MahometFanatisme– Imagen: Wikipedia

Le mieux est l’ennemi du bien

 François Marie Arouet, Voltaire

Mis últimos dos artículos han merecido –o han coincidido con la publicación de– sendas respuestas en los blogs de Emiliano Molina y Aharon Quincoces. Se trata de dos artículos muy interesantes con los que estoy de acuerdo y además demuestran que yo estaba equivocado en ciertos aspectos. Aun así, las cosas no son tan sencillas.

Cuando especialistas como Emiliano y Aharon –y Silvia Senz en Twitter– me enmiendan la plana yo me quito la boina y reconozco mi error: la calidad alcanzada en la edición en papel puede ser igualada por la digital. Tal como Emiliano dice en su artículo:

Como es lógico, el universo de la publicación digital está propiciando una miríada de cambios en los procesos editoriales. Sin embargo, considerar que la calidad que se puede alcanzar es inferior a la del texto impreso es un craso error por varios motivos. El principal es que los profesionales son los encargados de innovar, de investigar y de abrir caminos para una mejor labor de edición: como herederos de una larguísima tradición que se ha desarrollado siempre de la mano de los avances técnicos, debemos buscar la excelencia en todas las fases de la edición, desde las primeras correcciones hasta la publicación en formato electrónico.

Mientras que Aharon, en un pasaje de su artículo, afirma:

¿Es necesario ese trabajo por la calidad de edición del libro electrónico? Respondo en dos modos. Si es necesaria en el libro impreso, el libro digital no es menos, por tanto sí, incluso muchos más, porque justamente la percepción de que todo libro electrónico se edita igual está en la base de la idea de una edición automática, que difícilmente puede dar a cada libro electrónico lo que específicamente necesita.

Estoy de acuerdo con ellos: hay que buscar siempre la máxima calidad –y nunca he afirmado otra cosa. El problema es que la calidad no es un concepto platónico ideal; no podemos hablar de calidad sin atender al contexto industrial, técnico y comercial.

Los primeros libros impresos no imitaban la letra manual por capricho: el contexto en el que nacieron valoraba ciertos aspectos, ciertas calidades y cualidades. Hasta bien entrado el siglo XVI no se impusieron los tipos romanos e itálicos porque el público estaba acostumbrado al estilo manual y prefirió, durante décadas, los tipos góticos que lo imitaban.

El público no es el único factor a tener en cuenta, los procesos productivos también son importantes. Técnicamente es posible igualar la calidad de lo digital a la de lo impreso, pero eso no significa que sea económicamente viable; de la unión de la economía y la técnica nacen los procesos productivos que tienen como objetivo vender bienes de consumo generando margen de beneficio en la operación. Ergo la calidad no se puede separar de la realidad.

El proceso productivo del papel era el único posible hasta hace muy poco. Estable, previsible, con unas curvas de innovación y aprendizaje moderadas y una abundante cantera de profesionales bien formados. Eso no impidió que la rentabilidad del formato se degradase hasta tasas de devolución del 40% entre otros lúgubres indicadores del sector del libro. La llegada del libro digital no pilló a los editores en un momento de vacas gordas, al contrario. Si mantener el proceso productivo del papel ya es un combate constante contra la ineficiencia y otros elementos, pretender duplicar el proceso para incorporar otra línea dedicada a digital –dentro de la estructura editorial o externalizando el trabajo– es una utopía pese a las muchas eficiencias con las que cuenta el nuevo formato. Por eso, como dice Emiliano, el 90% de los editores no cuida la calidad de los libros digitales.

Quien dice duplicar también dice tratar el libro digital como un subproducto y un sobrecoste. Eso es lo que pasa cuando seguimos trabajando con InDesign y luego mandamos ese archivo –o el PDF de imprenta– para que lo conviertan a EPUB. Emiliano y Aharon saben que la gran mayoría de editores pagan por la simple conversión del archivo, no pagan por ulteriores procesos de calidad digital, los libros salen como salen y razón tienen en denunciarlo. Pero es que la mayoría de editores no tiene dinero para más si tenemos en cuenta los actuales procesos productivos. Muchos tampoco disponen de los conocimientos necesarios ni del tiempo y el dinero para adquirirlos. Difícil tesitura.

El contexto en el que hablamos de calidad es de caída de las ventas en papel, crecimiento lento de la lectura y la venta digital, un proceso productivo analógico poco rentable e incapaz de dedicar excedentes suficientes a la digitalización, falta de formación, falta de dinero para que las editoriales inviertan en nuevos procesos y un volumen total del negocio editorial que seguirá menguando los próximos años; las vacas gordas de antaño, esas vacas gordas, ¡ay! Nunca volverán. A diferencia de lo que afirma una conocida cadena alemana de supermercados, la calidad sí es cara.

