CEMENTERIO– Imagen: HDW

Hace años que la Federación de Gremios de Editores de España parece formar parte de los problemas de la edición, en vez de erigirse como uno de los impulsores de soluciones innovadoras. La FGEE no parece dispuesta a tomar el liderazgo que institucionalmente le corresponde. Asimismo, no parece que en el seno de la FGEE ni de los gremios y asociaciones que la componen se oigan voces discrepantes. Alrededor de la FGEE reina una calma siniestra.

Hoy la FGEE es el cementerio donde mueren las ideas del libro. Los problemas del sector son muy diversos, pero la falta de respuesta tiene mucho que ver con la morfología de sus instituciones. La edición española funciona de manera piramidal bajo el patronazgo de hombres fuertes con acceso (casi) exclusivo a recursos públicos gracias a los cuales extienden y controlan redes clientelares. Desde ahí todo sucede en cascada. Es una realidad común a otros sectores e incluso es el pan de cada día en incontables empresas, pero el mal de muchos no debe ser una coartada para tontos acomodaticios.

Federación de Gremios, o cómo crear una pirámide clientelar

Una federación de gremios es un sistema de partido único formado por una camarilla que intenta preservar las cotas de poder feudales y sus redes clientelares; eso no niega la posibilidad que, con las personas adecuadas, la estructura sea útil, pero si se falla en la “selección de personal”, se impondrán los vicios estructurales. En vez de actuar de forma lícita y lógica como lobby profesional, la FGEE actúa como asamblea de notables interesados en proteger sus prebendas, bloqueando cualquier innovación. Además, la composición de las consecutivas Juntas de la FGEE atiende a criterios geográficos y de representatividad de las majors de cada lugar, no se basa en méritos, propuestas o proyectos; el talento es algo que sólo se valora si viene de los grandes. Varios de sus miembros se perpetúan en distintos cargos, como por ejemplo su presidente: fue presidente de la Asociación de Editores de Madrid hasta 2012 y ahora compatibiliza su cargo en la FGEE con la presidencia de la Federación Española de Cámaras del Libro.

El nombre es elocuente si lo analizamos fríamente: Federación de Gremios. Que sean editores o fabricantes de escobillas de baño es lo de menos. Esta forma de organizarse nace de la histórica necesidad de crear un ente que represente, defienda y promueva los intereses de un sector institucionalmente atomizado en muchas asociaciones y gremios territoriales. La idea no es mala: por una parte se consigue un poder de influencia mucho mayor que el de la simple suma de las partes, se respeta la autonomía de cada entidad mientras que no es necesario montar una gran superestructura que sustituya a las más pequeñas. Teóricamente es una fórmula que garantiza lo mejor de ambos mundos: una atención próxima y personalizada a los asociados y un legítimo poder de influencia dirigido a las principales estructuras del Estado, teóricamente con unos costes contenidos. Pero claro… también puede garantizar lo peor de ambos mundos.

Lo que en su momento fue una buena idea concebida como herramienta, como medio para conseguir objetivos, ha devenido un fin en sí mismo. La FGEE tiene, entre sus principales objetivos, perpetuarse. Pese a que en el Artículo 3º de los Estatutos de la FGEE se establece claramente la vocación de servicio a los asociados de las entidades territoriales que la conforman, alguien decidió subvertir dicha vocación en la redacción de otros artículos, como por el ejemplo el 38º:

Cada año, la Asamblea General, a propuesta de la Junta Directiva, aprobará el porcentaje de participación de cada Gremio o Asociación al sostenimiento de la Federación, utilizando como base criterios objetivos.

Será obligación de cada Gremio y Asociación participar en los presupuestos anuales de acuerdo con estos porcentajes.

¿Verdad que suena exquisitamente democrático? Todos aquellos que estén familiarizados con la trastienda de asociaciones profesionales de este tipo saben que lo que la Junta Directiva propone a la Asamblea General suele aprobarse por mayorías propias de repúblicas bananeras. Asimismo, a esas Asambleas Generales suelen acudir muchos de sus miembros convenientemente cocinados por la Junta Directiva, que intenta asegurarse, por todos los medios a su disposición, una Asamblea dócil. A eso debemos añadir que los miembros de las asociaciones territoriales que conforman la FGEE –es decir, las editoriales- no tienen ni voz ni voto en la mencionada Asamblea, sólo la tienen sus representantes: entre los representados y los máximos representantes no hay un nexo democrático.

