CONCURSOGALTON

En estos democráticos días es de interés cualquier investigación sobre la confiabilidad y las peculiaridades de los juicios populares. El material que se ofrece a discusión se refiere a un asunto menor pero es de suma importancia.

Sir Francis Galton

Primer párrafo de ‘Vox populi’, artículo publicado en Nature el 7 de marzo de 1907

Nota: este jueves, a las 16:30, participo en Kosmopolis, en el debate Nuevos prescriptores: ¿quién dice qué hay que leer? Junto a Javier del Puerto, Jenn Díaz, Carles A. Foguet, moderados por Mariana Eguaras. Sirvan estas líneas para ordenar y plantear mis ideas.

Sir Francis Galton nació en Birmingham el 22 de febrero de 1822. Autodidacta y sin ninguna cátedra en la que apoyarse, realizó contribuciones en campos tan dispares como la psicología, la biología, la eugenesia, la tecnología, la geografía o la meteorología, entre otros. El personaje tenía su lado oscuro: fue el primero en plantearse de manera sistemática la selección artificial para mejorar la raza humana. Décadas más tarde unos señores con muy malas ideas pusieron en práctica las teorías de Galton para justificar su supuesta superioridad racial y exterminaron a más de seis millones de personas.

Galton es mucho más conocido por elevar la estadística al rango de ciencia; fue el primero en explicar el fenómeno de la regresión a la media y en hacer uso estadístico de la distribución normal, e introdujo el concepto de correlación, entre otras innovaciones. Hacia el final de su vida escribió un pequeño artículo científico fundamental para entender el concepto de sabiduría de la multitud.

Un bonito día de 1906, Sir Francis Galton se fue de paseo a la feria de ganado de Plymouth. Como cada año los organizadores de la feria habían preparado una competición que consistía en adivinar el peso de un buey que debía ser sacrificado. Ochocientos participantes rellenaron sus formularios de participación con su predicción, abonaron los seis peniques que daban derecho a participar y esperaron a que los jueces pesaran al desdichado animal. Galton se dio cuenta del experimento natural que tenía ante sus ojos y solicitó los formularios de los participantes. Tras eliminar los defectuosos o ilegibles se quedó con 787 registros.

El buey pesaba 1.198 libras (543,4 kg). Galton, tras promediar los resultados de sus 787 registros, obtuvo una predicción colectiva de 1.207 libras (547,5 kg), una sobreestimación de sólo el 0,8%[1] ¿Las gentes de Plymouth eran magos? ¿Tenían poderes psíquicos?

100.000 moscas no suelen equivocarse

“Come mierda, cien mil moscas no pueden estar equivocadas”. El chiste ilustra con ironía que la masa no es capaz de tomar decisiones acertadas. Del mismo estilo era la manida frase ‘¿…y si tu amigo se tira por la ventana, tu también te vas a tirar? La sabiduría popular recomienda no tirarte por la ventana si un amigo tuyo lo hace. La sabiduría de la multitud recomienda tirarte por la ventana si un número relevante de amigos tuyos se tira. Esa es la diferencia.

El caso que Galton ilustra en su artículo ‘Vox populi’ parece lotería pero su mecanismo no se basa en el azar. Tampoco consiste en compartir información ni en luchar por una causa común –aunque este extremo no está reñido con el fenómeno en si. Lo que sucedió en Plymouth un buen día de 1906 fue que ochocientas personas se pusieron a trabajar de forma independiente y con su propia información y experiencia en la resolución de un problema; los datos y el sesgo de cada uno de ellos hacían imposible que todos acertaran –o se acercaran siquiera– pero precisamente esa diferencia de datos, ese sesgo independiente y no compartido fue lo que permitió que la masa predijera un resultado tan cercano a la realidad. Los seis peniques de cuota eliminaron el azar porque disuadieron a quienes sólo querían probar suerte. Por eso no se trataba de un juego de azar y por eso volveremos a hablar de los seis peniques.

Elegidos para la prescripción masiva

Cuando hablamos de prescripción todavía solemos pensar en líderes de opinión. El tenista que anuncia un banco, el crítico literario que habla bien de una novela o nuestra abuela que nos recomienda una nueva marca de leche, la prescripción no depende de la formación o la posición social absoluta del prescriptor. La prescripción es algo relativo; prescribe quien puede, no quien quiere o, en todo caso, prescribe a quien puede. Me fiaré de mi abuela si me recomienda una nueva marca de leche pero puede que no fie mucho si me habla bien de un banco. También es posible que no dé crédito a un tenista en ningún caso.

