La rendición de Breda

La rendición de Breda / Obra de dominio público, fuente: Wikipedia

Que pregunta más tonta ¿verdad? Todos sabemos qué es una editorial independiente. Que todos tengamos una idea –nuestra idea– no significa que sea compatible con la de los demás ni mucho menos que sea cierta. Antes de seguir le ruego que responda a la pregunta:

¿Qué es, para usted, una editorial independiente?

¿Tiene una respuesta? No es necesario que sea muy elaborada, ni siquiera que sea correcta, basta con que tenga una idea aproximada. Ahora ya podemos empezar.

El pasado día 27 de enero la periodista María Jesús Espinosa de los Monteros escribía en El País acerca de la editorial Cabaret Voltaire:

Su nacimiento [el de Cabaret Voltaire] se inserta en el llamado boom de las editoriales pequeñas que, según Miguel Lázaro, después comenzaron a llamarse “editoriales independientes”. Nacieron cuando todavía la crisis no había golpeado con toda su fuerza, cuando las librerías no cerraban, cuando las editoriales vendían más ejemplares de los que los lectores leían. Después llegó el caos: “Con la explosión de las pequeñas editoriales llegaron algunas que pervirtieron el mercado. Ahora, por ejemplo, la rotación de un libro en una librería no dura más de quince días”. Pero ¿cómo diferenciar a una de las otras? ¿Cuáles enriquecen el mercado y cuáles la envician? En Cabaret Voltaire querían actuar de un modo estrictamente opuesto: “Nosotros publicamos ocho o diez libros al año y dedicamos todo el tiempo necesario a cuidar la promoción y comunicación de cada libro”, explica el editor.

Sólo desde el desconocimiento del mercado del libro es posible afirmar, como Miguel Lázaro, que la explosión de pequeñas editoriales pervirtió el mercado.

Las editoriales independientes o pequeñas –pronto llegaremos a eso– no son las responsables de la burbuja editorial ni de la alta rotación de los libros en las librerías por, al menos, dos motivos: el primero, como el propio Lázaro comenta en el artículo, es que si quieren sobrevivir se ven obligadas a cuidar mucho cada uno de sus títulos; no pueden jugar a la lotería del best-seller en castellano porque ni siquiera disponen de la estructura ni el dinero para sostener el esfuerzo industrial y comercial que exigiría tal volumen de ventas y porque si palman con varias novedades bajan la persiana.

El segundo motivo tiene que ver con algo que Txetxu Barandiarán comentaba poco antes de Navidad acerca de la concentración de las ventas en títulos y ejemplares; escribía Txetxu: Se reparte, casi en el 66 % sólo entre dos actores en lo que a títulos se refiere. Y se reparte en el 82%, en lo que a ejemplares se refiere, entre cuatro actores.

Con la crisis la concentración ha tendido a aumentar; el panorama no era muy distinto cuando nació Cabaret Voltaire y por estas razones –y otras de menor enjundia– los editores pequeños, los editores independientes, no son los culpables de la sobreproducción.

¿Se puede ser independiente sin ser pequeño?

Hay dos formas de entender el concepto ‘editorial independiente’: la primera se basa en suponer que la editorial independiente cuida más lo que edita, es artesana, vocacional, sacrificada, luce un proyecto editorial más profundo y de largo recorrido que tiene como objetivo la ilustración e iluminación de los ciudadanos. La segunda se limita afirmar que no depende de ninguna otra editorial ni grupo editorial.

En una interesante sobremesa con café y buenos destilados acerca de lo divino, lo humano y lo inefable nos quedaremos con la primera definición pero si queremos hablar con propiedad de la industria editorial, de su cadena de valor y del papel que juega cada uno, deberemos optar por la segunda. Es decir:

Una editorial es independiente cuando no depende de otra editorial, de un grupo editorial ni cuenta con tamaño suficiente para influir decisivamente en las condiciones del mercado.

Toda independencia es relativa; ninguna empresa que compita en un mercado es completamente independiente. El grado de independencia será mayor o menor pero nunca absoluto.

Cómo desempeñe su labor una editorial independiente es algo que debe importarnos relativamente poco y dependerá de géneros, autores, público, manías del editor, entre otras condiciones. Lo fundamental es que quien ostente la dirección de la editorial lo haga sin necesidad de pedir permiso a nadie de fuera. Se es independiente cuando la culpa de los éxitos y los fracasos –excepto causa mayor– siempre se queda en casa.

A partir de ahí hay dos formas de dejar de ser independiente: pasar a depender de otro o alcanzar un tamaño sistémico. Los límites pueden ser borrosos; hace un año que Anagrama dejó de ser independiente y pasó a formar parte del grupo Feltrinelli. Que Jorge Herralde y Carlo Feltrinelli sean muy buenos amigos no impide que al segundo, en un arranque matutino, le dé por cerrar la editorial, reenfocarla a la novela rosa o venderla a otro gran grupo. Ya sabemos que esto es un honorable pacto de caballeros que concierne a la Eternidad pero, si quisiera, podría hacerlo. Hoy mismo. Anagrama no es una editorial independiente y eso es algo que producirá mareos a más de uno.

