Hace unos días el diario La Vanguardia organizó un debate sobre el estado de la cultura y le dedicó un artículo titulado “El tejido cultural se está desmembrando”. Para ello reunieron a seis popes del stablishment cultural catalán: el director del Teatre Lliure, Lluís Pasqual; el del festival Temporada Alta, Salvador Sunyer; el del MNAC, Pepe Serra; el del Mercat de les Flors, Francesc Casadesús; el presidente del patronato de la Fundació Tàpies, Xavier Antich, y el profesor de la Pompeu Fabra, Antonio Monegal. En encuentro se puede resumir en tres conceptos: mucha queja, poca imaginación y todavía menos memoria.
Supongo que La Vanguardia no esperaba conseguir un debate variado y polifacético, porque la charla tiene mucho de asilo y poco de salón ilustrado. El documento incluye vídeo, pero no crean que en él podrán ver toda la charla. Es un simple videoclip con las mejores (sic) intervenciones de los seis caballeros.
La charla es larga, manida, intrascendente y a ratos aburrida; he seleccionado y comentado los pasajes que me han parecido más interesantes. Bueno, es un decir.
La primera perla es de Antonio Monegal, quien opina que la culpa es del vulgo:
Lo que dice Lluís me parece sintomático de un problema de fondo: la falta de un sustrato cultural sólido en esta sociedad en términos de modelos, de conducta, de valores y de una tradición incluso de pensamiento, de respeto a ciertas cosas que en otras sociedades se dan por supuestas y que aquí no eran más que una capa muy superficial que cuando hemos empezado a rascar, por un problema coyuntural como la crisis económica, ha puesto en evidencia un problema de fondo, que es la falta de reconocimiento y de respeto a la cultura como algo que da fundamento a una sociedad.
Como siempre la culpa es de la sociedad, que es sucia e inculta. La culpa es del pueblo, que es vil e ignorante. La culpa es de los políticos, que no ven más allá de las próximas inauguraciones justo antes del próximo período electoral. Con estas palabras podríamos resumir la tesis de las lumbreras que La Vanguardia reunió en torno a una mesa. A Monegal sólo le faltó soltar esa máxima de Torrente, el brazo tonto de la ley: la culpa es de sus padres, que las visten como putas.
Francesc Casadesús nos dice que…
Se utiliza mucho la idea de que la cultura está muy subvencionada, cuando no es tan así. Está cofinanciada. Por lo menos en los teatros y en los museos con el pago de las entradas hay una cofinanciación privada por parte de los espectadores. Ya hay una participación de la sociedad, y se le está cargando aún más con esa idea de “id a buscar los recursos vosotros”.
¿No es tan así? Señor Casadesús: toda la cultura pública de este país está subvencionada, a veces incluso al 100%, y también lo está buena parte de la privada. Aquí todo quisque con apellido y/o amiguetes lleva años tomando pan y mojando en lo público. Todos ustedes forman parte de la Corte Cultural; de otro modo le aseguro –usted ya lo sabe- que ni de broma se llega a dirigir ningún chiringuito cultural de cierta entidad, público o privado, en este país. Usted desempeña labores de gestión cultural desde hace doce años –ocho en la silla que actualmente ocupa-, ha sido nombrado por políticos de diferentes colores ¿y ahora se da cuenta que el Rey –léase lo político– va desnudo?
Su compañero Pepe Serra –con mando en plaza desde hace dieciocho años– nos propone una interesante redefinición del Estado del Bienestar:
Hay que insistir en la tripleta. ¿Qué es de primera necesidad? Sanidad, educación y cultura. Y ponerlo al mismo nivel. El otro día tenía una entrevista con la consellera de Educació y me decía que le faltaban no sé cuántos millones para unos niños que toman una sola comida caliente al día. Estuve a punto de decirle que cancelaba una exposición y le daba el dinero. Pero no se trata de eso. La cultura siempre se ha movido en tantos por cientos muy bajos. Y encima en el momento más crítico, en el que tendríamos que hacer un mayor esfuerzo por explicar que una sociedad libre es una sociedad con cultura, que nos emancipa y nos libera, que el espacio cultural es el espacio público de más calidad, de más libertad, la discusión es de supervivencia y cuesta mucho explicar que la aportación que hace la cultura a la sociedad tiene un retorno mayúsculo.
No, señor Serra: las necesidades básicas –es decir, mínimas- en cualquier sociedad avanzada que se precie son sanidad, alimentación, vivienda y educación. Eso es lo mínimo que necesitamos para no morirnos de cualquier tontería propia del siglo XVIII, para mantener las constantes vitales en unos límites prudentes, para poder dormir tranquilos y cobijar a nuestros hijos, y para poder interpretar lo que sucede a nuestro alrededor. La cultura se inserta en los intersticios de todo esto, especialmente en la educación, para darle a todo sustento y sustancia. Más allá del Canon Cultural del que usted vive, hay una cultura con minúscula que vive y sobrevive al margen –a veces incluso a pesar- de sus mausoleos. Por cierto: la próxima vez que se le ocurra cancelar una exposición para que unos niños coman caliente, hágalo. Decencia obliga.
Antonio Monegal participa de la interpretación de Serra y dice:
Para nosotros está claro que la cultura es una de las patas del estado del bienestar y eso es sobre lo que no hay un consenso social, lo que se cuestiona ahora. Además, aquí se ha impuesto la idea equivocada de que el modelo era muy costoso, idea que se impone a partir de la noción de que la cultura es algo superfluo.
No hay consenso social porque la Alta Cultura no ha formado nunca parte del Estado del Bienestar, al contrario que la educación, que sí forma parte desde que Bismarck se dio cuenta que un obrero analfabeto poco podía aportar al rampante capitalismo industrial del siglo XIX. La idea de que el modelo era –es- muy costoso no es nueva, viene ya del modelo mitterrandista de cultura, en el cual el continente llega a ser tan importante, o más, que el contenido y deviene un símbolo de estatus; en el caso francés forma parte de su grandeur; en el español y el catalán, es la compra que el nuevo rico realiza con las pocas joyas de valor de la abuela. Como en España –y puede que más en Catalunya- cuando copiamos lo de fuera lo hacemos a lo bestia y mal, lo que tenemos es un exceso de cemento y pelotas, pero no me refiero a balones o gónadas, sino a cortesanos de mullido trato. Monegal prosigue:
Los políticos tienen elecciones difíciles de tomar, que además se complican en campos como este porque dependen de la percepción de su electorado, has de cuidar lo que tu electorado valora, y estamos en una sociedad donde, por un déficit educativo, la cultura no se considera imprescindible porque no se ve como una pata, sino como el mantel. Y el mantel puedes quitarlo de la mesa sin problema.
Bien, volvamos a Bismarck: a los obreros se les ha educado siempre lo justo para cumplir con su papel en la maquinaria capitalista. A las clases medias se las ha educado un poco más por la misma razón, hasta el punto que en este país nos hemos creído que formación y educación eran lo mismo que cultura, y así nos va. Si el problema es de educación –y en eso estoy completamente de acuerdo- no hay que invertir más en Alta Cultura, sino en sistema educativo, para formar a hombres libres capaces de pensar por sí mismos. Curioso que ninguno de ellos haya aludido a esa posibilidad y haya propuesto cerrar museos para mejorar nuestras escuelas y universidades, ¿verdad?
Lluis Pasqual –gestor cultural en España y Francia, de manera intermitente, desde 1983– concentra el fuego graneado contra el monigote de moda, el político:
Subir el IVA al 21% es la obra de un grosero, de un ignorante, que no es capaz de ver el momento de depresión social como el que hay en este país, porque sólo hay que ir a las farmacias y comprobar que no quedan tranquilizantes. ¿Cómo se puede tratar la cultura al mismo nivel que un bolso de Loewe?
A la cultura se la trata peor que a un bolso de Loewe; a diferencia del mercado del lujo, que no suele recibir subvenciones y está al albur de las filias y fobias del consumidor adinerado, la Alta Cultura que ustedes gestionan depende de sus filias y sus fobias particulares, de las preferencias de un mandarinato cultural que se cree investido de una autoridad que, ¡oh ironías!, proviene de los políticos que les han nombrado. Ustedes pretenden tener auctoritas, cuando lo único que exhiben es potestas, y ni siquiera es genuina sino una simple transferencia del presidente, ministro, consejero, alcalde, concejal o director general de turno.
Si el 21% es la obra de un grosero –cosa con la que no estoy de acuerdo- ustedes participan de la grosería y, como veo que no dimiten, no les debe incomodar tanto. No me explico cómo se puede estar entrando y saliendo de la cosa pública durante treinta años y coleccionando hasta diez premios oficiales para, de repente y cual capitán Renault, exclamar escandalizado que ¡ha descubierto que en este local se juega!
Su compañero Salvador Sunyer acepta cierta parte de culpa, pero sin exagerar:
Hemos de aceptar cierta culpa, sí, no todo lo hemos hecho bien. Pero la culpa de nuestro mundo no ha sido tanto que se haya malgastado, sino no haber sabido hacer que lo que hacemos tenga suficiente importancia para el ciudadano. Es un aspecto que hemos de trabajar más a partir de ahora. Por ejemplo, por hacer un mea culpa personal, quizá como director de un festival de teatro debería haber dedicado más energías a pensar que en lugar de llegar a un 12% de la población debería estar llegando a un 25%.
Si lo que usted hace no tiene suficiente importancia para el ciudadano, es que está tirando el dinero. La suya es una postura escandalosamente elitista como demuestra al reconocer que sólo trabaja pensando en un exiguo porcentaje de la población. Su objetivo debería ser el 100%, entendiendo que es un objetivo inalcanzable. Si pese al esfuerzo no consigue convencer a la mayoría del respetable –no hay espacio ni tiempo para todos ni para todo- ya nos pondremos de acuerdo en si es que hay mucho lerdo o el programa estaba pensado para cuatro. Pero no se puede, ya de entrada, trabajar para esos cuatro.
Pepe Serra también descubrió eso del público hace poco:
Estoy muy de acuerdo. Este país hizo hace unos años un esfuerzo enorme por ponerse a la altura en infraestructuras, en sistema, pero cuando nos giramos nos dimos cuenta de que detrás no venía todo el mundo. Es la hora del público. Tenemos que luchar por tener un retorno social más amplio, que no quiere decir banalizar, que nos legitime.
¿Es la hora del público? ¡Esa hora ha sido siempre! Valientes caraduras que sólo se acuerdan de él cuando la teta pública no da para más ¿Ahora pretenden luchar por un retorno social más amplio que les legitime? Llegan décadas tarde, tantas como democracia tras el franquismo. Una sola pregunta: ¿en quién diablos han estado pensando todo este tiempo? ¿Para quién han trabajado? El dedo apunta peligrosamente a los políticos que ustedes censuran.
Serra insiste en el desbarre:
Las consultas están llenas de gente que no tiene esperanza, que lo ve todo perdido, eso se arregla en parte yendo al teatro, viendo una buena película o visitando una exposición… La capacidad de trascender lo real, lo inmediato, lo pobre, lo concreto que tiene lo nuestro, no tiene valor, es incalculable… Es lo que hace que una sociedad sea gris o esté viva. El mea culpa siempre ha de estar presente y por delante, pero tendríamos que intentar explicar muy bien que no es que pidamos para nosotros, que no es la queja, sino la reivindicación legitimada, como decía Pasqual.
¡Oh, claro! ¿Lo ha oído simpático parado? Sus males se curan yendo al teatro ¿Se ha enterado pintoresco desahuciado? Sus desgracias se olvidan en el cine. No me diga que no, bucólico padre de familia miserable: ¡reconozca que no hay nada mejor que visitar una exposición para llenar el estómago a su prole! Lo cierto es que la capacidad que tiene Pepe Serra para trascender lo real, lo inmediato, lo pobre, lo concreto y elevarse tanto por encima de la vil realidad como para no verla… no tiene valor, es incalculable. Y se intenta hacer perdonar diciendo aquello que no pide para él, que su afán es generoso, pirdone siñore e siñora, ío sono un povero director di museo público… cual zíngara en el metro pidiendo para su narcotizada criatura. Obsceno.
Xavier Antich –uno de los pocos con el honor de haber dimitido de una cosa pública en protesta por el cariz que tomaba- tercia para abundar en lo del público y sacar a pasear al PIB:
Que los públicos estén en el centro es una obviedad, lo han estado siempre. Siempre se ha pensado, pero nunca como ahora se ha creído que eso era una cosa sustantiva. Hablabas del retorno económico y social, y hace falta decir y recordar que el mundo de la cultura genera más ingresos globales en el PIB que los que recibe por subvención. Pero hay otro elemento que es el del retorno social, que es un intangible y un incuantificable: crea comunidad, crea barrio…
Antich pierde dos grandes oportunidades: la primera, de callar; la segunda, de enmendar a su correligionario Serra. Desaprovechadas ambas sólo le queda el expediente de superarle en tontería, para lo cual se hunde con él en el vergonzoso lodo de la farisaica defensa del público y nos sale por peteneras diciendo que la cultura produce más PIB que el que nos cuesta. Olvida decir que habla de la industria cultural, pero al fin y al cabo para ellos es ya todo lo mismo, que no hay cultura sin ellos, sin industria, sin maquinaria. Es leerle y recordar la mítica máquina de Lewis Mumford.
Prosigue Antich:
Me resisto a pensar que no hay interés por la cultura. Tenemos muchas muestras de que cuando se hacen esfuerzos bien dirigidos la respuesta es abrumadora, porque efectivamente hay algo realmente sentido de este elemento emancipador, de que la cultura forma, y eso posiblemente no lo sabrán los políticos responsables de las grandes áreas, pero la gente que va al cine o al teatro o a un museo o a la danza lo sabe, obtiene una satisfacción íntima que tal vez las grandes políticas no recogen.
A estas alturas el desvarío es evidente. Aunque hace un momento metíamos a la plebe en el saco de los ignorantes, ahora es la misma plebe que, más instruida que la clase política a la que estos sacerdotes culpan de todos sus males, sabe sacar provecho de lo poco que se le da. Hay algo roussoniano en todo esto, en considerar al hombre de la calle como un buen salvaje virtuoso, con buen fondo, dotado de una cultura y bondad naturales. También hay cierto despotismo ilustrado porque se alude a un ciudadano de orden que se sobrepone a la política pero se somete a lo que los programadores culturales tienen preparado para él. Ya sabemos que la Alta Cultura, por definición, es para el pueblo, pero sin el pueblo.
Pepe Serra se mete a ingeniero social y la cosa sale… así:
En un país donde por debajo de los 40 años todo el mundo está condenado a no tener casa propia, una bomba social, la vía de salida, de respiración, es un sistema cultural potente. Si no, esta gente de menos de 40 se acabará tirando por los balcones.
Estoy pasmado. Huelga decir que por debajo de los 40 años no todo el mundo está condenado a no tener casa propia; por otro lado, no sé qué problema hay en vivir de alquiler. Sea como sea, para Serra –sobrino de Narcís Serra, político y último presidente de una de las cajas de final más desastroso- el modo de impedir una revuelta, o una revolución, es distraer al personal con una especia de pan y circo a lo siglo XXI. Pertenecer a la élite y haber sido educado a parte tiene estas cosas: uno enseguida echa mano de políticas culturales (sic) que llevan dos mil años funcionando.
Francesc Casadesús descubre que, además de juego, en esta casa hay señoritas que fuman y te tratan de tú:
Siguiendo el ejemplo de la sanidad, una cosa que ha fallado es la definición de cuál es el sistema básico. En sanidad se ha dicho: el sistema básico es éste. En cambio en la cultura, dada la excesiva proximidad de la política y el cortoplacismo, las decisiones están provocando que el sistema básico sea aquello que yo inauguro o aquello que me da rédito electoral.
Sí, el sistema básico de cultura es una casa de putas, pero ojo, porque ellos están dentro. Espero que la próxima acción de Casadesús al frente del Mercat de les Flors sea dimitir, pues es cooperador necesario en el fallo de la definición del sistema básico, en la excesiva proximidad de la política, en el cortoplacismo y la costumbre de gestionar la cultura a golpe de inauguración ¿O es que su ocupación en tan magna institución es la de vender las entradas? Lo mismo vale para todos los sentados alrededor de esa mesa, cómplices más o menos silenciosos de un estado de la cultura tan deplorable como el nuestro.
A continuación, un pequeño diálogo entre Salvador Sunyer y Francesc Casadesús:
S. Sunyer: Ahora no está de moda. Pero lo que dice Cesc es cierto, no hay un sistema cultural en este país. Se ha querido copiar más o menos del sistema francés.
F. Casadesús: Del siglo XIX.
S. Sunyer.: Se han hecho una serie de infraestructuras y ahora no hay contenidos. Desde museos comarcales a teatros, un montón, y ahora sin contenido. Yo me imagino que en el Consell Executiu deben quedar todos impresionados, porque el de sanidad tiene a las enfermeras y los médicos en huelga, el de educación a los profesores, el de agricultura a los payeses, y a Mascarell le deben decir “tú eres un crack”, porque no hay ninguna queja.
No es cierto. A una escala modesta sí hay contenidos. Bastará con unos pocos ejemplos que puedo citar de memoria: el excelente momento de las bibliotecas públicas –pese a su estrangulamiento económico-, la gran labor que se ha realizado para poner en valor el atractivo cultural de comarcas como La Garrotxa o El Priorat, cómo año tras año visitar las ruinas de Empúries resulta una delicia, cómo la Barcelona romana es cada vez más visitada y apreciada, cómo se han rehabilitado y museizado joyas como Sant Pere de Rodes, el valle de Boï y su conjunto románico o el monasterio de Sant Benet de Bages y la Fundación Alicia, fruto, por cierto, de una pequeña caja que funcionaba bien hasta que fue obligada a inmolarse en una absurda fusión. Hay un montón de pequeñas intervenciones que llenan el territorio de contenidos, que han sacado de las sombras una herencia sepultada por años de desidia institucional. Cosas que han sido posibles porque a pequeña escala y sobre el territorio hay un montón de gente que ama su pueblo, su tierra y desea cuidarla, gente sin laureles, ni muchos padrinos, ni mucho ruido detrás. Gente invisible para el Alto Sacerdocio Cultural. Todo lo que he nombrado, o bien no existía hace quince años, o daba pena verlo. Alguien, lejos de los Sanctasanctórum culturales, ha hecho las cosas bien.
Otro intercambio, en este caso entre Sunyer y Serra:
S. Sunyer: Yo creo que se ha de escoger a quién se ayuda, se ha acabado, desde mi punto de vista, esa cosa lineal que lo está matando todo. Es un desastre.
P. Serra: Es la política de miseria para todos. Pero creo que hay que aprovechar un momento tan crítico como este para comenzarnos a dotar de mecanismos más profesionales para tomar decisiones que afectan a medio y largo plazo al sistema cultural. […]
…y supongo que ustedes se presentan voluntarios para decidir quién se lleva qué, ¿verdad? Si es que son todo generosidad y donosura, oiga. Qué forma más triste de mostrarnos su manera elitista de entender la cultura: dejémosla en manos de cuatro entendidos, que la masa lo ensucia y lo rompe todo.
Un poco más de desbarre a dos manos, por Antich y Serra:
X. Antich: Yo cuando pensaba en cosas que se tendrían que haber hecho y no se han hecho, hay una histórica, que es el 1 por ciento cultural, que ha sido un cajón de trapacerías, por decirlo de forma eufemística.
P. Serra: Ha servido para hacer rotondas y ponerles esculturas…
Qué fácil es mearse en casa del vecino. El 1% cultural es una de esas cosas que a veces, en este país, salen bastante bien. Según el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte: La Ley de Patrimonio Histórico establece la obligación de destinar en los contratos de obras públicas una partida de al menos el 1% a trabajos de conservación o enriquecimiento del Patrimonio Cultural Español o al fomento de la creatividad artística, con preferencia en la propia obra o en su inmediato entorno. Es decir, que el 1% de los dineros de las infraestructuras públicas ha ido dedicado a cosas como las siguientes (extraído de las Actuaciones aprobadas en octubre de 2011): Rehabilitación del Molino de Aceite de Alquézar (Huesca), Conservación y adecuación de la Iglesia Románica de San Nicolás (Segovia), Restauración del Castell del Palau. Fase II, Bagà (Barcelona), entre muchas otras. En la documentación que he consultado no hay rotondas ni esculturas. No digo que en el pasado no hubiera ninguna -mucha tontería hemos padecido- pero no todo lo que se hace está mal. Puede que el problema sea otro: las ayudas del 1% cultural se otorgan a proyectos bastante pequeños y se pueden solicitar desde ayuntamientos realmente humildes. Todo ese dineral desfila ante las narices de nuestros Caballeros de la Mesa Redonda y ellos no ven un duro. Debe dolerles que un concejalucho de cultura de algún villorrio pirenaico les pase por delante.
Salvador Sunyer muestra que no sabe en qué país vive cuando dice que:
Lo que no puede ser es que los que vivimos el final del franquismo, ahora no seamos capaces de pasar lo que hemos hecho a los que vienen detrás. Hemos de exigir dos cosas: 1) que hagan un dibujo de qué ha de ser este país culturalmente dentro de 20 años y 2) que en un plazo corto dediquen porcentualmente el doble. Que es lo mínimo. Este país no podrá tener estructura de país sin una cultura que lo cohesione.
Soy de los que cree que parte de la ignorancia se cura viajando, pero algunos, de tanto viajar, han desaprendido cosas importantes. La primera de ellas la saca a relucir Salvador Sunyer: el final del franquismo aún está vivo en la memoria de un par de generaciones. Los que nacimos el año de la muerte del dictador no vivimos su lacra, pero sí resaca y la transición –así, en minúscula- a lo que tenemos ahora. Algunos hemos aprendido un poco de historia y sabemos que venimos de un silencio cultural muy duro y muy largo que se retrotrae muy atrás en el tiempo. La postración cultural española no fue cosa sólo del franquismo, veníamos muy burros ya desde el siglo XVIII, cuando no pudimos enganchar el vagón español a la locomotora ilustrada francesa. Quien pretenda solucionar tres siglos de ignorancia en sólo tres décadas demuestra ser profundamente inculto, demuestra desconocer el pasado y está obligado a repetirlo.
Lo que Sunyer también demuestra es una falta de imaginación sorprendente; pide un dibujo de qué debe ser culturalmente este país, cuando a él y a sus cinco correligionarios se les supone facultados para realizar propuestas en ese sentido. ¿Por qué no dedicaron la mesa redonda a proponer, a construir, a dibujar un futuro posible? Supongo que la crítica al sistema es tolerable mientras se funde en vaguedades; entrar a saco en lo concreto podría enemistarles con personas concretas y eso es algo que no se pueden permitir. La cultura de este país –me refiero a Catalunya- es algo que manejan entre poco más de veinte personas y deben coincidir en inauguraciones y otros pesebres variados.
Finalmente, el papel de la prensa; los redactores de La Vanguardia que pergeñaron el artículo asistieron a la mesa redonda y departieron con los seis gestores. No parece que les incomodaran sacando a relucir sus dilatadas carreras, su eterna complicidad con políticos de diferente color y pelaje o su ignorancia en algunos temas. No parece, en suma, que los periodistas hicieran su trabajo. Se limitaron a organizar la pelea de Wrestling y a retransmitirla. Periodismo deportivo, lo llaman algunos. Hay combates de boxeo más edificantes.
Pues estas son algunas de las lumbreras que nos dirigen la cosa cultural. Algunos dirán que es lo que nos merecemos. No estoy de acuerdo. Aunque Lluís Pasqual, Salvador Sunyer, Pepe Serra, Francesc Casadesús, Xavier Antich y Antonio Monegal hagan como que pasaban por allí, forman parte del tinglado que nos ha gobernado durante las últimas tres décadas. Aunque no se ganen la vida como políticos sí se han beneficiado de la política y de las políticas practicadas en este país hasta hoy mismo. Otros gestores culturales son posibles.
Soberbio post. Mis felicitaciones más sinceras.
Muchas gracias Manuel!
Gracias por leerme,
Bernat
Amén. Cuando leí el artículo en La Vanguardia estaba a medio camino entre la vergüenza ajena y la indignación. Digamos que se me cerraba la válvula pilórica, a lo Ignatius Reilly.
Además esa “cultura” a la que se refieren no es para nosotros, el vulgo, la plebe, sino una “cultura” creada por y para ellos. Así que no vengan lamentándose por la falta de subvenciones y por ser unos incomprendidos, cuando están viviendo de espaldas a esa sociedad que no les comprende. De verdad, ¿va a haber que subvencionar a un grupo de intelectuales elitistas que solo crean para sí mismos? Porque mucho decir que la cultura es un bien imprescindible, pero luego ellos mismos parecen negarse a “trabajar” para el pueblo que debería disfrutar esa cultura. Porque, si sus creaciones quedan en un círculo minoritario y retroalimentado, ¿dónde está el beneficio del pueblo que debe subvencionarlos?