MERDA D'ARTISTA

Ha visto la luz un Manifiesto en defensa de la cultura y las artes al que ya se han adherido acríticamente un montón de entidades y personas relacionadas con la cosa. El documento no aporta nada nuevo más allá de los argumentos circulares ya conocidos, el habitual imperativo moral prêt-à-porter y una pereza intelectual sorprendente viniendo de un ramo al que se le supone mucha mayor enjundia.

El manifiesto es monotemático y se propone acabar con el IVA al 21%. Lo más destacable lo encontramos en dos párrafos a mitad del documento:

En resumen: sin cultura no hay futuro. Un país que descuida y destruye la cultura, la educación y la investigación científica está destinado a la decadencia en todos los ámbitos y a la pobreza material y espiritual. Es un país sin futuro.

Pedimos que el gobierno español rectifique su actual política cultural. En primer lugar y con carácter urgente pedimos que se anule la subida del IVA al 21 por ciento y que se aplique un IVA reducido a todo tipo de manifestaciones artísticas y culturales.

Todo el texto vuela a la misma altura gallinácea. No hay reflexión, sólo cabe el lamento y el reproche. Hace tiempo que los agentes culturales de siempre sólo saben expresarse en clave llorica y ahí tenemos un problema muy gordo. Es fácil estar de acuerdo con todo lo que dicen, pero no con su causa ni con sus motivos. Estos señores no defienden la cultura, defienden el lobby cultural-industrial y los tinglados asociados, cosa perfectamente legítima excepto cuando, como es el caso, se usan argumentos que no soportan un detenido análisis. Estos señores se ponen serios pero no se lo toman en serio y ahí tenemos otro problema muy gordo.

Hablemos en serio: el IVA, la industria cultural y la cultura

Necesitamos hablar sobre el IVA, la industria cultural y la cultura con la calidad argumental que se merece lo que tenemos entre manos, atendiendo a los tiempos volátiles que nos ha tocado vivir. Lo primero que debemos hacer es separar la cultura de la industria cultural. Del mismo modo que hay industria petrolífera porque hay petróleo, hay industria cultural porque hay cultura. A diferencia del petróleo, la cultura es un recurso inagotable. Habrá cultura siempre que haya humanidad porque la cultura es un fenotipo extendido, una manifestación de nuestro genotipo (ver The extended phenotype, de Richard Dawkins; o bien el último capítulo de El gen egoísta, del mismo autor). Ninguna ley, por injusta que sea, podrá acabar con eso.

Si dejamos de lado la cultura material que, gracias a la invención del molde, hace milenios que permite la producción seriada de ciertos artículos metálicos y cerámicos, y si pasamos por alto el sistema esclavista de edición seriada de libros de los romanos (ver Libros y libreros en la antigüedad, de Alfonso Reyes), la cultura no se industrializa –y sólo muy parcialmente- hasta la aparición de la imprenta en el siglo XV y casi totalmente en el siglo XX con las primeras tecnologías de almacenamiento y reproducción audiovisual. Hasta hace muy pocos años la única manera de transmitir la cultura a un número significativo de seres humanos era produciéndola industrialmente y distribuyéndola mediante medios de comunicación de masas. Hoy en día esto ya no es así y cualquiera puede comunicarse con el orbe mediante Internet, de modo que la asociación conceptual entre cultura e industria cultural ya no es necesaria, sino simplemente optativa. Entender esto es fundamental. Entender, además, que en el binomio industria cultural es más importante la primera que la segunda, es fundamental.