Tenemos una reconversión pendiente que nos pilla sin dinero –que nadie mire hacia las administraciones públicas– y eso no es opinable. Sí lo es cómo la afrontemos. Podemos afrontarla formando a los editores en la edición digital para que sean capaces de duplicar los procesos productivos –aunque no podrán duplicar los recursos humanos– pero eso no los convertirá en especialistas. Podemos seguir como hasta ahora, los editores pueden seguir invirtiendo el grueso del tiempo, el dinero y el esfuerzo en la maquetación de libros a la antigua y dedicando muy poco dinero en la conversión del libro digital. La primera opción requiere de un tiempo del que no disponemos y de unos recursos inciertos. La segunda opción es lo que tenemos ahora y es dudoso que el grueso de editores dedique más dinero a la fase de conversión y calidad del subproducto digital porque no lo considera una inversión sino un sobrecoste y/o no dispone de más dinero.

La calidad ante la falacia del Nirvana

Estamos ante una falacia del Nirvana, un curioso nombre que se puede traducir por esa máxima volteriana que dice que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. En un contexto ideal en el que la edición en papel arrojara excedentes suficientes para sostener una vigorosa reconversión estoy seguro que lo mejor sería pasar de un proceso analógico a otro digital con un corto período de transición. Dicho contexto sólo contemplaría la existencia de un formato digital y no el circo de ventanas de exhibición que ahora mismo tenemos, todas ellas compitiendo por la atención de un público lector que seguro que no aumentará mucho más que el habitual 1% anual.

Eso no sucederá. No está sucediendo. Necesitamos otras respuestas a los actuales problemas industriales y parte de estas respuestas deben ser industriales. El siglo anterior a la invención de la imprenta asistió a la aparición de ingeniosos sistemas de copiado manual en cadena, en paralelo y a la masiva adopción del papel, para surtir al creciente público universitario europeo. La solución –la imprenta– no consistió en dedicar más recursos y copistas a hacer lo mismo, la solución fue encontrar un sistema automático. Algunos lo hubieran llamado “botón mágico” con el que las palabras se escribían solas en el papel.

Tanto Røter como otras empresas con idéntico objetivo –ni estamos solos ni somos los primeros– ofrecen esa solución industrial. Se trata de una solución que permite que el editor trabaje una sola vez sobre el contenido y luego exporte a los diferentes formatos –comerciales o no– que necesite. Bajo esa perspectiva el PDF para imprenta es una ventana más junto a los EPUB, MOBI o HTML, una ventana con especificidades técnicas complejas. Actualmente ya hemos resuelto los principales problemas y Røter permite exportar desde HTML un PDF para imprenta técnicamente correcto y que tiene en cuenta requisitos ortotipográficos básicos y de composición. Sabemos que podremos resolver la mayoría de cuestiones pendientes a muy corto plazo de modo que los editores puedan disponer de una herramienta que integre los distintos procesos en uno solo.

Nosotros ya no pensamos en un proceso para cada formato, nosotros creemos que es posible integrar procesos para que el formato de salida sea el menor de los problemas de un editor, justo como hasta ahora: de lo menos que se preocupaba un editor al editar un libro de papel era de la impresión, pues la industria ya había solucionado el problema. El editor siempre se ha centrado en la calidad del contenido y es eso lo que debe seguir haciendo sin preocuparse más de lo necesario en el formato comercial de salida. Conociendo las posibilidades pero sin ser un experto, del mismo modo que no es un experto impresor.

Nada de lo que digo implica que ambas formas de entender la edición digital sean incompatibles. Habrá productos que exigirán un esmero que sobrepasará las posibilidades de plataformas integradas como la nuestra, especialmente al principio. Sabemos de las diferencias entre un trabajo manual y otro automático. Aharon expone:

Por otro lado es necesario ese trabajo de calidad sobre la edición electrónica si deseamos ver buenos, pero buenos de verdad, libros electrónicos. Que las ventas sean bajas no es una excusa admisible y no debemos permitiría a las editoriales que la usen. Ford no esperó a que se vendiesen muchos coches para hacerlos bien. Coches bien hechos a precios asequibles provocó una carrera hacia estándares mayores en cada modelo sucesivo. Mutatis mutandis ese podría ser un ejemplo a seguir por el mundo editorial.

