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Viajeros de la red de Ferrocarriles de la Generalitat de Catalunya. Fotografía del autor.

La imagen que encabeza este artículo suele suscitar reacciones siempre parecidas: la tecnología nos aísla. Da igual que los estudios elaborados con seriedad digan lo contrario; personas de todas las edades creen que más tecnología equivale a más aislamiento. El problema, claro está, radica en lo que mucha gente concibe como ‘tecnología.

Veamos otra imagen:

Para muchos esta imagen es completamente distinta. Ven un vagón de tren lleno de gente leyendo el periódico. Lo extraño es que los pasajeros de este tren están más aislados que los de la primera imagen porque los periódicos sólo permiten una comunicación unidireccional, del editor del periódico a los lectores; nuestra percepción de la tecnología, a veces, nos engaña.

Tan ‘tecnológico’ es un periódico de papel como un Smartphone, una tableta, un e-reader, una lavadora, un martillo o un hacha de sílex. Atribuimos a los objetos un elemento más o menos ‘tecnológico’ –en cuanto a su complejidad– en función de su afinidad. Los ‘nativos digitales’ nacieron con las mismas capacidades que las generaciones anteriores pero su exposición a un medio digital –extendido y de consumo masivo– empezó justo al nacer. Yo todavía usé una máquina de escribir mecánica –una Olivetti Lettera– para presentar los trabajos del instituto; empecé la carrera usando una máquina de escribir eléctrica y hasta mis 19 años no entró el primer ordenador en casa –un clónico i486 DX–, obviamente sin Internet. A los 24 años ya contaba con todos los elementos básicos habituales hoy en día pero muy lejos de sus actuales prestaciones. Muchos de nosotros nos hemos pasado más de media vida en una realidad analógica en la que acaso había elementos electrónicos, pero no digitales. Si éramos más hábiles que nuestros abuelos programando el vídeo no era porque hubiéramos nacido más listos sino porque nos encontramos un paisaje tecnológico en el que ciertos elementos eran comunes, plenamente integrados.

Imaginad que nacéis en un entorno urbano de la España de 1920. La radio es ya una realidad pero los receptores son caros, grandes como muebles y todavía son un lujo para muchos; lo mismo sucede con el teléfono. La ropa se lava a mano y la fregona no existe. Hay una gran oferta de publicaciones periódicas, los diarios tienen varias ediciones cada día, usualmente por la mañana y por la tarde. Casi todo el mundo se mueve en tranvía o a pie. En 1956 la radio es un medio popular, los coches siguen siendo un lujo, el teléfono es ya bastante habitual –aunque no ubicuo– y es muy raro tener lavadora. Ese año la televisión llega a España y con suerte podéis ver uno de sus programas –con 36 años cumplidos– aunque todavía tardaréis de 5 a 10 años en tener un televisor, cumplidos los 41 o 46 años. En 1975 hay millones de SEAT 600 y 850 corriendo por las carreteras, es raro no tener teléfono, todo el mundo tiene un transistor, hay televisores muy baratos –bastantes, todavía, en blanco y negro– muchos ya tienen lavadora y los más acomodados tienen microondas y vídeo. Tenéis 55 años y la electrónica de consumo, en España, acaba de despegar. En 1985, a punto de la jubilación con 65 años, tenéis nietos, lavadora, lavaplatos, televisor en color, microondas, video y radio despertador programable; el teléfono móvil –para ricos pretenciosos– se lleva en una maleta o se instala en el coche. Internet es cosa de cuatro excéntricos universitarios y la World Wide Web, la WWW, todavía no existe. Imaginad que llegáis a cumplir los 85 años: estamos en 2005, tenéis móvil pero no es un Smartphone; Internet y Google son ya habituales pero no existe Facebook, Twitter, el iPad ni la Web 2.0 en general. Ah! Si vivís en un entorno rural o estáis por debajo de lo que se considera clase media, retrasad ese calendario entre 5 y 10 años (siendo optimista).

En qué momento de una biografía como ésta nuestros abuelos empezaron a perder comba tecnológica? La frontera –difusa y prolongada– está en la electrónica de consumo programable, entre las primeras Thermomix y los últimos vídeos VHS. Los nacidos en los años veinte del pasado siglo ya se veían a si mismos demasiado mayores para programar un vídeo en 1985 y delegaban esa tarea en sus nietos, auténticos ‘nativos electrónicos’.

Nunca llegó a hablarse de ‘nativos electrónicos’ de la forma en la que hoy se habla de sus hijos digitales. Entre las razones hay dos que me parecen fundamentales:

Lapso de tiempo: entre la aparición de los primeros aparatos transistorizados en los años cincuenta hasta los últimos DVD programables pasa algo más de medio siglo. Durante cinco décadas aparecen innovaciones que mejoran y desplazan la tecnología precedente –la radio transistorizada desplaza a la radio de válvulas de vacío– o bien automatizan tareas manuales –lavadora, lavaplatos, Thermomix, máquina de afeitar. El intervalo de adopción tampoco tiene nada que ver. Nielsen Media calculó lo que distintas tecnologías tardaron en alcanzar los primeros 50 millones de usuarios:

  • Radio: 38 años
  • Televisión: 13 años
  • Internet: 4 años
  • iPod: 3 años
  • Facebook: 100 millones en 9 meses