Es cierto que el boca a oreja siempre ha funcionado pero el poder de los prescriptores tradicionales de libros –críticos, libreros, periodistas, escritores, etc.– era capaz de poner en marcha las ventas de (casi) cualquier cosa. Aparecer en la portada de Babelia o recibir una buena crítica en el Culturas de La Vanguardia implicaba, hasta hace unos años, un salto de ventas importante. Ese tiempo ya pasó.

A los líderes de opinión analógicos la solvencia se les suponía como el valor a los soldados –luego resultaba que el mundo estaba lleno de insolventes y cobardes, pero ese es otro tema. Al crítico del gran periódico lo había contratado el jefe de cultura que a su vez había sido designado por el director del medio, nombrado por el propietario que quizás no tenía ni idea de cultura pero conocía a quién sí la tenía –catedráticos, escritores de éxito, académicos, todos con su círculo de paniaguados– y se dejaba recomendar. El mecanismo tenía tanto de político –pórtate bien con el escalafón y el escalafón se portará bien contigo– como de académico. Se suponía que uno debía estar más o menos en sintonía con la tendencia cultural en auge; incluso en épocas de ruptura uno tenía que ser conservador y romper siguiendo lo establecido por los iconoclastas de más éxito. Al final, de un modo u otro, uno siempre terminaba encajando en un escalafón que tenía en su cúspide intelectual los círculos académicos y en su cúspide económica ciertos círculos sociales, públicos o privados. No era –ni es– un mundo de mediocres e incompetentes pero a menudo no bastaba el talento. Demasiadas veces tampoco era necesario. El sistema funcionaba porque en un mercado de escasez de medios de publicación las pocas plazas de prescriptor eran muy codiciadas. El público reconocía su legitimidad por aquello de “si a este señor lo han puesto ahí es porque (él) sabe (y yo no)”. Los editores de libros lo sabían y cortejaban a los críticos para que les dejaran en buen lugar o, por lo menos, no los dejaran mal. Al fin y al cabo publicar un libro era tan difícil como escribir en cualquier periódico. Sólo se editaba a los elegidos para la prescripción masiva.

De la prescripción mutua asegurada a un mundo de cualquieras

La prescripción analógica tiene su origen en los tiempos del despotismo ilustrado y siempre ha conservado esos aires: arriba hay unos que se supone que saben, que filtran de lo bueno lo mejor y lo recomiendan a los de abajo. A veces los de arriba se pelean pero, con excepción de revoluciones y dictaduras, siempre suele haber sitio para todos.

No fue casualidad que les diera por llamarlo Alta Cultura. Dicho mecanismo funcionaba según el principio de prescripción mutua asegurada: aunque había fugas y desajustes, si uno se portaba bien, tarde o temprano recibía una dosis de prescripción a la medida de su talento y habilidad social. O sólo de lo segundo.

Con la web 2.0 cualquiera puede publicar lo que quiera y cualquiera puede leerlo. Cualquiera puede opinar, cualquiera puede abrir un blog y publicar sus críticas. Cualquiera puede comentar en dicho blog elogiando o poniendo a parir cualquier cosa. Parece un mundo de cualquieras, pero es algo más complicado.

Ya vimos que nadie es un cualquiera en términos absolutos. Mi abuela no es cualquier abuela, es la mía, y su criterio de abuela es mejor que el de cualquier otra abuela. Criterio. Opinión. Se parecen pero son distintos. El criterio de uno de los participantes del concurso de Plymouth no bastaba para acertar el peso del buey, fue necesario contar con el criterio de sus 786 colegas. Era un criterio y no una opinión porque había un filtro de entrada de seis peniques. Lo mismo sucede con todos aquellos que, en Goodreads o en el club de lectura de su biblioteca, hablan de un libro que han leído. El coste no es económico –¡los seis peniques!– pero sí hay un coste oportunidad; si leo un libro no leo otro libro ni hago otra cosa. No estoy pidiendo a una masa informe que adivine el número de la lotería de Navidad, estoy pidiendo a una colectivo de lectores con criterio que valore una obra determinada. Bueno, aunque no se lo pida me van a dar su opinión. No sólo es posible que la sabiduría de la multitud se exprese, es inevitable. La pesadilla perfecta de cualquier dictador. Y de cualquier director de periódicos.

