Rara avis in terris nigroque simillima cygno

Juvenal, siglo II e.c.

El explorador holandés Willem de Vlamingh fue el primer europeo en ver un cisne negro cuando llegó a la actual Australia Occidental en 1697. Nadie en Europa había visto ninguno y todo el mundo estaba seguro de que no existían. Desde entonces empezó a usarse el término cisne negro para referirse a un suceso considerado imposible o altamente improbable. A principios de este siglo, Nassim Nicholas Taleb se ocupó de este tipo de fenómenos, primero en su libro sobre mercados financieros Fooled by Randomness (2001) y luego en The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable (2007) (El cisne negro. El impacto de lo altamente improbable. Paidós, 2011). Dice Taleb en el primer capítulo:

This is a book about uncertainty; to this author, the rare event equals uncertainty. This may seem like a strong statement —that we need to principally study the rare and extreme events in order to figure out common ones— but I will make myself clear as follows. There are two possible ways to approach phenomena. The first is to rule out the extraordinary and focus on the “normal.” The examiner leaves aside “outliers” and studies ordinary cases. The second approach is to consider that in order to understand a phenomenon, one needs to first consider the extremes —particularly if, like the Black Swan, they carry an extraordinary cumulative effect.*

El libro en España ha vivido décadas de estabilidad gracias a una legislación que lo aislaba razonablemente bien de unas circunstancias económicas y sociales que pusieron en peligro otros muchos sectores. Durante la reciente crisis económica perdió un tercio de la facturación, quedó tocado pero no hundido gracias a su tamaño y a la resiliencia de unas estructuras que gozan de una mala salud de hierro. Durante la crisis perdimos lectores, editoriales, distribuidores, librerías e inversión pública en libros y bibliotecas. La presión fue intensa, uniforme, repartida en el tiempo y afectó por igual a todos los eslabones de la cadena; cualquier cadena, por débil que sea, resiste especialmente bien la tensión uniforme y sin grandes sacudidas.

Una crisis económica clásica es un evento para el que nuestro sector está bastante bien preparado y es el tipo de amenaza que sabemos afrontar pese a todos nuestros problemas. Hace tiempo que la obsoleta especialización de la cadena de valor del libro y sus rígidas estructuras son un problema para competir con nuevos actores que definen las reglas por sí mismos: Amazon, Google, Apple, Netflix, Facebook y un etcétera cada vez más largo que, o bien inciden directamente en nuestro negocio, o lo alteran, desplazando y cambiando la percepción del valor de lo que hacemos entre los lectores en particular y los consumidores en general.

La mayoría de los editores comerciales —es decir, los que no publican libro de texto— están en Catalunya y Madrid, y también es donde se venden más libros. La primavera libresca tiene dos fechas señaladas: el 23 de abril, Día del Libro —a la sazón festividad o diada de Sant Jordi en Catalunya— y la Feria del Libro de Madrid, que se celebra durante la primera quincena de junio. La facturación en Catalunya durante el Día del Libro de 2019 fue de algo más de 22 millones de euros, mientras que la de la última Feria del Libro de Madrid alcanzó los 10 millones. 32 millones de euros solo son el 2% de la facturación total de 2019 una vez descontado el libro de texto, es decir, 1.570.300.000€ aproximadamente.

No habrá Sant Jordi y la Feria del Libro de Madrid se pospone y se celebrará del 2 al 18 de octubre. Un 2% no es un impacto insoportable para un sector que, durante la crisis, afrontó pérdidas anuales superiores al 5%. Esto es grave pero todavía no es nuestro cisne negro.

El problema está en el momento en el que estas pérdidas se producirán, cómo se van a distribuir y durante cuánto tiempo. La primavera es fuerte en ventas desde hace décadas y los editores invierten más en lanzamientos, colocación en librerías, presentaciones y promoción. En comparación, los meses de julio, agosto, octubre, noviembre, enero y febrero son discretos, flojos e incluso penosos. El sector del libro comercial vive de la actividad de marzo, abril, mayo, junio, septiembre y diciembre aunque, para algunos, junio debería ir en la otra lista. Esto afecta a la dinámica de toda la cadena.

