DONCAMILO

Hay obras que hablan más de su autor que del tema que tratan, obras que son un reflejo de una generación y de quien las escribe. Nunca hay que juzgar un libro por sus cubiertas, pero acaso sí podamos hacerlo por las grandes ausencias que contiene. Es el caso de ‘El cura y los mandarines’.

Hace pocos días terminé la lectura de ‘El cura y los mandarines (Historia no oficial del Bosque de los Letrados). Cultura y política en España 1962-1996’, el libro de Gregorio Morán editado por Akal que Planeta se negó a publicar por once malditas páginas. Lo primero que hice al terminar fue volver a leer la contracubierta porque tenía la sensación –una sensación que iba creciendo con la lectura– de no haber entendido ciertos aspectos del libro a causa de un enorme, colosal, vacío. Una inexplicable –al menos para mí– ausencia. Este es el fragmento que más nos interesa:

Esta obra nació de una pregunta insatisfecha: ¿qué fue sucediendo para que los mandarines, las figuras críticas de nuestra cultura de los años sesenta, se fueran haciendo cada vez más conservadoras, hasta convertirse en institucionales? Fruto de un exhaustivo y documentado trabajo de investigación de diez años y escrito en una prosa sobresaliente […] es un magistral y agudo relato del devenir de los intelectuales –académicos, novelistas, poetas, políticos y artistas– que conforman la cultura institucional española de la segunda mitad del siglo XX.

Gregorio Morán ha construido un relato muy personal de la intelectualidad española de la segunda mitad del siglo XX. La selección de aquellos a quien él considera mandarines es indiscutible pero podría haber añadido diez o quince más y el libro sólo hubiera sido más largo –posiblemente mucho más– y no menos acertado. Porque se trata de un libro tan acertado como necesario y de recomendable lectura.

La prosa de Morán es exigente, a ratos rocosa, montañosa en ocasiones; para los aficionados al ensayo es un placer. Quien espere una disección objetiva se encontrará con una obra en la que la opinión e incluso los prejuicios del autor son tan importantes como los hechos. El sesgo personal aporta al libro una cualidad única; por edad, bagaje y experiencia, Morán coincidió, si no en el espacio seguro que en el tiempo, con (casi) todos los mandarines. En comparación con otra obra de reciente aparición, ‘Aquellos años del boom’ de Xavi Ayén, la de Morán es un relato del que estuvo allí. Ambos libros son tan imprescindibles como diferentes. Allí donde Ayén se aleja para que hablen los hechos y sus protagonistas, Morán se involucra casi hasta formar parte del relato. Ayén describe a un elenco de personajes. Morán está entre ellos. Ayén dota a su premiado ensayo del contexto suficiente para comprender lo que cuenta. Morán presume en el lector un conocimiento suficiente de la historia contemporánea de España; sin dicho conocimiento la lectura resultará imposible.

La once malditas páginas y el enorme vacío

Dice la versión oficial que Planeta se negó a publicar el libro de Morán a causa de once malditas páginas del penúltimo capítulo. Una vez leído queda la sensación que, o no había para tanto, o todo el libro era impublicable. Víctor García de la Concha sale muy mal parado pero la mayor parte de lo que dice Morán es contrastable; otra cosa es cómo lo dice, pero si ese fuera el problema todo aquél que apareciera en el libro y estuviera vivo tendría motivo de queja, ignoro si también de querella. En el infierno una legión de aludidos se habrá puesto en fila para ajustar cuentas.

En ‘El cura y los mandarines’ hay un enorme vacío. Morán dedica el octavo capítulo a reivindicar al casi olvidado Luis Martín-Santos, autor de ‘Tiempo de silencio’. En el vigesimoprimer capítulo hace una semblanza poco caritativa –nada nuevo– de Carlos Barral. También dedica todo el vigesimocuarto capítulo a escarnecer la fundación del diario El País mientras el trigésimo tercero contiene las once malditas páginas. Todo el libro está salpicado de referencias poco benévolas hacia personajes como Josep Maria Castellet, Camilo José Cela, Manuel Fraga Iribarne, su inevitable cuñado Carlos Robles Piquer, y un largo etcétera. Pero la editorial Planeta (casi) no aparece.