En un mundo de cualquieras el criterio es más importante que nunca. Del mismo modo que ya no somos simples consumidores y cada vez somos más prosumidores, cada día que pasa debemos ser más capaces de discernir por nosotros mismos qué hay de cierto, legítimo, verosímil o incluso verdadero en todo lo que se nos dice. Ya (casi) no podemos apelar a autoridades ni dogmas –al menos no en cuestiones culturales– porque si algo gusta a un número suficiente de personas ese algo será tendencia. Incluso mis gustos personales son tendencia en mi casa a la hora de comer. Vivo solo.

De la potestas a la auctoritas

Estamos ante el secular duelo entre la potestas, el poder coercitivo de unos pocos, y la auctoritas, la autoridad que otorga una comunidad cuando reconoce en alguien cierta capacidad. Si la antigua crítica podía, la nueva crítica está autorizada. Muchos editores no están comprendiendo lo que implica. Ya ha pasado suficiente tiempo como para saber que la forma de dirigirse al público debe cambiar por completo si cualquier editorial pretende sobrevivir. Hoy es imprescindible definir y conocer un público.

Cuando la crítica literaria profesional era la única legitimada para impartir doctrina editar era un poco más fácil. No era necesario conocer los gustos del público porque estos estaban bastante acorde con los gustos de la crítica. Uno podía editar a rueda del Canon Occidental, de la Alta Cultura y de la crítica establecida y no tenía por qué estrellarse contra la primera esquina. Es más, los editores podían vivir en la ilusión que eran ellos quienes armaban su plan editorial anual basándose en su criterio profesional. El éxito estaba más cerca del chamanismo que de la gestión racional del mercado porque, efectivamente, había chamanes que decían a la tribu qué debía leer.

Un buen día la tribu empezó a hacerse mayor y descubrió un nuevo juguete con el que saber qué decía el vecino, miles de vecinos, millones de vecinos literarios, acerca de sus mismos gustos. Y se dieron cuenta que hacer caso a esa colosal escalera de vecinos era igual o mejor que leer al crítico del periódico pero con una sutil e importante diferencia: si el crítico sentaba cátedra sin perder ocasión de dejar bien claro cuán culto era él y cuán lerdo era el resto, en el patio de vecinos contaba la opinión de todos. Era habitual que las obras que recibían mejores críticas en el patio de vecinos fueran merecedoras de atención. Empezaron a surgir vecinos que se lo montaban en su casa, a ciertas horas, con otros vecinos; literatura de nicho, para entendernos. Algunos sólo salían al patio de noche. La cuestión es que todos tenían su lugar en el nuevo patio. Todos, excepto los críticos de siempre, para los cuales siempre habrá un lugar: aquél al que van todos los lectores incapaces de formarse un criterio propio, incapaces de escuchar el criterio de sus semejantes y de aquellos que, reconocidos por sus iguales, están revestidos de autoridad.

Prefiero la auctoritas a la potestas, incluso cuando los muchos se equivocan. De hecho Sir Francis Galton ya mostró cómo muchos aciertan mediante la suma de los errores que se compensan entre sí. Eso es la sabiduría de la multitud y acercarse a ella va a ser fundamental para editar en el futuro. No es infalible, no ofrece certezas, casi no hay donde asirse. Como leí hace poco en uno de los mejores tuits que recuerdo: relájate, nada está bajo control.

Bonus track: un par de artículos interesantes acerca de la sabiduría de las multitudes:

http://bloginteligenciacolectiva.com/levy-vs-surowiecki-inteligencia-colectiva-sin-colaboracion/

http://www.dreig.eu/caparazon/2009/05/06/la-sabiduria-de-las-multitudes-lecciones-practicas-para-politicos-y-aplicaciones-sociales/

[1] En muchos artículos se dice que la diferencia fue de sólo 1 libra, unos 400 gramos. La diferencia, que el propio Galton consigna en su artículo, es la que aquí aparece: 9 libras, alrededor de 4 kilos. Teniendo en cuenta el peso del animal sigue siendo un hecho fascinante.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