Pongamos un ejemplo: los editores pertenecientes a la Asociación de Editores de Madrid eligen democráticamente a su Junta Directiva. Dicha Junta, en virtud de sus propios estatutos y de los de la FGEE, manda a una serie de representantes a la Asamblea de la Federación y ocupa, también en virtud de dichos estatutos, las sillas que le tocan en la Junta de la FGEE. Una vez allí deciden, junto con el resto de miembros de la Junta, qué cantidad de dinero le toca aportar a su propia Asociación en una proporción que viene determinada por los estatutos de la FGEE, una proporción que nunca se modifica y que es reflejo del poder –número de votos- que la AEM tiene en la FGEE. En 2012 esta cantidad fue de 203.370 € y para este 2013 el presupuesto de la AME –al que he tenido acceso gracias a la gentileza de un topo muy discreto- prevé una cifra similar, 206.186 €. Eso significa que el 38% aproximado de las cuotas de los editores madrileños van destinadas directamente a la FGEE. Y nadie tose. Nadie se queja, al menos públicamente. Mientras la AME soporta la mayor parte de los servicios directos a los editores madrileños, un porcentaje muy significativo de las cuotas de sus afiliados va a la FGEE, que no rinde (casi) ningún servicio directo a los editores; otras partidas de la AME son igual de elocuentes, pero en eso entraremos otro día. Lo mismo sucede en todas las asociaciones que conforman la FGEE: una cantidad desproporcionada de recursos se destina a usos que escapan al control directo de los editores y que no les reporta nada en absoluto.

Así es como se crea y se perpetúa una pirámide clientelar,

Una disidencia muy silenciosa

¿Por qué nadie se queja? ¿Por qué nadie dice en público lo que a menudo afirma en privado? Porque sabe que el sistema de ayudas y subvenciones al libro depende del sistema clientelar en el que está metido. Los criterios de selección de las comisiones que conceden las subvenciones son una fachada tras la cual todo sucede a dedo: sólo se subvenciona lo que el ministro (o el secretario de cultura) y el presidente de la FGEE (representado por un obediente testaferro) quieren que se subvencione. Ni siquiera es necesario vetar a nadie, como el 70% de la valoración de la obra es subjetiva, basta con inventarse abstrusos motivos académicos para descartarla o, más sencillo y artero todavía, hacer que no puntúe lo suficiente y no pase el primer corte, el más decisivo (ver la primera, la segunda y la tercera parte de un artículo que dediqué a la cuestión). Con las subvenciones autonómicas pasa algo muy similar, porque la pirámide arranca en ese nivel de administración pública. Aunque esos ámbitos parecen más alejados de la FGEE, las asociaciones y gremios de cada lugar son su correa de transmisión. Eso sí, todo lo anterior es exquisitamente legal. Nadie comete ningún delito ni falta. No lo digo con sorna, es rigurosamente cierto.

Todo se sostiene por las subvenciones y otros recursos a dedo, que es la calderilla que las majors del sector dan a los pequeños para que no se muevan demasiado. Los mismos editores que, en privado, se indignan con la FGEE –algunos se sientan en las juntas directivas y las comisiones de trabajo de las asociaciones-, en público callan porque, por ejemplo, tienen pendientes de concesión las subvenciones anuales al libro. Una vez concedidas tampoco dirán absolutamente nada, porque ya cogen tanda para las del año siguiente.

A partir de ahí los editores se posicionan de diferentes maneras ante la FGEE:

  • Agremiados afectos: apoyan de forma militante a sus asociaciones, gremios y a la FGEE porque, desde una concepción corporativista de la profesión y del sector, se creen lo que dice la FGEE. Me atrevo a decir que son los más conservadores. Posiblemente entre estos están las majors.

  • Agremiados indiferentes: están en el gremio de turno porque un día les pareció bien, porque hay que estar, porque algún beneficio marginal sacan y, o les compensa un poco, o no les molesta en absoluto.

  • Agremiados desafectos: están porque para tener acceso a ciertas ayudas y subvenciones hay que pasar por el tubo. No les gusta su asociación ni la FGEE, preferirían no estar, pero tampoco critican a nadie para no perder lo poco que reciben.

  • No agremiados: no forman parte de las estructuras del sector posiblemente porque no perciben ninguna ventaja de pertenecer a ellas o, directamente, son refractarios. Ahí hay muchos innovadores que no temen el nuevo paradigma. Paradójicamente son la mayoría del sector, aunque no en facturación.

Hay otra cuestión a tener en cuenta: los gremios están pensados para acoger editoriales. Puede parecer una perogrullada, pero eso significa que su carácter es empresarial, no profesional. Eso les confiere su proverbial tendencia proteccionista y conservadora, y condena a decenas de miles de profesionales de la edición a la simple irrelevancia, a no poder intervenir en el gobierno de la edición aunque tengan una idea clara de qué debería hacerse; actualmente se agrupan en plataformas como Ediciona y hacen ruido en redes sociales, pero siguen sin tener voz.

Todo tiene cierto aire de Ancient Régime, de absolutismo francés dieciochesco. Si contamos los no agremiados (unos 1.500) y los agremiados desafectos (imposible saber cuántos son, pero pongamos un tercio del total) tenemos unos 1.800 profesionales a los que actualmente no se está atendiendo o no están contentos con el trato que reciben. En cuanto a facturación son unos enanos (aunque su valor agregado es enorme), pero representan las tres cuartas partes de las empresas del sector. La FGEE y sus asociaciones pueden sobrevivir sin contar con ellos porque monopolizan la teta del Estado y de las CCAA, pero si surge una alternativa, un banderín de enganche para inquietos, cabreados y outsiders, la existencia de la federación y las asociaciones puede ponerse en cuestión, especialmente si las nuevas estructuras son más horizontales y aprovechan todo el potencial de conocimiento compartido, que es enorme y actualmente se pierde en gran parte.