Gregorio Morán no dedica ni un capítulo al grupo editorial español más importante de la segunda mitad del siglo XX, contemporáneo de unos mandarines que por gusto o por fuerza estuvieron bajo su influencia; toda la cultura española sigue bajo dicha influencia. A José Manuel Lara sólo se le menciona en dos ocasiones, en la página 9 –el prólogo– y en la 346, pero resulta que ¡el primero es el hijo y el segundo el padre! Una sola entrada en el índice onomástico para dos personas distintas. Encontrar la editorial –o el grupo– Planeta es algo más complicado porque en el índice onomástico no aparece (y puestos a echar en falta elementos imprescindibles, el libro carece de bibliografía). A parte del prólogo, donde Morán habla del caso de las once malditas páginas, Planeta sólo aparece en la mencionada página 346, la 610 y la 754. Morán la menciona como podría no hacerlo, tan poca es la importancia que le da.

Es comprensible –no sé si justificable– que Morán ignore en su libro la propia editorial para la que escribe pero eso da lugar a una cósmica paradoja: el libro que retrata la intelectualidad española de la segunda mitad del siglo XX carece de uno de los factores cuya mera existencia explica muchas cosas. Digo que es comprensible porque Morán tenía dos opciones: o escribía un libro que Planeta no podía publicar por lo que se decía de la editorial, su fundador y su hijo –ergo el encargo y el anticipo se iban por el retrete– o bien escribía lo que ahora podemos leer. Imaginen la hipotética conversación que pudo producirse el pasado septiembre entre José Manuel Lara Bosch y el autor:

–Oye Gregorio, que en tu libro no sale Planeta.

–Manolo, si en mi libro saliera Planeta nunca me lo publicarías.

–Ah, coño… es verdad. Pero eso es un problema.

–¿Un problema? ¿Por qué?

–Porque se van a pitorrear de un libro que habla de los mandarines de la cultura española de 1962 a 1996 y no menciona a Planeta.

–Visto así…

–No, Gregorio, no… yo esto no puedo publicarlo. A ver, si te despacharas a gusto con nosotros tampoco podría hacerlo, pero tenemos que encontrar una solución… que odien a Planeta tiene un pase pero que se rían… ¡pues como que no…!

–Pues tú verás, Manolo… ¡el libro está a punto de salir!

–Veamos… en el capítulo treinta y tres pones a parir a García de la Concha…

–Como si fuera el único…

–Ya, Gregorio, pero resulta que tenemos magníficas relaciones con el Instituto Cervantes y la RAE nos paga un potosí por editar su diccionario.

–Entiendo…

–Total, que como todo el mundo ya nos ve como unos hijos de puta, lo mejor, para Planeta y para ti, es que yo me niegue a publicar tu libro por… déjame ver… por once malditas páginas.

–Joder Manolo, pero hay un anticipo que…

–No te preocupes por eso Gregorio, somos nosotros quienes incumplimos el contrato. Y ya encontraremos un editor que se comprometa a publicar tu libro sin leerlo antes, ¡que por algo me llamo José Manuel Lara…!

Qué quieren que les diga. Me da igual por qué el Grupo Planeta no sale en el libro de Morán, pero muchos estarán de acuerdo conmigo que es un libro incompleto. Ojo, ni mucho menos es un libro fallido, sigue siendo una gran obra ante la que hay que descubrirse y no me cansaré de recomendar su lectura, pero no está completa.

En mi opinión es imposible comprender toda la trayectoria de los mandarines de Morán sin entrar a fondo –¿a saco?– con el Grupo Planeta. La respuesta a muchas preguntas sigue pendiente. Tras leer el libro se me antoja una respuesta a por qué todos acabaron siendo un hatajo de carcas: el Régimen fascista y nacional-católico en el que nacieron algunos y creció la mayoría era todavía más carca. Parecían vanguardistas por contraste del mismo modo que nuestra democracia nos pareció escandinava hasta que nos estrellamos con las disfunciones de nuestra Transición. Del mismo modo, fue necesaria una crisis morrocotuda para ver que la pretendida Arcadia editorial en la que muchos creían vivir era un globo peligrosamente inflado. Por eso hay que leer ‘El cura y los mandarines’. Porque hay ausencias elocuentes.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