12 Comments

  1. Como sempre das en el blanco y nos ilustras. Cuidado que puedes convertirte en auctoritas si sigues así.

  2. […] Domenech, uno de los participantes, tuvo ayer el detalle de adelantar sus argumentos en su blog (aquí). ¿Goodreads o Babelia? ¿La sabiduría de la masa informe o la erudición de los listillos de […]

  3. Hola, Bernart:
    Gracias por citarme. Me ha gustado mucho tu post, y la forma con que ilustras tus argumentos. Enhorabuena por la calidad del texto.
    Quería solo añadir un matiz. La llamada “sabiduría” de las multitudes tiene también algo de trampa. Es mera “inteligencia colectiva estadística”, y funciona solo para ciertos problemas. En el conocido ejemplo que pones de Francis Galton, como en muchos otros que usa Surowiecki en su libro “Wisdom of Crowds”, siempre hay un denominador común, y es que (dada la naturaleza del desafío) los sujetos participantes no necesitan ser expertos para aproximarse a la respuesta. Por ejemplo, estimar el peso de un buey en canal es algo que se atreve a hacer cualquiera, con un grado de probabilidad razonable de no decir una enorme tontería. Es cuestión de afinar un poco la vista. El hecho de que el ejercicio se hiciera en una Feria Rural ya implicaba, incluso, cierto sesgo de autoselección en favor de participantes (medianamente) informados.
    Igual ocurre con los libros. No hay que ser un experto para juzgar a un libro. Leer es un acto de disfrute, una experiencia, a la que acceden millones de personas. Juzgar un libro pertenece al mundo del “conocimiento vivencial”. El fallo o carencia de la tesis de la “Sabiduría de las Multitudes” es cuando el desafío o problema a resolver es más complejo, y no basta con “conocimiento vivencial”. Ya hay investigaciones empíricas que demuestran que para preguntas con cierta complejidad, en las que se necesita saber, el “efecto estadístico” de la ley de los grandes números no es suficiente porque: “Garbage IN, Garbage OUT”.
    Así que la clave de la discusión puede estar, pienso yo, en discernir si el tema o problema a juzgar/resolver colectivamente necesita de “participantes informados”, o sea, si es algo que exige (realmente) de “conocimiento-experto” (no solo “vivencial”), para que no sea una mera “opinión”, sino algo que se examine “con criterio”.
    Mi tesis es que aún cuando éste sea el caso, puede seguir valiendo la pena realizar experimentos mixtos, con participación colectiva, pero la opinión de los expertos debe ser ponderada. Un saludo 🙂

    1. Graciñas por el matiz. Ya pensaba yo que la multitud elevada a categoría de monarquía ilustrada y matemática iba a resultar menos browniana por ser menos analógica y más digital… hai seres que no dejan los huevos en la mierda por mucho que se empeñen las mayorías…

  4. Totalmente de acuerdo, como siempre, pero con un matiz: las nuevas tecnologías también permiten que aumente muchísimo la oferta, de manera que cada vez es más difícil que, sin el apoyo de alguna inversión en promoción, o sin la ayuda de la casualidad estadística, una obra en particular alcance la masa crítica de lectores/comentadores suficiente para hacer despegar el mecanismo de la “collective wisdom”.
    Un saludo

  5. Este es el tipo de post que a mí me gusta: entretenido, riguroso, divertido, provactivo y que aporta ideas. Todo combinado. Muchas gracias por el post

  6. […] su excelente análisis de las nuevas formas de prescripción literaria, Bernat reflexiona sobre la media, la estadística, la opinión de la mayoría y la recomendación […]

  7. […] pogut estar-me hores rellegint una vegada i una altra aquest text, absort, esmaperdut, però de sobte vaig recordar un detall curiós, tan quotidià que em passa […]

  8. […] Prescripción, sabiduría de las multitudes o cómo 100.000 moscas no suelen equivocarse | verba vol…. […]

  9. […] Ruiz Domènech reflexionaba hace poco en su blog verba volant, scripta manent -de lectura obligada para los que se interesen por la evolución del mundo editorial- sobre el […]

  10. […] – En estos democráticos días es de interés cualquier investigación sobre la confiabilidad y las peculiaridades de los juicios populares. El material que se ofrece a discusión se refiere a un asunto…  […]

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