Ahora mismo los editores ya han realizado la inversión más importante del año y la mayor parte de los libros ya están impresos; en enero empezaron a entregar las novedades a los distribuidores, la mayoría lo hizo en febrero y los últimos acaban de hacerlo. Los pedidos que los libreros cursan a los distribuidores durante el mes de marzo —los más rezagados todavía aprovechan la primera quincena de abril— son, junto con los de Navidad, los más grandes de todo el año. Estos pedidos, a los que se les llama “colocación” o “implantación”, son en firme con derecho a devolución, algo que deja muy tranquilos a los libreros. El objetivo de todos es que las ventas siempre superen con holgura a las devoluciones. 

Como en una bicicleta, la clave está en no dejar de pedalear. Durante la crisis económica el sector lo pasó muy mal pero nunca dejó de pedalear porque el calendario anual siempre funcionó, siempre hubo temporadas con ventas más altas.

¿Qué sucede si el calendario anual se ve afectado durante la temporada en la que más libros se venden? Todavía más importante, ¿qué sucede si las ventas empiezan a desplomarse cuando los editores ya han realizado toda la inversión y los libreros han realizado un grueso importante de sus pedidos? Es decir, ¿qué sucede si las devoluciones superan a las ventas —o estas se quedan muy cortas— en la temporada en la que debería estar pasando todo lo contrario?

El peor cisne negro

Hasta el miércoles 11 de marzo, la mayoría de libreros realizaban sus pedidos al ritmo y volumen habituales. El 12, algunos editores y distribuidores empezaron a limitar los pedidos, tanto en número de ejemplares como en títulos, mientras la Feria del Libro de Madrid anunciaba su aplazamiento y la Cambra del Llibre de Catalunya decía que se reuniría el martes 17 para tomar una decisión sobre Sant Jordi. El mismo día Patrici Tixis, presidente del Gremi d’Editors de Catalunya y de la Cambra del Llibre de Catalunya —y director de comunicación corporativa del Grupo Planeta— declaraba al diario en catalán Ara que “Sant Jordi se celebrarà, però ja veurem com” y añadía que “hem d’esperar una mica, encara no estem en l’escenari de plantejar-nos anul·lar la diada, en parlarem la setmana entrant”, para terminar de arreglarlo así: ”encara tenim marge i la nostra previsió és que se celebri amb normalitat”. En el mismo artículo, editores, libreros y distribuidores con la cabeza en su sitio se mostraban mucho más prudentes, por no decir resignados a una realidad que se recrudecía cada día que pasaba; no había que mirar hacia el gobierno español sino hacia lo que ya había ocurrido en China e Italia para saber lo que se avecinaba. El 13, viernes, los pedidos ya estaban frenando y algunos distribuidores empezaban a plantearse medidas de contención de daños. A mediodía, el Gobierno anunciaba la declaración del estado de alarma para el sábado 14 y varias comunidades autónomas barajaban la posibilidad de cerrar algunos comercios, como bares y restaurantes. El 14, el gobierno empezó a cerrar comercios susceptibles de albergar grandes grupos de personas; el mismo día, el Gremi de Llibreters de Catalunya recomendaba que las librerías cerraran hasta nuevo aviso, una medida que muchas de ellas —de todos los tamaños— ya habían empezado a adoptar el día anterior. La noche del 14 se publicó la lista de comercios que podían abrir y en ella, aunque hay quioscos, no están las librerías.

Pasar de una percepción de normalidad a la declaración del estado de alarma en solo tres días es un cisne negro y, por el momento preciso en el que llega, es el peor cisne negro. La misma crisis en verano hubiera tenido un impacto mucho menor para el libro comercial.

¿En qué situación estamos?

En primer lugar, no confío en la rapidez de reflejos ni en la transparencia de las instituciones del libro. España es ese país que se vanagloria de tener uno de los principales mercados editoriales del mundo y en el que, por ejemplo, resulta muy difícil saber cuánto facturan las librerías cada mes, entre otros datos básicos. Es mucho más fácil obtener ese mismo dato del sector del libro de Brasil, porque allí el Sindicato Nacional de Editores de Livros, junto con Nielsen, publica un informe mensual bastante exhaustivo. No busquen nada parecido en España. No existe.

No tenemos estos datos —ni los vamos a tener a corto plazo— pero he podido recabar otra información. Al parecer, cuando los distribuidores empezaron a dejar de servir pedidos, los libreros ya habían comprado hasta el 50% de los libros previstos para la campaña del Día del Libro y el resto de la primavera; los grandes y medianos editores tenían previsto reimprimir a medida que los títulos más vendidos se fueran agotando, pero al menos la primera edición de casi todo ya estaba, o bien en las librerías, o bien en los almacenes de los distribuidores. Algunos editores llegaron a tiempo de posponer el lanzamiento de novedades. Aunque importante, este frenazo no será suficiente para evitar lo que se avecina.