Más complicado es saber cuándo una editorial –normalmente un grupo editorial– alcanza un tamaño sistémico que le permite influir en las condiciones del mercado ya sea en sueldos, honorarios profesionales, royalties, márgenes, autores, modas y géneros, entre otras cosas. Que el Grupo Planeta es sistémico es fácil de deducir; grupos medianos como Ediciones B o RBA, sin ser tan grandes como Planeta, tienen suficiente tamaño como para imponer sus condiciones e influir en los actores más pequeños de la cadena de valor. Ambos son grupos. Ergo no podemos considerarlos independientes.

No se puede ser un grupo independiente. No es una cuestión de número sino de escala e incluso de concepto de negocio. Una editorial realmente independiente basa su negocio en la venta –con margen suficiente– de los ejemplares de sus títulos. Un grupo, en cambio, tiende a basar su negocio en los efectos sobre los ingresos que tienen tanto la escala como la integración vertical; en la escala porque es capaz de conseguir mayores descuentos de sus proveedores y puede negociar mejores márgenes con distribuidores y puntos de venta. En la integración vertical porque agrupa servicios comunes a distintos sellos editoriales que casi quedan vacíos de contenido y, en demasiadas ocasiones aunque no siempre, son poco más que un logotipo y un catálogo. Esta forma de aprovechar la escala es lo que, a partir de ciertas dimensiones, lo convierte en sistémico.

Tampoco se puede ser una pequeña editorial, menos todavía una editorial independiente, dentro de un grupo. No es lo mismo ser un ratón que ser la cola de un león o una de sus garras. Todos recordamos los brindis al sol de Beatriz de Moura y Esther Tusquets cuando vendieron sus respectivas editoriales al Grupo Planeta y a lo que hoy es Penguin Random House; no se cansaron de repetir que nada cambiaría, que formar parte de un gran grupo garantizaba la continuidad sin menoscabo de su independencia, aunque lo cierto es que la editora de Lumen tuvo tiempo de ver que las cosas no eran como le habían prometido. Ningún grupo editorial compra una empresa para dejarla como está, tarde o temprano integran los recién llegados en sus estructuras corporativas. Escala y verticalización.

Otro caso es el del sello de un grupo que se disfraza de editorial independiente; en Catalunya hemos visto cómo dos nuevos sellos de Grup Enciclopèdia Catalana, Catedral y Rata, conseguían pasar por independientes porque Iolanda Batallé es tan hábil comunicadora como buena editora y el periodismo cultural catalán no ha querido o podido darse cuenta que le daban gato por liebre. No dudo de la bondad de Catedral y Rata pero forman parte de un grupo –con sus ventajas y sus inconvenientes– y no son independientes. Ni en espíritu.

El límite es borroso y el tamaño importa

En el límite borroso entre independientes y no independientes hay editoriales medianas como Anagrama antes de la compra, Siruela con más de 1.000 títulos en catálogo o Roca con cerca de 500; no influyen decisivamente en las condiciones del mercado pero sí lo hacen en algunos de sus nichos. Son independientes con gran poder de influencia.

Caso aparte es el crecimiento de Malpaso que, tras la apertura de un restaurante, una librería, la entrada en Globalbooks y la compra de las editoriales Libros del Lince, Jus y Dibbuks –integradas de forma desigual– tiene clara vocación sistémica; pocas editoriales cuentan con una plantilla de alrededor de 40 personas. Poco sabemos de su escala y verticalización pero la rentabilidad impone límites a la gestión horizontal de las organizaciones.

Lo que define a una editorial independiente el tamaño y el talento; estos factores le obligan a cuidar aspectos sin los cuales la supervivencia es muy difícil. Claro está que no todas las editoriales independientes son exquisitas pero su margen de especulación es muy limitado. Para especular con autores, libros y dinero están los grandes grupos que juegan a la ruleta del best-seller. Ellos son los culpables de la burbuja editorial porque gracias a la escala y la integración vertical pueden destinar dinero –cada vez menos– a especular.

FIRMA 150

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. […] Que pregunta más tonta ¿verdad? Todos sabemos qué es una editorial independiente. Que todos tengamos una idea –nuestra idea– no significa que sea compatible con la de los demás ni mucho menos que s…  […]

  2. Buen artículo! Me ha venido a la cabeza una entrevista a Aira leída hace poco en SEMANA donde explica como las editoriales “independientes” han hasta cambiado su forma de escribir: http://www.semana.com/cultura/articulo/hay-festival-y-cesar-aira-la-literatura-y-la-sociedad/513767

  3. […] Es complicado distinguir qué significa ser independiente. Sé que hay un libro en la colección Libros sobre libros del FCE —¡qué grandes! — que trata el tema, pero no lo he leído. Y hace unos días, Bernat Ruiz definía la independencia de un modo más pragmático: […]

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