Este país tiene un problema con su fiscalidad en general y luego tiene otros que afectan a la industria cultural, pero no a la cultura. Aún así, entiendo que podría haber argumentos en defensa de un IVA reducido –hay quien lo desea exento- aplicado a los productos culturales industrializados; dichos argumentos deberían resolver la distinción entre aquellos productos destacables por sus valores culturales de aquellos que no lo son, o de otro modo cualquier cosa susceptible de ser industrializada podría acogerse al IVA reducido ¿Quién puede negar que unos sencillos vasos de plástico fabricados en serie son arte si se me ocurre defenderlos como tales? No caigamos en lo aparentemente evidente, porque ejemplos como el de Leo Bassi y su venta de agua del grifo embotellada a 200 pesetas (algo más de 1€) pueden sumirnos en el bochorno. La gente compraba el agua porque… creo que ni Bassi lo tiene claro. Citar a un clásico como Piero Manzoni puede resultar trillado, pero refuerza el argumento: hasta vender mierda de artista enlatada puede merecer un IVA reducido si no somos cuidadosos con los argumentos.

Contra el uso fraudulento del imperativo moral

La clave que sostiene todo el edificio intelectual de quienes defienden la aplicación del IVA reducido es el imperativo moral según el cual la cultura debe ser protegida. Hasta ahí, de acuerdo. El problema es que esta proposición es demasiado vaga. Además, ya hemos visto que la cultura es más un subproducto de nuestra humanidad –el fenotipo extendido antes mencionado- que una actividad aislada. Si consideramos que la misma definición de cultura genera continuos y encendidos debates desde hace un par de siglos –y no parece que la controversia vaya a remitir- nos daremos cuenta que defender la cultura es como defender el amor o la libertad: bello, encomiable, deseable pero imposible si no acotamos mejor el campo del debate, especialmente porque podríamos encontrarnos defendiendo la cultura del odio, el amor por la guerra o la libertad de matar. Fundarse en vaguedades tiene estas cosas.

Aunque parezca que la definición de cultura empantana el debate, aquellas actividades que el ser humano ha construido alrededor o sobre la cultura nos ayudan a simplificarlo. Como otras muchas cosas, hemos industrializado la cultura. Hablo de literatura, ensayo, poesía, teatro, pintura, escultura y un extenso etcétera. Esa industrialización es un proceso que no entra en valorar el producto y ya William Morris se enfrentó al mal gusto producido en serie con su Arts and Crafts. Yo puedo editar e imprimir diez mil ejemplares del Mein Kampf de Adolf Hitler para acto seguido hacer lo mismo con El Principito de Saint-Exupéry. Puede que necesite un psiquiatra, pero industrialmente no tengo ningún problema. Y es ahí donde el IVA sí tiene un problema.

¿Debemos brindar al Mein Kampf la misma protección que a El Principito? ¿Estamos seguros de querer proteger por igual el Libro Rojo de Mao y Cien años de soledad? ¿Hay que tratar igual el cine pornográfico que el cine dramático o el deleznable subproducto llamado “cine familiar”? No son preguntas retóricas, son problemas reales que hay que resolver. En función de nuestra respuesta se desplegarán ante nosotros dos escenarios alternativos:

SÍ, deseo tratar igual el Mein Kampf y El Principito”

Pongamos que sí, que decidimos que toda obra creativa humana debe ser protegida por igual. Eso significa que consideramos que todas las obras, sean cuales sean y del tipo que sean deben ser protegidas –e indirectamente patrocinadas- por el Estado. Yo no tengo ningún inconveniente porque soy un firme defensor de la más absoluta y radical libertad de expresión, pero hay dos problemas, uno de coherencia y otro de moral. El de coherencia estriba en que los argumentos que se esgrimen para el IVA reducido dicen que proteger la cultura equivale a proteger lo mejorcito de las obras del ser humano. Pues por ahí se nos cuela también toda la basura, y no sólo la política, sino la basura literaria, la basura de autoayuda, hasta llegar a los botes de Manzoni.