Ahora mismo las librerías están cerradas, van a seguir cerradas dos semanas y, si atendemos a los calendarios de países como Italia o China, tenemos para uno o dos meses antes de ver la luz al final del túnel. Nos enfrentamos a un descenso de ventas, para toda la campaña de primavera, de al menos el 50% de la facturación. 

Pronostico un 50% porque si las pérdidas fueran mayores no tendría ningún sentido seguir hablando de todo esto.

¿Y ahora, qué?

El mal ya está hecho. Este golpe se produce en una época del año en el que las ventas deberían ser como las de años anteriores o subir un poco, no bajar. Los libreros tienen un montón de libros que no han vendido y ya saben que no los van a vender.

¿Los libreros van a devolver todo lo que ya han comprado? Es posible, incluso previsible. La Ley del Libro obliga a respetar el precio fijo pero no dice nada de las devoluciones, a las que los distribuidores se comprometen por contrato frente a los libreros. Si en cuanto vuelvan a abrir los libreros empiezan a devolver esa cantidad de libros, los editores y distribuidores lo pasarán muy mal. Ante un escenario de ventas muy bajas y un stock muy grande, los libreros devolverán más de lo habitual para compensar los ingresos perdidos y poder pagar sueldos, alquileres y otros gastos generales. Es decir: devolver no será una simple cuestión de rentabilidad sino de pura supervivencia. Este tipo de devoluciones no debería producirse en una época del año en la que muchos libreros hacen caja para aguantar los meses de vacas flacas. Si no hacen esa caja —y no la harán— buscaran el dinero en el único lugar disponible: las devoluciones.

A principios de cada mes el distribuidor informa al librero de las ventas —la colocación o implantación— de sus libros en librerías y, de ellas, resta las devoluciones de ese mismo mes; la cantidad final, que puede ser negativa, es lo que el editor facturará al distribuidor. Los distribuidores liquidan —o descuentan— esas facturas con una demora de entre 90 y 120 días. Si, como tienen estipulado por contrato y costumbre, los distribuidores aceptan las devoluciones de marzo, abril, mayo y junio, informarán a los editores a mes vencido, y luego liquidarán o descontarán en julio, agosto, septiembre y octubre las cantidades correspondientes. Cada editor afrontará su propio drama pero hay tres escenarios:

  • Más ventas que devoluciones (como en un año normal).
  • Más ventas que devoluciones (pero muchas menos ventas de las esperadas).
  • Más devoluciones que ventas.

Podemos descartar el primer escenario. Puede que la crisis del COVID-19 se haya resuelto a finales de junio pero los meses de verano siempre arrojan ventas bajas, seguidos de un septiembre y octubre discretos. No es mala idea que la Feria del Libro de Madrid se haya desplazado a octubre, sería buena idea hacer lo mismo con Sant Jordi y puede haber una pequeña recuperación en espera de una campaña de Navidad muy próxima. La pregunta es en qué estado llegarán muchos editores, libreros y distribuidores a verano y otoño.

La mayoría de editores y libreros adolecen de una capitalización precaria, viven casi al día y no disponen de financiación bancaria suficiente. El impacto del segundo escenario pondrá en un aprieto a muchos editores y obligará a cerrar a bastantes. El tercer escenario obligará a cerrar a muchos más. El mayor peligro es caer en una espiral bajista que provoque la descapitalización progresiva de un sector que ya va corto de liquidez:

  • A finales de marzo, en abril o cuando vuelvan a abrir, los libreros empezarán a devolver lo que no han vendido, lo que creen que no podrán vender, y algo más para compensar la bajada de ingresos y por pura supervivencia. Estas devoluciones se prolongarán durante mayo, algo menos en junio y podrían durar todo el verano a un ritmo mucho menor.
  • Los distribuidores aceptarán estas devoluciones y las trasladarán a los editores durante el verano. Lo contrario, no aceptar todas o parte de las devoluciones, nos situaría en un grave riesgo de colapso pues muchos libreros se verían obligados a cerrar o a no aceptar la colocación de más libros durante un tiempo indefinido.
  • Los editores, que ya están avisados, empezarán a posponer las novedades que tengan previstas para otoño. El parón de la actividad ya ha empezado y podría prolongarse todo el verano. Para compensar la bajada de ingresos despedirán algunos trabajadores y reducirán las colaboraciones externas. 
  • Posponer las novedades de otoño implicará posponer, a su vez, la compra de nuevos títulos de cara al año siguiente porque lo que debería salir en otoño saldrá —si sale— para el invierno o primavera de 2021. 
  • Menos títulos en otoño tendrán una menor implantación en librerías porque el sistema seguirá intentando digerir el empacho de primavera; esa es una buena noticia para los libreros pero no para los editores —ni los distribuidores— que seguirán necesitando más que nunca que las colocaciones superen con mucho las devoluciones.
  • Durante estos meses cerrarán editoriales, librerías y, posiblemente, algunos distribuidores, agravando con las correspondientes suspensiones de pagos la situación de los que sigan en pie.
  • Aquellos que puedan permitirse el lanzamiento de novedades o la reimpresión de títulos ajustarán las tiradas todo lo posible; sumado al aplazamiento de novedades, el impacto en el sector de imprentas y artes gráficas también será considerable.
  • Paradójicamente, los primeros y últimos en recibir el golpe serán los autores: los primeros porque los editores, en previsión del desplome de ingresos, se verán tentados de posponer la liquidación de derechos correspondientes a 2019 que debe empezar este mismo mes de marzo. Los últimos, porque en marzo de 2021 notarán el desplome de las ventas en 2020.

Aquí la bicicleta empieza a ir demasiado despacio y puede entrar en una pérdida neta constante con un crecimiento peligroso de las devoluciones durante varios meses hasta hacer imposible la operativa de una parte de las editoriales y distribuidores. Si, pese a todo, la mayoría de los editores todavía fueran capaces de lanzar las novedades de otoño —cosa que dudo— se encontrarían con muchos libreros que no podrían aceptar sus libros porque la Primavera Negra también habría vaciado sus cuentas. 

Cada vez se lanzarían menos títulos y cada vez cerrarían más editoriales y librerías. Si el grueso de distribuidores consiguiera aguantar, muchos editores podrían capear el temporal pero si alguno —o algunos— de los distribuidores medianos o grandes quiebra puede llevarse con él a buena parte de las editoriales que distribuya. Cuando un distribuidor cierra sin avisar los editores con los que trabaja se quedan fuera del mercado de la noche a la mañana; incluso si hay previo aviso los editores y libreros pueden encontrarse ante una suspensión de pagos. En este contexto, en función del número de editores que se queden sin distribuidor, el resto no podrá asumir los libros de las editoriales que se queden al pairo. Esto ya ha sucedido cuando ha cerrado una pequeña distribuidora; en nuestro contexto los efectos serán peores. Incluso un mercado como el estadounidense lo pasó mal cuando el gran distribuidor Baker & Taylor dejó dicha actividad, no por crisis ni cierre sino por un nuevo enfoque del negocio, avisando con tiempo suficiente. Los distribuidores norteamericanos, con Ingram a la cabeza, tuvieron bastantes problemas para absorber la actividad que dejaba B&T pese a disponer de un plazo de meses y operar en un mercado más saneado que el español.

Conclusiones (provisionales): Primavera Negra

Ya podemos hablar de una Primavera Negra para el sector del libro en España. A grandes rasgos, esta es la situación:

  • No estamos ante una crisis normal. Lo que está sucediendo golpeará la cadena de valor del libro en su punto más débil porque romperá el ciclo anual y, con él, el gran balón de oxigeno que la campaña de primavera representa para todo el sector. Sin ese oxígeno empezarán a caer los eslabones de la cadena.
  • Los primeros eslabones serán las librerías más precarias, más vulnerables y las que más necesitan los ingresos de estos meses para aguantar el resto del año. Ni devolviendo muchos más libros que los comprados justo antes de la temporada van a sobrevivir porque los gastos acumulados serán superiores a lo que puedan vender y devolver. Algunas de esas librerías más débiles empezarán a cerrar durante la primavera, otras lo harán durante el verano. Las que lleguen a otoño y Navidad tendrán alguna oportunidad. Ojo, cada librería que cierre mandará a devolución un montón de libros, aunque en estos casos y con el contrato en la mano muchos distribuidores no los aceptan.
  • Después empezarán a cerrar las editoriales más descapitalizadas y dependientes del ciclo. No podrán afrontar las devoluciones porque la baja actividad de los meses posteriores no lo permitirá. Es posible que una vez pase la crisis haya cierto efecto rebote en forma de consumo aplazado, pero no cubrirá, ni de lejos, las pérdidas de todos los meses anteriores. Si sus distribuidores se pueden permitir demorar lo suficiente el descuento de las devoluciones quizás tengan opciones. En caso contrario, las más débiles empezarán a cerrar en verano, muchas durante el otoño y llegar a Navidad puede que no sirva de nada porque, recordemos, el distribuidor paga a 120 días. En cualquier caso, ese dinero mantendrá la editorial en pie pero puede que no le permita mantener la actividad suficiente para lanzar nuevos títulos, conseguir una buena implantación y volver a subir a un ciclo de implantación – devolución con saldo suficiente, positivo y holgado.
  • La suma de devoluciones, cierre de librerías, cierre de editoriales y descenso de lanzamientos golpeará, finalmente, a los distribuidores. Su negocio se basa en los grandes números y a partir de cierto descenso los costes ya son excesivos, los márgenes se van al guano y con ellos la rentabilidad. En abril y mayo deben liquidar a los editores la actividad de Navidad —lo que las librerías hayan pedido en noviembre y diciembre— sabiendo que las grandes ventas de primavera no se van a producir y llegarán grandes devoluciones. Los grandes y algunos de los medianos distribuidores pueden estar razonablemente bien financiados y pueden arrimar el hombro —si quieren— para paliar las penurias de las librerías y editoriales pero otros mediados y pequeños distribuidores también están en precario y viven al día con lo que vamos a ver varios cierres antes de que acabe el año.

Ahora mismo es imposible medir con detalle el impacto de todo esto, pero será grande. Las estructuras gremiales e institucionales del libro en España no están acostumbradas a reaccionar con rapidez, imaginación ni creatividad y esta vez tampoco lo harán. Sí podrían hacer algo muy sencillo y útil: publicar los datos de facturación mensual de 2019, de lo que llevamos de 2020 y de los meses que están por venir. Así, todos veremos la magnitud del desastre en tiempo real —al menos, a mes vencido— y podremos obrar en consecuencia sin depender de las palabras de unos responsables, presidentes y secretarios de gremios y asociaciones a los que cada vez cree menos gente. 

No tengo una bola de cristal. Tampoco una varita mágica. No tengo la solución a todos los problemas y los que más me han leído saben que me equivoco más que acierto, pero con los datos disponibles en la mano es difícil, ahora mismo, ver las cosas con más optimismo. Habrá quien crea que soy alarmista por escribir artículos como este. Yo creo que la mejor manera de afrontar un problema tan grave como el que se nos viene encima es empezar a decir las cosas por su nombre. Voy a seguir haciéndolo, en este blog, a medida que se desarrollen los acontecimientos.

Editores, libreros, distribuidores, autores, profesionales del libro en general, el que quiera ponerse en contacto conmigo y contarme su punto de vista, sus problemas, su realidad, puede hacerlo a:

bernat@bernat-ruiz.com

(*) Traducción al español: Este es un libro sobre la incertidumbre; para este autor, los sucesos raros equivalen a incertidumbre. Esto puede parecer una afirmación fuerte —que necesitamos estudiar principalmente los eventos raros y extremos para descubrir los más comunes— pero quiero dejar algo claro. Hay dos formas posibles de abordar los fenómenos. El primero es descartar lo extraordinario y centrarse en lo “normal”. Se dejan de lado los “valores atípicos” y se estudian los casos comunes. El segundo enfoque es considerar que para comprender un fenómeno, primero hay que considerar los extremos —especialmente si, como el cisne negro, tienen un efecto acumulativo extraordinario.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. […] No és una previsió, estic descrivint el que passa com ja vaig fer més extensament fa uns dies quan parlava de com es veuria afectat el sector del llibre a tot Espanya. […]

  2. […] donde reflexiona sobre los posibles impactos que puede tener la pandemia en la industria del libro (Bernat Ruiz, 16 […]

  3. […] el newsletter pasado les compartimos un artículo de Bernat Ruiz donde daba sus impresiones sobre cómo la cadena de valor del libro se verá afectada debido a la […]

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