que hay detrás de la expresión ‘colocar el libro en la librería’.

A los fabricantes de lavadoras no les suceden estas cosas. No existen las ‘lavadoras de Schrödinger’.

La superposición de estados del libro de Schrödinger depende de la posición del observador. Para el librero el libro está devuelto, a la venta o vendido, nunca las tres cosas a la vez. Es el editor quien experimenta la superposición de estados; es posible que dicha paradoja se prolongue durante varias semanas.

La principal consecuencia de todo esto es que el editor no puede tomar determinadas decisiones vitales para la rentabilidad de su negocio: ¿Se encuentra en situación de rotura de stocks? ¿Hay librerías desabastecidas? ¿Los lectores están comprando libros o los libreros los van a devolver todos? Editores bisoños o poco escarmentados han llamado con entusiasmo al impresor ordenando una nueva tirada para verse sorprendidos, al cabo de unos días, con que una parte importante de los ejemplares ‘colocados’ de la primera tirada volvían al almacén; el libro de Schrödinger había muerto.

Durante décadas los editores se han tomado esta paradoja como una fatalidad. Inventar Internet fue muy útil para empezar a solucionar algunas cosas y hace unos años aparecieron en el mercado español del libro algunas herramientas que ya permiten saber en muy poco tiempo en qué estado se encuentra un libro. El problema es que el uso de esas herramientas no está lo suficientemente extendido y lo primero que salta a la vista es su poca integración: muchos libreros ni usan SINLI, LibriRed ni DILVE; muchos editores no están en DILVE y sólo disponen de la información del distribuidor; la mayoría de editores ni siquiera responde a la encuesta con la que la FGEE realiza el Informe de Comercio Interior del Libro; más de la mitad de editores independientes no está agremiada, situación parecida a la de los libreros independientes; algunos gremios de libreros no están en CEGAL.

Sería injusto infravalorar los esfuerzos que el sector ha llevado a cabo durante los últimos años –los mencionados DILVE y LibriRed son dos buenos ejemplos– pero ni han tenido el alcance y la ambición necesarios –todostuslibros.com– ni, en ocasiones, han ido en la dirección correcta –un día tenemos que hablar de Libelista. El informe Sistema de indicadores y de gestión de las librerías en España 2016 demuestra que la mayoría de las librerías o bien no usa ninguna de las herramientas anteriormente señaladas o no las usa adecuadamente.

Muchos editores ya empiezan a saber si el libro de Schrödinger está medio vivo o medio muerto pero la situación, en mi opinión, dista de ser óptima y el enfoque institucional no es halagüeño: cada vez que un responsable institucional del libro dice algo parecido a “el uso de estas herramientas alcanza el muchos tantos por ciento de la facturación del sector” está confirmando que no ponen el foco donde deben: en combatir la propia incertidumbre del sistema.

La incertidumbre es enemiga de la rentabilidad

Las plataformas nacidas en la web 2.0 incorporaron desde un primer momento la adquisición y procesado de grandes volúmenes de datos y eso les dio una gran ventaja competitiva. La arquitectura de su negocio está pensada para recabar todos los datos que necesitan y, si se tercia, alguno más. Cada vez que un usuario se da de alta en cualquier plataforma se retrata y luego enriquece ese retrato con su comportamiento.

Cada día miles de editores, libreros, distribuidores, autores y otros agentes del libro vierten millones de datos a un enorme torrente que las grandes plataformas de e-commerce recogen y embalsan (casi) sin coste. Otra de las paradojas del sistema es que las herramientas que hacen la vida tan fácil a esas plataformas –LibriRed, DILVE, SINLI, etc.– las ha pagado el propio sector del libro con generosas subvenciones del Estado; la mismísima Libranda fue el gran regalo de bienvenida que la edición española le hizo a Amazon cuando se instaló en el país.