4 Comments

  1. Magnífico comentario a un libro muy controvertido. Pone usted el dedo en la llaga, Bernat, con lucidez y precisión. Resulta inadmisible esa forma sibilina de eludir a uno de los principales “mandarines” de la cultura española reciente en un libro que pretende ser un ataque despiadado a todos ellos. Y cuando vemos que el eludido, Lara, es precisamente el dueño de la editorial en la que el libro se gestó, la cosa resulta realmente grotesca.
    Este lamentable punto de partida (”consejos vendo, que para mí no tengo”) deja ya al descubierto la falta de honestidad intelectual del autor. A los que hemos leído de vez en cuando sus artículos nos resulta patético (a mí al menos) leer los insultos despotricando de la cultura subvencionada y de los “pesebres” precisamente en quien escribe a sueldo de La Vanguardia, seguramente el periódico más subvencionado de España.
    Junto a la falta de honestidad intelectual, la carencia de rigor que G. Morán muestra en sus escritos es una prevención más hacia este libro. Javier Cercas, en una respuesta a un artículo insidioso de hace algunos años, situaba los escritos de G. Morán en el mismo nivel burdo de insultos y maledicencia de la telebasura; y yo comparto su opinión.
    Esta demoledora y argumentada crítica a uno de sus libros, pone a Morán en su sitio: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63063. Es grotesco verle lanzar insultos contra otros autores desde su ignorancia, y una ignorancia tan monumental como lo de las “revistas orientales”.

  2. Magnífico comentario a un libro muy controvertido. Pone usted el dedo en la llaga, Bernat, con lucidez y precisión. Resulta inadmisible esa forma sibilina de eludir a uno de los principales “mandarines” de la cultura española reciente en un libro que pretende ser un ataque despiadado a todos ellos. Y cuando vemos que el eludido, Lara, es precisamente el dueño de la editorial en la que el libro se gestó, la cosa resulta realmente grotesca.
    Este lamentable punto de partida (”consejos vendo, que para mí no tengo”) deja ya al descubierto la falta de honestidad intelectual del autor. A los que hemos leído de vez en cuando sus artículos nos resulta patético (a mí al menos) leer los insultos despotricando de la cultura subvencionada y de los “pesebres” precisamente en quien escribe a sueldo de La Vanguardia, seguramente el periódico más subvencionado de España.
    Junto a la falta de honestidad intelectual, la carencia de rigor que G. Morán muestra en sus escritos es una prevención más hacia este libro. Javier Cercas, en una respuesta a un artículo insidioso de hace algunos años, situaba los escritos de G. Morán al nivel burdo de insultos y maledicencia de la telebasura; y pienso que su opinión era certera. Esta demoledora y argumentada crítica a uno de sus libros, pone a Morán en su sitio: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63063. Es grotesco verle lanzar insultos contra otros autores desde su ignorancia, y una ignorancia tan monumental como lo de las “revistas orientales”.

  3. Magnífico comentario a un libro muy controvertido. Pone usted el dedo en la llaga, Bernat, con lucidez y precisión. Resulta inadmisible esa forma sibilina de eludir a uno de los principales “mandarines” de la cultura española reciente en un libro que pretende ser un ataque despiadado a todos ellos. Y cuando vemos que el eludido, Lara, es precisamente el dueño de la editorial en la que el libro se gestó, la cosa resulta realmente grotesca.
    Este lamentable punto de partida (”consejos vendo, que para mí no tengo”) deja ya al descubierto la falta de honestidad intelectual del autor. A los que hemos leído de vez en cuando sus artículos nos resulta patético (a mí al menos) leer los insultos despotricando de la cultura subvencionada y de los “pesebres” precisamente por quien escribe a sueldo de La Vanguardia, seguramente el periódico más subvencionado de España.
    Junto a la falta de honestidad intelectual, la carencia de rigor que G. Morán muestra en sus escritos es una prevención más hacia este libro. Javier Cercas, en una respuesta a un artículo insidioso de hace algunos años, situaba los escritos de G. Morán al nivel burdo de insultos y maledicencia de la telebasura; y pienso que su opinión era certera. Esta demoledora y argumentada crítica a uno de sus libros, pone a Morán en su sitio: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=63063 . Es grotesco verle lanzar insultos contra otros autores desde su ignorancia, y una ignorancia tan monumental como lo de las “revistas orientales”.

  4. Siento haber colgado mi comentario triplicado, por error. No aparecía y pinche tres veces.
    Ruego al gestor de la página eliminar las dos repeticiones, si es posible.

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