Tomo el ejemplo pero me permito darle la vuelta: Henry Ford consiguió determinada calidad gracias a la fabricación en serie del Ford T, predecesora de la fabricación (casi) automática actual. Eso no quita valor a Rolls-Royce ni a sus automóviles fabricados (casi) a mano, al contrario. Cada producto tiene su público, su calidad y su precio. Con los libros electrónicos ocurre lo mismo, de eso hablaba cuando dije que había que adaptar la calidad al público, al precio y a su percepción –y para ser justos, Aharon también menciona este aspecto en su artículo y tiene razón cuando afirma que hay cuestiones que es importante mantener aunque no se perciban directamente, lo que yo no tengo claro es cuáles.

No creemos que se pueda prescindir de la ortotipografía –¿cuándo dije yo semejante cosa?– y sabemos que necesitamos a los especialistas para mejorar nuestra propuesta hasta un estándar de calidad que se adapte al contexto que nos ha tocado vivir y a las necesidades de los editores: una herramienta que permita hacer las cosas con una calidad óptima, hacerlo con menos recursos, ahorrando dinero, tiempo y aplicando las energías en aquello en lo que sí son especialistas: la edición de buenos contenidos.

La calidad es muy importante pero eso no significa nada si el mercado no puede pagarla. Ante la pregunta de por qué en España –y en otros muchos países– todavía se editan tan pocas novedades digitales y casi no se digitaliza fondo pocos ponen atención a los procesos y a su necesaria integración en aras de un abaratamiento directo de los costes.

En un futuro próximo editar en los distintos formatos deberá costar menos dinero que hacerlo sólo en papel; de lo contrario muchos editores no sólo serán incapaces de editar en digital sino que ni siquiera serán capaces de seguir editando nada en absoluto por cierre del negocio. La edición tiene su lado heroico pero no tiene por qué ser un martirio.

Bonus track: Emiliano Molina y Aharon Quincoces, en sus respectivos blogs, también informan sobre la constitución de la Asociación Española de Edición Digital #ebookspain y anuncia la celebración de las primeras jornadas #ebookspain Open en Sevilla el próximo febrero. Será cuestión de encontrar un hueco para poder asistir y, llegado el caso, debatir con Emiliano, Aharon, Silvia y quien se tercie.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

5 Comments

  1. […] Calidades, acordes y desacuerdos en la edición (digital y en papel) […]

  2. […] Calidades, acordes y desacuerdos en la edición (digital y en papel)  […]

  3. Muchas palabras, comparaciones y parábolas. La realidad es bastante simple. Todo consiste en hacer un .docx en Word 2010 u OpenOffice a un tamaño o plantilla de 6″ (9×11,7cm).
    Una vez hecho en el docx. Margenes: 0,1cm Izda, Dcha, Arriba, Abajo. Pie de página 0 y numeración. Tabulación en primera línea 0,5 cm.
    Si se pegan imagenes y las tablas se pegan desde Excel, photoshop u otros programas. ¡Ya me direis quien o qué puede superar a un eBook. !
    Al final del docx sale perfecto y solo falta pasarlo a PDF, saliendo igual de perfecto.
    El problema puede estar en diseño clásico de libros y en la avaricia de espacio, olvidando que los saltos de página mejoran el diseño y no hacen gastar papel.
    Luego está el uso criminal de las fonts con adornos, como la Times New Román, que dañan a la vista y a la rapidez de lectura. Las fonts sin adornos y redondeadas, como nuestros ojos, hacen poder leer mientras andamos tranquilamente, además de mejorar nuestra lectura hasta un 30%.
    ¿Problemas?
    – Realmente ninguno. Sólo que hay que aprender a poner el índice al principio del libro y principalmente hacerlo para ver, saber y acceder en cualquier momento al capítulo o tema que se desee.
    ¿Problema real.?
    -Pues… “El timo de la estampita. ” A Microsoft, EEUU, solo convierte a PDF. No le sale de los “Cohones” el pasarlo a epub, fb2 y cualquier otro formato para dejarlos tal cual e igualitos como los deja al convertirlos a PDF.
    Al chiste: Uy Manolo el pasar tu libro a .epub te va a costar tanto como un viaje de novios. Y si es a .mobi o fb2 como otros dos viajes más.
    ¿Conocéis el chiste de los Kindle.?
    Estos de Kindle son unos desgraciados, sus lectores se ven muy bien porque ponen todas las fonts a “negrita o negrilla”, pero no ponen la “normal” y la “negrita” juntas. Son unos desgraciados estos gringos hijos del tío Sam, son unos Hijos de Pura.
    A buen entendedor, pocas palabras bastan. [SIC]
    FELIZ AÑO NUEVO

  4. […] otros blogueros de reconocido prestigio han comentado este tema: Scripta Verba, Cuadratín, Aharon Quincoces o José Luis Merino. En estos artículos se hace hincapié en que es […]

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