LUMIÈRE

Sábado por la tarde. Tras una de las semanas más difíciles de mi vida decidí ir al cine con una buena amiga para distraerme. Ella propuso ir a ver The Babadook; pese a tratarse de una buena película a media sesión le dije: “recuérdame que no vuelva nunca más al cine”.

Ir al cine era un suave y agradable anacronismo, una experiencia algo más especial que ver el cine en casa. Ir al cine tenía algo de ritual, algo que compensaba el cúmulo de disfunciones que la habitual experiencia de usuario ofrecía. Ayer fue diferente.

Al llegar ante las taquillas me sorprendió el precio de las entradas de hasta 9,50€. Me sorprendió la cola para comprarlas, más de diez minutos. Me sorprendió que las únicas máquinas expendedoras sólo permitieran sacar entradas ya compradas por Internet. Me sorprendí al pensar que ya había perdido el hábito de comprar las entradas para el cine con antelación.

Lo más sorprendente fue lo que sucedió en el interior del cine. En la sala reinaba cierto jolgorio. El público era mayoritariamente adolescente o bastante joven; recordé que ir al cine en grupo a esas edades incluye una dosis de desbarre que acostumbra a remitir al empezar la proyección.

Cuando empezó la película el ruido remitió, sin apagarse del todo. Dominaba el crujir del papel de celofán de caramelos, el de las patatas fritas del vecino de atrás y el sorber la bebida de algo más allá. Supuse que tras cinco o diez minutos la sinfonía terminaría como de costumbre. Empezó otra.

Tres grupos de adolescentes –alguno ya no lo era tanto– empezaron a comentar la película como si estuvieran en su casa. Detrás de nosotros un par de niños también hablaban sin que sus padres les dijeran nada. No muy lejos, un par de chicas hablaban de sus cosas. Debíamos llevar media película cuando le dije a mi amiga las palabras con las que he titulado este artículo. Ella asintió sin sorprenderse. La única diferencia entre ese cine y cualquier bar con televisor era el tamaño de la pantalla, la oscuridad y no poder pedir bebidas.

¿Un caso aislado? ¿Mala suerte? Ese no es el problema

Hace años los cines se preocupaban por la calidad del servicio que prestaban aunque la única posibilidad de ver cine con la calidad del cine era ir al cine. El cine no era caro ni barato, era el precio del cine, no había otra opción. En la tele hacían películas, claro, pero la mayoría tenían más de cinco años –habitualmente diez o más– la calidad de imagen era la de los televisores de la época, no había estéreo ni mucho menos “Dolby surround” y siempre las cortaban con anuncios. Hoy, sin salir de los canales en abierto, lo único que sobrevive son los cortes de los anuncios –eso si no vemos La1 o La2 de TVE– mientras que el sonido del común de los televisores es mucho más que aceptable, la alta definición es habitual, el tamaño suele exceder las treinta pulgadas y en casa muchos tienen un sistema de sonido Home Cinema. Si además tenemos contratado algún servicio de televisión por fibra óptica o bien usamos algo parecido a Apple TV, la experiencia del cine en casa ya puede ser igual que la de ir al cine de verdad.

Negocios analógicos que dejan de cuidar el producto

Yo seguía yendo al cine porque la experiencia de visionado de la película era completamente inmersiva y seguía siendo sensiblemente mejor que en mi casa. Pero voy a dejar de ir. El problema no es el comportamiento del público –no soy un abuelo cebolleta rajando del público joven– pues creo que si antes no nos comportábamos así en los cines no era porque fuéramos mejores personas sino porque había el peligro real que nos echaran fuera.

El problema es que en los cines ya no se cuida le experiencia del cliente o bien han decidido fomentar otro tipo de experiencia que a muchos no nos gusta. Se han esforzado tanto en convertir el cine en el salón de casa –palomitas, caramelos, bebidas, comida– que lo único que les faltaba es no coartar el comportamiento de su clientela. Algunos creemos que para eso no vale la pena ir al cine. En mi casa contrato la película que quiero a un precio bastante inferior y da igual si estoy solo o somos veinte; puedo comer, beber y hablar de lo que me venga en gana y puedo parar la película para ir al baño o a la cocina. Es tan cómodo y barato que ni siquiera tengo la tentación de piratear nada.

Para mí es un misterio el por qué los exhibidores cinematográficos han dejado de cuidar su producto en un momento en el que deberían hacer lo contrario. Lo mismo han hecho los grandes grupos de comunicación con sus periódicos. El público va cada vez menos al cine, compra cada vez menos periódicos y revistas. Los primeros culpan a la piratería mientras los segundo culpan a Google. Parece que no van mucho a sus propios cines ni leen sus propios periódicos. Hace años dejé de comprar el periódico. Ahora he decidido dejar de ir al cine.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

8 Comments

  1. Yo hace mucho que aplico una serie de reglas para seguir disfrutando de la experiencia del cine, entre las que están: nada de blockbusters. Cines menos comerciales tienen un público más adulto y respetuoso.
    Y si aún así tengo muchas ganas de ver una de acción o de terror, buscar la sesión con menos probabilidades de público mal educado, entre semana o última de la noche del domingo.
    Con respecto al precio, aún quedan muchos cines con sesiones a 4 y 5 euros en lunes y miércoles, y me parece un precio razonable (no así los 9,50) que comentas.
    Para mi la experiencia de ir al cine no es comparable con ver la película en casa. Y aunque lo primero debería ser que la gente contemplase unas mínimas normas de civismo, parece que esto no es posible, así que tendré que adaptarme mientras pueda

