Atendiendo a los datos de la Panorámica de la edición española de libros 2011 resumidos en el anterior artículo, y a otros muchos que hace tiempo discurren por este blog, el sector se enfrenta a tres graves problemas interrelacionados de sobreproducción, reconversión y competencia:

Sobreproducción: no sólo editamos demasiados libros, además editamos los equivocados; metiendo todos los huevos en el mismo cesto estamos sacrificando fondo editorial. El sector está pisando con fuerza el acelerador en dirección al precipicio. Erosionando la larga cola –long tail– en la librería, estamos acortando la vida del libro de papel, pues a medio plazo las librerías sólo servirán como escaparate de novedades y best-sellers, siendo difícil encontrar nada más.

Reconversión: la FGEE, CEGAL y las administraciones públicas no dejan de lanzar campañas para la promoción de la lectura. Lo que deberían hacer es una campaña de reconversión industrial del sector. No recuerdo ni una sola acción de la FGEE destinada a la digitalización integral de los procesos productivos de las editoriales, ningún acuerdo de colaboración tecnológica con nadie. La FGEE debe escoger entre formar parte del problema o de la solución. CEGAL y otras asociaciones y gremios de libreros lo está haciendo algo mejor, o al menos le están poniendo más voluntad, aunque sea porque para ellos el lobo está mucho más cerca.

Competencia: cada año aparecen editoriales como setas (359 sólo en 2011, pag. 19 del Panorama). Normalmente diminutas y de dudoso recorrido, la mayoría insiste en proponer nuevos autores con nuevos títulos de narrativa y poesía. En la edición se ha dado un fenómeno poco habitual en otras industrias de consumo: la concentración empresarial no ha servido para optimizar, mejorar y reducir la oferta. Cuando un grupo editorial compra un sello incorpora su catálogo, pero no suele eliminar o vender las duplicidades o redundancias. No hay una tendencia a crear nuevos productos; al contrario, cuando se detecta –o simplemente se cree- que un género se expande muchas editoriales lo inundan, dejando un paisaje de tierra quemada en el que inevitablemente domina la mediocridad. Se trabaja en la búsqueda y captura de la novedad, como si editar consistiera en jugar a la lotería del best-seller, la que tropieza con suecos de trama trillada, pilla novelitas que ponen cachondas a las mamis, o promueve modas medievales. ¡Ojo! ¡Todos esos best-sellers no tienen ningún problema como producto! El problema es cuando nos dedicamos a esquilmar el poco suelo comercial que nos queda mientras vamos quemando más hectáreas de selva virgen y acabando, por ello, con la diversidad. Editar más sólo está adocenando la oferta.

Dejar de gestionar la demanda para gestionar la oferta

Mencionaba hace unas líneas la necesaria campaña de reconversión industrial. En ella debería incluirse el objetivo de disuadir el aumento de novedades fomentando la digitalización del fondo. Aunque en 2011 se mantuvieron inactivas 766 editoriales (pag. 21) el Panorama no ofrece datos exactos de cuántas editoriales desaparecieron, sólo menciona que no pidieron ningún número de ISBN (otro caso de incomunicación con el Ministerio de Hacienda). Aunque parezca que lo mejor es fomentar la competencia, hay casos en los que un exceso conduce a la saturación, y esto es lo que le ocurre a la edición. Obviamente no podemos prohibir a nadie que funde una nueva editorial, tampoco podemos prohibir la edición de nuevos libros ni obligar a reeditar o digitalizar el fondo, pero desde las administraciones públicas se puede legislar para promover o disuadir comportamientos. Hay que llevar a cabo una política industrial del libro que alargue la vida del papel, facilite la reconversión industrial y fomente, mediante una oferta óptima, rica pero equilibrada, el acceso a la lectura.

La única política actualmente visible es cultural e intenta hacer crecer la demanda mediante campañas de promoción de la lectura. En el dudoso caso que eso sirva de algo, sólo incide sobre el crecimiento vegetativo de lectores, una tasa que crece cada año pero lo hace a un ritmo muy lento, demasiado para la crisis sectorial actual. Es evidente que gestionando la demanda no vamos a llegar a tiempo.

Debemos gestionar la oferta. Tenemos claro que producimos demasiados libros y, en mi opinión, muchos de los que editamos son los equivocados. Es un problema de política industrial, no de política cultural, o sea que los ministerios de Cultura e Industria deberían ponerse de acuerdo. El tercer ministerio en liza debería ser el de Hacienda.

Necesitamos reducir las novedades a la vez que reforzamos y digitalizamos el fondo. Si los ministerios de Industria y de Cultura se limitaran a subvencionar la digitalización tendríamos un fondo más robusto y mejor digitalizado, pero el principal motor del problema seguiría en marcha; además, personalmente estoy en contra de subvencionar el normal funcionamiento de una industria. Ahí es donde Hacienda tiene un importante papel. Hay que incentivar la digitalización y disuadir el lanzamiento de novedades a base de estímulo y carga fiscal pero también actuando sobre el precio del libro:

  • Estímulo fiscal a la reedición: podemos incentivar la reedición / reimpresión del fondo mediante el estímulo fiscal directo en el impuesto de sociedades, entre otros. El principio sería sencillo: a más mantenimiento del fondo, más desgravación fiscal.
  • Estímulos fiscales a la digitalización del fondo: lo mismo que el punto anterior, pero incentivando la digitalización.
  • Menor carga fiscal cuantas menos novedades: se trataría de incentivar la moderación en el lanzamiento de novedades disminuyendo la carga fiscal de aquellas editoriales que, de un año para otro, se mostraran más moderadas en su aumento de novedades o las disminuyeran. Podría aplicarse al impuesto de sociedades, entre otros.
  • Exención del cumplimiento del precio fijo: otra medida complementaria a todo lo anterior sería la exención temporal de mantener el precio fijo del libro a aquellas editoriales que se mostraran más comedidas en sus novedades y más atrevidas con su fondo. Eso les daría una herramienta competitiva que premiaría su esfuerzo no sólo fiscalmente, sino comercialmente. Podría acompañarse de un sello de buenas prácticas editoriales que visibilizara su esfuerzo ante el público.

Una condición indispensable para todo lo anterior es la equiparación del IVA del libro de papel al tipo normal español del 21% que ya se aplica al digital. Ya expuse en otro artículo por qué creo que la equiparación debe hacerse elevando el papel al tipo normal y no rebajando el digital al reducido. La equiparación del IVA es imprescindible si de veras queremos igualar las reglas del juego para los libros de papel y los digitales. Además, tendría como resultado enfriar el mercado, incidiendo de forma indirecta sobre el lanzamiento de novedades, e impulsaría a la industria hacia su reconversión, pues la digitalización bien hecha permite una mayor eficiencia y un aumento de la rentabilidad.

Las políticas de paños calientes o las estrategias encaminadas a parchear lo que ya existe están condenadas al fracaso. Hay que transformar de raíz la industria editorial y las administraciones públicas –especialmente el Estado y las Comunidades Autónomas- tienen el suficiente poder para hacerlo. Iría bien consensuarlo con el sector, pero es dudoso que éste se deje consensuar fácilmente cuando de lo que se trata, simple y llanamente, es de retirar las ayudas, privilegios y prebendas que lo sostienen pero a la vez dificultan la reconversión industrial. La edición es demasiado importante para nuestro PIB como para dejarla en manos de la industria editorial.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

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  3. […] su futuro depende no sólo una industria editorial cuya reestructuración y reconversión industrial(como reclamaba el ya citado Bernat Ruiz) es necesaria. Realizados los ajustes imprescindibles, la racionalización de la cadena de valor […]

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