WALKER 2

Hay una intelectualidad que no sabe pensarse a sí misma, poblada de fatuos que han convertido el saber en religión, sus lugares en templos y sus herramientas en reliquias. Hay intelectuales que ven una amenaza tras cada duda, un peligro tras cada interrogante e inventan enemigos sin los cuales se han olvidado de pensar. Lo sorprendente es que se consideren –y nosotros creamos que son- intelectuales.

En mi anterior artículo hablé de ese periodismo cultural poblado de hagiógrafos y plañideras. Tras él se esconden intelectuales que, con sus imposturas, pretenden que nada cambie. En esta definición encajan pensadores otrora fértiles –como Félix de Azúa, de quien hablé hace tiempo– pero también periodistas con mando en plaza.

Juan Cruz, periodista, escritor, editor y actualmente adjunto a la dirección de El País, escribió el pasado jueves un artículo titulado La conspiración contra el libro. Mientras daba vueltas a las palabras de Cruz para escribir este artículo, tanto La patrulla de salvación como Josep Izquierdo escribieron sobre él. Andaré un poco sobre el camino que ellos ya despejaron; espero poder aportar algo nuevo. Para hacerlo citaré ciertos pasajes del artículo de Cruz. Veamos el primero:

Es curioso: lo están matando y dicen que muere. Dicen, por ejemplo, que la gente ya no lee, y entonces desnaturalizan la lectura misma, quitan de los presupuestos de las bibliotecas el dinero que solía haber para que estos templos laicos del saber se nutrieran de novedades o, simplemente, de los libros que harían falta para que esos edificios cumplieran con la finalidad implícita en su noble nombre.

El hábito no hace al monje, al monje lo hacen sus hábitos, por cómo viste y por cómo vive. Si sólo vemos el vestido tendremos delante un decorado; veremos una liturgia, pero no su sentido. Eso es lo que Juan Cruz hace cuando llama templos laicos del saber a las bibliotecas, tratándolas de simples almacenes de libros donde poder leerlos. Alude a su nombre y se queda con su significado literal proveniente del griego, que mete libros en armarios. Hoy en día una biblioteca es mucho más que eso. En este país se han hecho bien algunas cosas partiendo del deprimente estado cultural del que salimos del franquismo. Hoy las bibliotecas son centros del saber pero también son centros sociales donde usar un ordenador, donde navegar por internet, ver buen cine, leer buena literatura, estudiar e investigar sobre todo tipo de temas. Hay heroicas bibliotecas ambulantes, numantinas bibliotecas de pueblo y de barrio, buenas bibliotecas municipales, grandes bibliotecas provinciales y fastuosas bibliotecas autonómicas y estatales. Cruz Olvida que las bibliotecas cumplen con muchas más funciones cívicas que las estrictamente encomendadas por su denominación y que serán un nodo cultural y de conocimiento importantísimo en los próximos lustros.

Dicen, también, que el libro es caro, y se dice tanto, y desde tantos sitios, que ya es lugar común. Claro, en la crisis, dicen, la gente está pensando en otras cosas y primero hay que comer y después pensar, o leer. No se les ocurre que pensar, leer y comer se puede hacer al mismo tiempo, y no todos esos términos de la ecuación tienen por qué darse por separado.

Ciertas gentes del libro siempre dicen que los libros son baratos como si se tratara de un axioma: para ellos los libros siempre son baratos, los Rolls-Royce siempre son caros y nada puede superar la velocidad de la luz. Excepto por la última constante, realmente universal hasta que se demuestre lo contrario, lo de los precios es siempre relativo. ¡Ojo! No es que lo ignoren, es que siempre lo usan en su favor. Dicen que, en comparación con una cena en un buen restaurante –Juan Cruz alude al whisky en otro párrafo- cualquier libro es barato, pues garantiza días de experiencia lectora. Aseguran que el coste de una noche de fiesta equivale a unos cuantos libros pero que ¡ay!, en comparación con la efímera velada, esos libros duran mucho más y dejan un poso indeleble en el alma. No se cansan de compararlo con experiencias cuyo contenido es censurable desde el punto de vista de la Alta Cultura. Todo lo que dicen es cierto si uno comparte su escala de valores. No todos lo hacen.

El público percibe un precio como alto, bajo o adecuado en función de sus intereses y expectativas. La cuestión del precio se reduce a percepciones, pero eso no lo simplifica, al contrario. La decisión de compra tiene una parte racional y otra irracional, y comprenderlo trae de cabeza a especialistas en publicidad y mercadotecnia desde hace décadas. Por eso es tan difícil predecir el éxito o el fracaso comercial de un producto y por eso es tan ridículo censurar al público. Por eso nunca oiremos a un fabricante de lavadoras defender públicamente que los usuarios de electrodomésticos son unos berzas porque no entienden que las lavadoras son baratas comparándolas con vayaustéasaberqué. Por eso pagar 30 euros por una cena me parece un precio justo mientras que pagarlos por un libro me parece un atraco. Una cena es una experiencia irrepetible; un libro de papel es un producto de consumo fabricado en serie y, en el paradigma digital, un servicio. Un servicio puede parecerse a una experiencia y a su alrededor hay una experiencia, pero no es la experiencia.

Los libros deben costar lo que su público esté dispuesto a pagar, intentar lo contrario es suicida. Se podría cambiar la percepción del público, pero la campaña sería tan costosa, exigiría tanto tiempo y su resultado sería tan incierto que hay alternativas mejores en las que emplear ese dinero: optimizar los procesos de producción para asegurar la rentabilidad del negocio para mantener precios competitivos en el libro de papel y llevar a cabo la necesaria reconversión digital.

Hay una conspiración contra el libro; pero tendrán que matarlo muchas veces para que deje de existir, y de hecho a lo largo de la historia quisieron matarlo por la vía de la cremación o por la de la persecución de los heréticos que los escribían o editaban.

Dudo que haya muerto mucha gente por el simple hecho de hacer libros. Sí ha muerto mucha gente por verter según que ideas en según qué libros. Si Juan Cruz confunde el libro de papel con su contenido es que no ha entendido nada de la destrucción de la biblioteca de Alejandría, de Hipatia, de Galileo Galilei, de Giordano Bruno, de Miguel Servet o, ya mucho más cerca, de la quema de libros en la Alemania nazi. Nadie quemó los libros alejandrinos o alemanes por su formato; nadie puso en peligro la vida de Galileo ni ejecutó a Bruno, Servet o linchó a Hipatia por el papel –papiro en el caso de la alejandrina- sobre el que se imprimían sus postulados. Se quema y se asesina por las ideas, sean estas plasmadas en cerámica, en madera, en piedra, en papiro, en vitela, en papel, en Internet o en un muro con spray.

Luego está lo de la conspiración, innecesaria además de ridícula, si necesita un espantajo como éste para defender su punto de vista. Supongo que pensará que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece. Cosas del eterno retorno.

Al libro lo quiere matar la sociedad que asiste a su ejecución sin moverse para hacer que la gente sepa que leer es mejor que dejar de leer.

¡Ah, la sociedad! ¡Ese Leviatán hobbsiano que todo lo puede! (sic) Para Juan Cruz quien no lee es un cavernícola platónico. Puedo estar parcialmente de acuerdo con él, pero no podemos subirnos a ese pedestal portátil que a veces parece que llevemos los que leemos muchos libros y decir: lo más mejor en este mundo es leer y quien no lo haga es un üntermensch. A la gente no le disgusta leer, sencillamente cree que no lo necesita, del mismo modo que no es que no me guste el parapente, el mus, o la petanca, simplemente no los necesito; sólo cuando me llaman imbécil por no amar la petanca es cuando mando a las bolas de acero a tomar viento.

Si la gente no lee es porque cree que tiene mejores cosas que hacer. Los habrá lerdos, pero también cultos. Hoy en día se puede ser culto sin libros, puedo acceder a contenidos de alta calidad sin abrir un libro digital, sea legal o pirata, pues tengo un caudal de buena información al alcance de un clic. Es cierto que en Internet deberé bucear grandes y densas montañas de mierda hasta encontrar contenidos aprovechables; lo mismo les sucede a los lectores bisoños: hasta que no se han formado un criterio están condenados a centenares o miles de horas de basura. Las bibliotecas y las librerías están llenas de mierda. A algunos les gusta y es lícito que así sea. Es parte de la industria –también de la del papel- y no seré yo quien la desmonte.

Hay un punto de vista más oscuro según el cual la sociedad, el pueblo, la plebe ignorante, necesita ser protegida de sí misma, necesita que unos patricios superhombres le digan no sólo que debe leer, sino también qué debe leer. Porque ya sabemos que hay lecturas buenas y malas, como de buenos y malos, de blancos y negros, está compuesto el maniqueo mundo de Juan Cruz y de tantos otros.

Puede morir de descuido, provocado por las Administraciones, que han decidido que pueden recortar la nutrición de doble efecto a que obliga la existencia del libro: el apoyo a las bibliotecas y el apoyo a las editoriales para abaratar el precio del libro propiciando tiradas más amplias y alentando la compra de más ejemplares de cada edición por parte de organismos públicos obligados a hacer del libro la materia central de la educación de la gente.

En su alegato contra todos Juan Cruz incluye la cosa pública. En tiempos de crisis como los que vivimos, institucional, política, moral y de credibilidad, los administradores públicos son el pim-pam-pum favorito. No niego que se lo merezcan, pero en este caso aludir a las Administraciones es irónicamente injusto. Precisamente ellas han mimado la industria editorial con medidas proteccionistas que han creado un mercado ficticio profundamente distorsionado, que ha permitido la perpetuación de graves ineficiencias sin impulsar reformas muy necesarias. Juan Cruz prefiere no ver la parte que le concierne –de la que se ha beneficiado-, para ventilar sólo la que le conviene.

Y como existe el tópico y es imparable, editores, autores y el resto de los que se hallan en la trinchera ahora asediada tienen que ponerse de acuerdo para renunciar a algunos de sus porcentajes si así recortan, esa palabra, el precio de los libros…

Termina Juan Cruz dibujando una ciudadela donde aguerridos agentes culturales resisten a las hordas de bárbaros que intentan expugnarla con la única intención de destruirlo todo. Desconoce u olvida –ya no sé si para él hay alguna diferencia- hechos como los de la mencionada Hipatia durante los cuales la amenazada sí era la cultura, sí era la razón, sí era una herencia milenaria de sabiduría. Hoy la única amenaza se cierne sobre unos medios de producción, sobre la cadena de valor que éstos permiten y sobre quienes detentan esos medios, gestionan esa cadena y se benefician de ella. No confundamos las herramientas de la cultura con la cultura misma.

Dice que los profesionales del libro deben renunciar a márgenes. Ojalá fuera ese el único problema. Cuando echo un vistazo a mi modesta biblioteca y veo el festival de calidades, formatos y procesos mediante los cuales se fabrican los libros, se me ponen los pelos de punta pensando en el galimatías logístico que hay detrás; si recuerdo el desbarre de la distribución me quedo calvo. Sólo son dos ejemplos de otros muchos. Queda todavía cierto remanente de eficiencia por ganar en la cadena de valor del libro de papel y es una lástima que por ese lado no se esté haciendo (casi) nada.

La de Juan Cruz es una realidad simple, en blanco y negro, con buenos y malos, pero hay visionarios y berzas en ambos lados. Hay un montón de buenos profesionales haciendo un buen trabajo en ambos lados. De hecho, creo que la línea divisoria cada vez es más borrosa, no hay trinchera, ni frentes, ni lucha. Bueno, sí hay una lucha: la de la supervivencia de aquellos que aman lo que hacen por encima de materiales, soportes y tecnologías. En un rincón sigue habiendo nostálgicos con un mal que nunca hallará cura, pues añoran un mundo inmutable, previsible, que conocen y dominan. Un mundo que en realidad sólo ha existido, fugazmente, mientras ellos estuvieron arriba.

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

11 Comments

    1. Hola Alberto,

      Gracias por el enlace!

      Bernat

  1. El identificar lectura con libro lleva a Cruz a error. Que el libro como objeto está en retroceso, en parte porque cada dia hay menos libros bien hechos y que valgan como tales, es otro cantar que nada tiene que ver con la lectura. Seguimos enquistados en las churras y medinas.
    Y en cuanto a los precios, parece que nadie deje de pagar la gasolina por el hecho de que sea cara.

    1. Hola Josep,

      Que él confunda una cosa con la otra, viendo su currículum, es cuando menos chocante. Esa es una de las cosas que me llamaron más la atención: lo poco pensado que tienen el libro ciertas gentes del libro.

      No sé si hay menos libros bien hechos. Puede que sí en términos relativos, pero no en términos absolutos. Al haber más de todo, aumenta mucho más lo malo.

      Sobre los precios: se trata de percepciones. La gasolina es cara, siempre nos parecerá cara, como la electricidad o el agua del grifo. Pero como es percibido como un bien de primera necesidad (que se perciba así no implica que lo sea), la gente llena el depósito igualmente. Nunca habrá una revolución por el precio de los libros, pero las ha habido por el precio del pan y puede haberlas por el de la gasolina (el pan nuestro de hoy en día).

      Gracias por tu comentario y tu visita!

      Bernat

  2. […] Algunos intelectuales y sus imposturas | verba volant, scripta manent. […]

  3. Estoy de acuerdo contigo en que lo de los precios es relativo, por eso no entiendo por qué entras al trapo en la comparación entre una cena y un libro. No creo que pueda establecerse una comparación en términos generales. También aquí dependerá del tipo de cena (no hablo de la comida, obviamente) y de cómo resulte el libro. En algunos casos será mucho más gratificante la cena que la lectura (que viene a ser la experiencia que proporciona el libro), y en otros será al contrario. Aparte de eso, me ha gustado mucho el artículo.

    Un saludo.

    1. Hola Daniel,

      Entro al trapo expresamente con un precio, porque no se puede otorgar el mismo valor (que no es lo mismo que el precio) a un producto fabricado en serie, como un libro, que a una experiencia intangible. Lo que dices es cierto: hay cenas deleznables por 30 euros y hay libros que a ese precio son baratos. No comparo cosas concretas (tal cena con tal libro), sino un producto seriado con una experiencia irrepetible. Teniendo en cuenta materiales y procesos industriales, que la inmensa mayoría de los libros de hoy en día cuesten lo que cuestan dice muy poco sobre la eficiencia de la cadena de producción editorial, y mucho acerca del proceso de producción de un restaurante.

      Gracias por pasarte por aquí!

      Bernat

  4. Simplemente magnífico, enhorabuena

  5. Reblogged this on cloudarian and commented:
    Siempre me ha desagradado -por polvoriento y poco ventilado- el llamado ‘culto al libro’. Afortunadamente lxs bibliotecarixs vamos superándolo -¡tanto por hacer ahora que conseguimos ‘rehab’ de la adicción a la celulosa!- pero costará mucho aún deshacerse de los apocalípticos -ex-integrados caídos del pedestal-. Gran post de @BernatRuiz

  6. Reblogged this on cloudarian and commented:
    Siempre me ha desagradado -por polvoriento y poco ventilado- el llamado ‘culto al libro’. Afortunadamente lxs bibliotecarixs vamos superándolo -¡tanto por hacer ahora que conseguimos ‘rehab’ de la adicción a la celulosa!- pero costará mucho aún deshacerse de los apocalípticos -ex-integrados caídos del pedestal-. Gran post de @BernatRuiz

  7. Me encanta la forma de surfear que tiene este texto. A la segunda vez que cabalgo en la ola busco donde está la pared y donde la espuma -para surferar esto es imprescindible- y, veo algo reconocible: lo efímero de la sobreactuación. Pero aciertas en el análisis. Y aciertas con JC.
    Una cosa más. Las montañas de mierda no está quietas sino que derivan y flotan, así que buena suerte con el surfeo.

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