El problema de moral es más peliagudo porque de la moral se derivan leyes. En España hay leyes que, por ejemplo, castigan la apología del terrorismo incluso con penas de cárcel, o una Ley de Partidos Políticos que los ilegaliza si no cumplen ciertas reglas democráticas. En el caso de Alemania están prohibidos el Mein Kampf, el NSDAP, la simbología nazi, se persigue duramente la apología del nazismo y uno puede terminar en la cárcel si niega el Holocausto. Todas las democracias europeas están llenas de leyes parecidas que impiden que ciertas manifestaciones culturales vean la luz, al menos de forma abierta y legal. Insisto, soy un defensor a ultranza de la libertad de expresión y pienso que conocer la barbarie incluso en sus documentos originales es imprescindible para detestarla y desactivarla intelectual y socialmente, pero entiendo que la mayoría no piensa como yo y prefiere que las obras más indeseables sean retiradas de la circulación de manera permanente. Lo que no sé es con qué argumento podemos negar el pan y la sal al Mein Kampf con razonamientos tan rústicos como los que hallamos en el Manifiesto.

NO, no deseo tratar igual el Mein Kampf y El Principito”

Si no fuera por las mencionadas leyes, el actual IVA reducido de los libros de papel protegería por igual la ideología nazi y las grandes obras de la literatura universal. Y esto no es una hipótesis, es lo que sucede ¿De veras nos sentimos cómodos?

Pongamos que nuestros escrúpulos morales nos impiden tratar igual ambas obras. Este caso es fácil gracias a las leyes políticas que proscriben la obra de Hitler, pero no hay leyes que proscriban el mal gusto. Podemos redactarlas con el objetivo de separar aquellas obras que se merecen el IVA reducido de aquellas que se merecen el IVA normal, pero esa será la parte más fácil. Más difíciles serán los reglamentos de las leyes –el Conde de Romanones debe estar partiéndose de risa- pero lo realmente complicado será su efectiva aplicación. Sólo el sector editorial español edita 80.000 novedades al año. No me imagino el trámite para conseguir el IVA reducido ni la comisión que debería concederlo, especialmente porque deberían leerse íntegramente todos los libros, o de lo contrario la valoración no sería justa. Si a esa cantidad añadimos los libros editados en años anteriores –que de algún modo deberían ser calificados- y los libros editados en el extranjero e importados para su venta en España… la cosa toma un cariz muy interesante. Eso nos aboca a un debate tan antiguo como el de la cultura: ¿debemos instituir una policía del buen gusto? Recordemos que, en el pasado, esa ha sido una especialidad de regímenes tan atroces como el de la Alemania nazi, la Unión Soviética de Stalin, la China de Mao o la España de Franco. Volvemos a tener un problema moral, pero esta vez mezclado con la manifiesta insuficiencia de medios para aplicar cualquier hipotética legislación. Parece una inquietante utopía totalitaria.

Entonces ¿qué hacemos?

Lo primero que debemos hacer es empezar a tratar este asunto con la madurez y serenidad que se merece, pues a base de manifiestos bobalicones y artículos de blog de alcance limitado no llegaremos muy lejos.

Lo segundo es asumir un cambio irreversible: la industria cultural ya no es imprescindible. Puede ser deseable su concurso en ciertas manifestaciones que, por su grandeza y exigencia de medios, necesiten de unas técnicas de producción y unos volúmenes de financiación al alcance de muy pocos. Pero para la mayoría de las obras culturales, la industria sólo es optativa, una más de diversas posibilidades. Ese cambio lo remueve todo y ciertos estómagos delicados lo saben.

En tercer lugar estamos obligados a ser honestos: las gentes del arte y la cultura no pueden ir por ahí dando lecciones de humanismo y progresismo si su propio corpus intelectual muestra un desorden y una ligereza vergonzosos. Asumamos, también, que las élites culturales han participado del desaguisado de los últimos años y que no pueden tapar sus vergüenzas dando caña al mono político. Son élites que han hecho muchas cosas muy bien hechas, pero ni son santos, ni muchos de ellos son genios, ni se les puede permitir que se escondan tras un manto cultural con el que pretenden impedir su escrutinio.

Afrontemos los problemas de la industria cultural y, para el caso que nos ocupa en este blog, los de la industria editorial, de forma global. Los problemas son globales y atacando hoy el IVA al 21%, mañana la piratería, pasado protegiendo la sacrosanta (sic) Ley del Libro en vigor y su precio fijo, no vamos a ninguna parte. Federico II el Grande de Prusia afirmó que quien lo defiende todo, acaba por no defender nada. Si encima sus postulados no se sostienen, como en el caso del 21% de IVA, apaga y vámonos, bona nit i tapa’t. Ataquemos de raíz el problema y reinventemos el sistema ¿O es que lo que le pedimos a la política no podemos aplicarlo a la industria cultural?

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

10 Comments

  1. Me resulta un poco insatisfactorio el “Qué hacemos”, pero lo comprendo. Una cosa que sigue pareciéndome preocupante es dar por sentado que el músico que no dedique buena parte de su tiempo a estudiar y ensayar o el escritor a leer y escribir será capaz de ofrecernos otra obra que no sea, como mucho, una buena copia. Soy de los que piensan que, en general, el rock es de lo más conservador que se ha inventado. Y siempre será (o sería) más fácil tener creadores culturales potentes, válidos, fructíferos si hay (o hubiera) una industria que les permita (o permitiera) dedicarse a formarse y crear. Es decir: El viejo método de ganar pasta con (pongo por caso) el rock, para poder publicar free jazz, ¿me explico? Me temo que la avaricia rompió ese saco, y lo que no sé es si ya es irreparable.

    1. Hola Josep,

      Es cierto, es un poco insatisfactorio. Preferí quedarme corto. En cuanto a la industria. En principio estoy de acuerdo contigo: por una simple cuestión de medios y estructura, la industria parece facultada para ofrecer un producto mejor (aunque las diferencias se han reducido mucho). Yo creo que el saco es reparable, aunque nada será como antes. Y el caso de la música es un claro ejemplo del que muchos otros sectores culturales deben tomar nota. Pero parecen remisos a hacerlo.

      Gracias por tu aportación!

      Bernat

  2. Obras que están en el dominio público: IVA reducido; obras con derechos de autor vigentes: IVA normal.

    1. Bueno, es un principio. Fomentaría el dominio público y permitiría incentivar la reedición de clásicos. Es una buena idea.

      Gracias por pasar por aquí!

      Bernat

  3. Una puntualización: los libros impresos siguen gozando de un IVA muy reducido, el 4%.

    1. Hola Mª Carmen,

      Lo sé, precisamente por eso digo que, actualmente, si ciertas leyes no lo impidieran, ese IVA reducido fomentaría obras como Mein Kampf. De hecho en España el Estado protege indirectamente el ideario franquista, pues hacer apología de la dictadura y sus crímenes mediante la publicación de libros, no sólo no es ilegal, sino que, obviamente, está gravado con el mismo 4% y no con el 21% del digital.

      Gracias por pasarte por aquí!

      Bernat

  4. Toda la razón en lo que dices: una entrada de cine para ver la última película de la saga Crepúsculo, 21% de IVA. Un paquete de compresas, 21% de IVA. Vale que puede parecer una comparación extrema e innecesaria pero, ¿acaso es más necesario ver Crepúsculo que comprarme un paquete de compresas? Buscaré un ejemplo menos femenino: unos pantalones, 21%. ¿Es más importante poder ver Crepúsculo a menor coste que salir de casa vestida?

  5. […]  (1) “El manifiesto del IVA, la industria cultural y la cultura: ¿en serio?” http://scriptaverba.wordpress.com/2013/02/21/el-manifiesto-del-iva-la-industria-cultural-y-la-cultur… […]

  6. […] perquè són també part de la nostra identitat. I tenint en compte l’augment del 21% de l’IVA en la cultura, impost del qual el Ministre Wert “assegura que no hauria fet”, és molt positiu poder […]

  7. […] cuanto a Hacienda remito a Bernat Ruiz, que explica de maravilla el poco sentido de culpar al gobierno de nuestros […]

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