Nivel de complejidad: Los nacidos durante el primer tercio del siglo XX pudieron adaptarse a los cambios porque la creciente complejidad siempre estuvo por debajo del umbral analógico; los nuevos productos ya no podían repararse en casa pero eran comprensibles, su uso se deducía de su diseño y era fácil usarlos. La electrónica programable presentaba algunos retos porque su feedback solía ser diferido en el tiempo, como en el caso de programar el vídeo para grabar una película al cabo de dos horas. Aun así, aprender a programar un vídeo o un microondas consistía en seguir una secuencia de pasos concretos. Muchos abuelos programaban electrodomésticos gracias a los esquemas y listas que les habían preparado sus nietos, dejando en evidencia que el problema estaba en el manual de instrucciones, no en el usuario.

A todo esto se refería Marc Prensky cuando en 2001 acuñó la expresión ‘nativos digitales’. Su uso fuera de contexto y el abuso popular ha corrompido el significado original y muchos han llegado a creer que un ‘nativo digital’ nacía sabiendo usar un iPad o un Smartphone. No se trata de eso y ningún tecnólogo con dos dedos de frente ha defendido nunca esta postura. Los nativos digitales aprenden mucho más rápido el uso de ciertas tecnologías porque siempre han formado parte del paisaje y captan ciertas lógicas sin tener que compararlas con otras más antiguas. No hay patrones de uso que sustituir.

Tecnología y consumo de contenidos

Hay contenidos que puedo consumir en un Smartphone y otros que no o, al menos, no tan fácilmente. Las personas que aparecen el la primera imagen están utilizando sus móviles. Todos son Smartphone. No podemos saber qué están haciendo exactamente pero dudo que muchos estén leyendo un libro, no porque sea imposible sino porque los editores no se lo ponen fácil. Una industria que sí lo puso fácil hace tiempo fue la música; el día que hice la fotografía yo estaba escuchando música –legal– y leyendo un artículo de un blog mediante Feedly. En la imagen podemos ver a otras personas con los auriculares puestos; además de escuchar música puede que estén leyendo.

El éxito del Smartphone como dispositivo de consumo de contenidos se basa en su polivalencia o, si lo prefieren, en su inespecificidad. No es un dispositivo dedicado a una tarea pero sirve razonablemente bien para todas. Si dispone de una buena pantalla la experiencia de lectura puede ser muy buena, especialmente para trayectos de no más de una hora.

Cada vez vemos menos gente leyendo un libro de papel en el transporte público. A pocos los vemos con un e-reader o una Tablet. Hoy (casi) todos llevamos un Smartphone con el que consumir contenidos a demanda, interactuar en redes sociales, escuchar música, ver vídeo. Incluso los hay que hablan por teléfono. Ah! Pocos son nativos digitales estrictamente hablando, la mayoría todavía somos transicionales o, como el mismo Prensky dijo, inmigrantes digitales.

La realidad no es negociable y esta es la que nos ha tocado vivir. Si los editores de libros deciden participar deben hacerlo aceptando las nuevas reglas. La lectura fuera de casa es móvil –siempre lo fue, un libro de papel es un dispositivo móvil. Puede que a muchos editores les parezca cosa de bárbaros; pueden elegir: editar para un público al que casi no conocen y se dan el lujo de despreciar –mientras necesitan su dinero– o aprender de ellos. Éstas imágenes –y miles como éstas– demuestran que el ser humano consume información, contenidos e incluso cultura. A cualquier hora. En cualquier lugar.

 

FIRMA 150

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

5 Comments

  1. Amigo Bernat:
    Una frase como esta que escribes
    La realidad no es negociable y esta es la que nos ha tocado vivir.

    Se puede acercar más al determinismo, teoría ya con poca credibilidad, o al fascismo, teoría cada vez más imperante.

    Te dejo que negocies cuál de las dos opciones te parece mejor 😉

    Un abrazo.

    1. Amigo Txetxu,
      Como sabes, no soy fascista. Tampoco me gusta el determinismo. Es evidente que no hemos elegido lo que está pasando, que nuestro control es escaso y lo único que podemos hacer es adaptarnos –o decidir no hacerlo. La realidad es muy compleja pero la que muestra la fotografía –la primera, pero también la segunda– es que los patrones de consumo de contenidos han cambiado y seguirán haciéndolo. Podemos discutir los cambios, estar en contra, darles más o menos importancia, concentrarnos en esa parte de lectores fieles al papel, pero no negar lo evidente. No podemos negar lo que tenemos delante de los ojos.
      No se trata de elegir entre fascismo o determinismo, sino adaptación a la realidad. Los fabricantes de arreos para animales de tiro lo tuvieron muy crudo cuando se inventó el automóvil. En el mismo caso estamos (salvando enormes distancias).
      Un abrazo.

  2. […] La imagen que encabeza este artículo suele suscitar reacciones siempre parecidas: la tecnología nos aísla. Da igual que los estudios elaborados con seriedad digan lo contrario; personas de todas la…  […]

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  4. […] mañana. Aceptar la realidad como innegociable, tal y como señalaba hace unos días mi buen amigo Bernat en un excelente post, supone que la adaptación y transformación de la industria editorial no […]

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