Mi conclusión es la siguiente: si no hay contestación es porque no hay ninguna alternativa, no hay a dónde ir. Eso no quiere decir que no haya toda una serie de manifestaciones alternativas a las que cada vez acude más gente, como por ejemplo la primera edición del Book Machine Barcelona, que murió literalmente de éxito con una gran asistencia de un público muy inquieto y dispuesto a hacer muchas cosas o la FLIC! de Santander que este año celebrará su segunda edición. Este tipo de profesionales, junto con nuevas editoriales que ya han nacido en el siglo XXI, no necesita del sistema de subvenciones porque, o bien nunca ha tenido acceso a ellas, o nunca se ha planteado depender de ellas para sobrevivir. En cambio pueden ser muy afines a cosas como el crowdfunding, que no es nada más que un sistema de subvención descentralizado en el que el poder lo tiene el público y cada editorial puede batirse el cobre sin intermediarios, padrinos, favoritismos ni red clientelar alguna con la que congraciarse a cambio de un mendrugo.

A partir de ahí: no hay que reformar la FGEE ni las asociaciones territoriales; no porque no sea deseable, sino porque ni tan siquiera es necesario. De hecho creo que una FGEE resucitada sería un grave problema para el sector, pues estructuralmente no cambiaría y volveríamos a estar en las mismas al cabo de poco tiempo. Si tenemos en cuenta que hay más fuera que los que están dentro… ¿exactamente quién tiene un problema?

Posted by Bernat Ruiz Domènech

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2 Comments

  1. Julieta Lionetti 21 mayo, 2013 at 19:12

    Bernat,
    Con un criterio más o menos parecido, pero usando la lógica del revés que se estila por mis pagos, la Cámara de Libro se escindió en Argentina cuando la Gran Crisis. Por un lado están las majors (que fueron las secesionistas), por el otro los “independientes”. Las majors con poderío económico; los independientes con poderío de lobby “cultural” y algo de lobby político, porque el gobierno es, como se sabe mundialmente, “nacional y popular”.

    Los “independientes” se quedaron con el ISBN, que aquí siempre fue de pago, no como en España cuando lo gestionaba el Ministerio. Los otros, con la facturación real en librerías. De pronto, hubo que conversar. Y entonces se creó una tercera instancia; ese lugar donde todos conversan, que es la Fundación del Libro, responsable de la feria anual que tiene lugar en Buenos Aires.

    Nada de todo esto ha beneficiado al sector. Las majors ya saben cómo beneficiarse de sí mismas. Los “independientes” siguen con la nariz fuera del agua gracias al trabajo informal (bestial en el sector) y las fortunas de algunos diletantes que funcionan como mecenas. Política del libro no han logrado crear; quienes estuvieron en Frankfurt en 2010 lo habrán comprobado con sus ojos; quienes sufren las restricciones a la importación del libro (que son los “independientes” de España), también, pero en sus carnes.

    Baste de ejemplo para desanimar secesiones, este “portal” que ha creado la tercera instancia –la de la conversación– para promover la venta de derechos de traducción de autores argentinos: http://www.booksfromargentina.com/

    De innovación, na’ de na’ por ningún lado.

    Si hubiera una secesión en España, la FGEE seguiría canalizando los dineros públicos. Como esos dineros públicos escasean y escasearán cada vez más, tampoco hay tanto que perder por ser un disidente. Y si los disidentes se unen, los dineros públicos, que son lentos y seguros, no cambiarán de cauces.

    Que lo veo negro. Pues eso.

    1. Hola Julieta,

      Estoy de acuerdo contigo en lo esencial: es cierto que una simple escisión, o la creación de un ente “competidor” no va a ningún lado si lo único que se quiere es seguir haciendo lo mismo. Para eso, mejor no tocar nada. Pero yo creo que hay que ir más allá, crear algo nuevo que no se centre en pedir y gestionar lo público, sino en gestionar el conocimiento del propio sector para impulsar la necesaria reconversión industrial del sector. La FGEE no lo hará, las “majors” lo harán cuando quieran -algunas mejor que otras ya lo hacen- y en modo autista. Los independientes pueden hacer la guerra cada uno por su cuenta, pero las posibilidades de sobrevivir y crecer -la crisis es la cuna de los que serán grandes mañana- son muy superiores si lo hacen juntos.

      En cualquier caso: para hacer lo de siempre, mejor no hacer nada. Pero es que lo de siempre ya no sirve. Debemos superar la cultura de la subvención.

      Gracias por tu opinión!

      Bernat

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