  2. Tremenda explicación que me gusta aún más por lo simple del planteamiento. Yo voy al cine una o dos veces al año y porque tengo un hijo de 11 al que acompaño (por aquello de tenerle entretenido, digo). Si no fuera así, no iría. Y tu has descrito perfectamente el por qué no voy.
    Para mi toda esa “experiencia de uso” a casi 10 euros me parece un robo. Como siempre, y como todo, es un tema de percepción de valor pero para mi mientras valga eso, prefiero comprar la peli en Ono. Y después del éxito de las campañas de precio reducido creo que ha quedado claro que a menos de 5 euros hay mucha gente dispuesta a ir al cine otra vez.

  3. Tienes mucha razón, yo apenas voy. Si lo hago es para ver una película intrascendente, de las que ves el espectáculo FX, pasas el rato y luego te olvidas. Ahora, además, van a cerrar los cines Verdi, uno de los pocos reductos que quedaban en Barcelona para cinéfilos recalcitrantes. Pero hace tiempo que ya no lo soy.

  4. Antonio Pérez 19 enero, 2015 at 10:01

    Yo voy poco al cine ahora. Algunas de la razones: los altos precios de las entradas, el increíble precio de una botella de agua, los 10, 15 o hasta 20 minutos de anuncios…
    Lo de la actitud de los espectadores es lamentable, no solo por los ruidos y comentarios durante la película, los constantes golpes y patadas al asiento de delante, o los móviles que algunos no apagan o que incluso consultan constantemente, sino que ultimamente me he encontrado de todo, desde padres que entran con niños para los cuales no es recomendable la película, hasta bebés en carrito, con el consiguiente lloro infantil con el ensordecedor ruido de golpes y explosiones… y el posterior paseíto del padre o la madre acunando al bebé para que calle…
    Todo esto lo evitaba hace años la presencia de esa figura ya perdida que se llamaba acomodador, que no solo se dedicaba a indicarte tu asiento y acompañarte al mismo (todavía sonrío al recordar a los acomodadores de los cines Callao, que te chillaban si te ibas directamente a tu asiento sin esperar a que lo hicieran ellos), sino que durante la película, paseaba por la sala y con su linternita iba haciendo callar al incordiante de turno. Ahora solo puedes pedir silencio con una voz o chistando al ruidoso, y aun así hay que rezar con que el otro no se te ponga farruco o el padre de turno que no es capaz de controlar su prole y a la ajena te diga cuatro cositas y te emplace a un duelo al salir del cine.
    Lo dicho, yo voy poco, cada vez menos, porque en casita se ve tan ricamente…

  5. La industria del cine y determinado discurso cultural sostiene que la experiencia del cine es superior en el cine que en casa. Si preguntamos a la gente por la calle en frío, todos dirán que sí. Pero en la práctica con su dinero votan lo contrario: las pantallas de las casas crecen, la calidad de imagen es buena, el sonido y, sobre todo, el consumo ondemand y con un pago único (si lo hay) y, de toda la vida, son muchas más las personas las que ven las películas en un televisor que en las salas. Incluso los nuevos cineastas: se han visto el cine clásico en vídeo y dvd y no en los cines. El cine vive de su mito: no hay programa de televisión dedicado al cine que no incluya en sus caretas el ruido de un proyector y la ralladura del celuloide: pura nostalgia que hace del defecto una leyenda. Con un mundo repleto de fibra hasta el hogar en muchos países está más cercano que lejano el lanzamiento directo a los hogares soportados con la capacida de sitios como Amazon, Google o Netflix para crear un evento en torno a la producción como hoy sucede con las salas: sólo tiene ventajas económicas pues no hay límite de salas ni de tiempo de presencia en salas, puede que hasta los costes de marketing sean menores. Lo que importa, y esto la gente del cine no suele entenderlo, es que lo que importa es la continuidad – asegurada – de la narrativa audiovisual y no el cauce de distribución.

  6. Yo voy al cine. Me gusta ver la película totalmente cautiva y eso solo lo consigo en el cine. En casa hay demasiados inputs. Ahora, si quiere una buena experiencia elige bien el cine. Hay cines, sobre todo en las ciudades grandes, con precios no tan abultados, 6 euros como mucho, películas no taquilleras llenas de palomiteros, estrenos a los que va el director y el equipo y te dan más que solo ver la película, poder ver cortos que en algunos cines se hacen sesiones y con el director, esto no lo tienes en el salón de tu casa. Las salas tienen que cambiar y algunas ya lo están haciendo. Aprovechemos esos plus.

  7. Me siento tan identificado…
    La reflexión sobre la responsabilidad de los exhibidores no se me había ocurrido (excepto per la venta de palomitas y refrescos, eso sí), pensaba sólo en la mala educación del público.

  8. […] desproporción en el precio y la calidad de las series hace mucho que no alquilo una película –no volveré a pisar un cine– y raramente veo programas que no sean […]

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