Todos los esfuerzos que el sector ha realizado para disipar la incertidumbre han redundando en un refuerzo de los adversarios sistémicos, en primer lugar Amazon; tal como Julieta Lionetti me recordaba hace unos días en Twitter a tenor de mi anterior artículo: “la propuesta valdría si las editoriales considerasen a Amazon como su competencia (de vida o muerte, además), pero las editoriales ven como su competencia a las otras editoriales”[3]. Tiene toda la razón y explica de forma sucinta el erróneo enfoque estratégico del sector.

Hace veinte años el competidor de una editorial era cualquier editorial que publicara libros parecidos a los suyos. Hoy en día el competidor –más importante, el adversario– es todo aquél que, como Amazon, interfiere y modifica el comportamiento de los consumidores hasta el punto que dejan de leer libros. Mientras tanto seguirán vendiéndolos pero sólo como una commodity, como un artículo que complementa una oferta cuyo principal valor añadido está en otros productos y servicios.

Si desarrollar herramientas de información no redunda en una mayor transparencia del mercado y sigue poniendo los datos recabados en manos de aquellos que van a comerciar con ellos sin un especial interés en vender libros más le valdría al sector retroceder a los años ochenta del siglo XX y volver a operar con teléfono, fax y albaranes porque la distancia competitiva no dejará de aumentar.

La solución es trabajar para unificar las herramientas de información del sector, que estas sean gratuitas y sus datos de libre acceso. Su gratuidad debería estar garantizada por el Estado mediante una colaboración público-privada en la cual el Estado se asegurara del cumplimiento de las reglas del juego sufragando el coste del sistema a cambio que el sector privado abriera los datos a todos los agentes del sector sea cual fuere su tamaño. ¿La contrapartida a tal gratuidad? Todo aquel que quisiera operar en el mercado del libro estaría obligado a participar en dicho sistema de información.

Con eso sólo habríamos solucionado la mitad del problema: acabar con el libro de Schrödinger.

La otra mitad es mucho más complicada porque depende del cambio de comportamiento de los editores. He hablado de esta cuestión ya muchas veces y no me extenderé demasiado: hay que conocer al cliente y me refiero al lector. Las editoriales necesitan conocer a sus clientes porque ese tipo de datos no se puede compartir; Amazon no lo comparte con nadie –y no tiene por qué, son genuinamente suyos– y los editores tampoco tendrían por qué hacerlo. Si todos los editores tuvieran una base de datos de clientes adecuadamente cualificada con la que trabajar a largo plazo dependerían mucho menos de Amazon y del resto de gigantes.

Se trata de compartir lo que Amazon ya sabe para acabar con el valor posicional de dichos datos y de no compartir lo que Amazon nunca podrá saber para que, precisamente, cada editorial pueda ganar en valor.

 

FIRMA 150

 

[1] En palabras del propio Schrödinger:

One can even set up quite ridiculous cases. A cat is penned up in a steel chamber, along with the following device (which must be secured against direct interference by the cat): in a Geiger counter, there is a tiny bit of radioactive substance, so small, that perhaps in the course of the hour one of the atoms decays, but also, with equal probability, perhaps none; if it happens, the counter tube discharges and through a relay releases a hammer that shatters a small flask of hydrocyanic acid. If one has left this entire system to itself for an hour, one would say that the cat still lives if meanwhile no atom has decayed. The first atomic decay would have poisoned it. The psi-function of the entire system would express this by having in it the living and dead cat (pardon the expression) mixed or smeared out in equal parts.

It is typical of these cases that an indeterminacy originally restricted to the atomic domain becomes transformed into macroscopic indeterminacy, which can then be resolved by direct observation. That prevents us from so naively accepting as valid a “blurred model” for representing reality. In itself, it would not embody anything unclear or contradictory. There is a difference between a shaky or out-of-focus photograph and a snapshot of clouds and fog banks.

[2] No todos los editores tienen la suerte de ver colocados todos los ejemplares de todos sus libros pero para ilustrar este caso nos va a venir muy bien suponerlo.

[3] https://twitter.com/JulietaLionetti/status/976169580996546561

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor