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El Gobierno de España ha subido el IVA a buena parte de los productos y espectáculos catalogados como culturales, granjeándose la pitada y el lamento del sector. La modificación del Impuesto sobre el Valor Añadido pone de manifiesto ciertas debilidades e incoherencias del lobby cultural-industrial, debilidades e incoherencias que también debe arrastrar injustamente la cultura de raíz más popular.

Debilidad estratégica

Hace tiempo que me sorprende la actitud del mundo de la cultura cada vez que una decisión de la administración pública causa desagrado: siempre es de desaire, de indignación ante lo que se considera una afrenta, un ultraje, la enésima –para ellos- muestra de insensibilidad hacia el arte y la cultura. Me sorprende porque se hace desde la más absoluta debilidad estratégica. Y (casi) nadie reconoce que el problema, ante todo, lo tiene el lobby cultural-industrial.

Un inciso: cuando hablo de lobby cultural-industrial me refiero a todos aquellos que viven, directa o indirectamente, de la industrialización de manifestaciones culturales –inclúyase artísticas- para su posterior comercialización. Se incluye la literatura, la música, el teatro, el cine y otros espectáculos o artículos para los que debe abonarse cierta cantidad de dinero y promovidos, total o parcialmente, por empresas o profesionales con ánimo de lucro –y vivir de ello sin aspirar a hacerse millonario también es ánimo de lucro. Hablo de lobby, y no de complejo –como el complejo industrial-militar de Eisenhower que tomo como referencia- porque como grupo de presión reúne tanto a los propietarios de la industria como muchos de aquellos la labor de los cuales resulta industrializada: los autores.

Tras realizar las presentaciones, prosigo. El problema es muy sencillo y puede desgranarse de la siguiente manera:

a/ Buena parte de la industria no trabaja con los mismos criterios de rentabilidad que el resto de la empresa privada, sino en la presunta seguridad de recibir subvenciones. La palabra presunta es aquí casi lo más importante.

b/ Las subvenciones gracias a las cuales vive una parte muy importante de la industria no siempre –¿casi nunca?- se adjudican por méritos, sino por procedimientos más arbitrarios que incluyen el compadreo, la corrupción u otras veces el simple orden de llegada y la cumplimentación de formularios.

El resultado es que la industria y muchos autores se han acostumbrado a culpar a otros de sus problemas, más cuando estos se traducen en fracasos comerciales: se dice que el público no ha entendido su propuesta, o bien que los recursos aportados por la administración han resultado insuficientes o inadecuados. Es el caso de estrenos de cine con salas vacías, propuestas de danza a las que nadie acude, libros que nadie compra, música que a nadie le interesa, entre otros. Cuando el problema es que al público mayoritario no le gusta cierta disciplina –léase la danza- se acusa a la administración de no apoyarla lo suficiente. Suele ser habitual la comparación con otros países que, supuestamente, lo hacen todo mucho mejor. También se tilda al público de inculto, diciendo cosas como este espectáculo en otros países llenaría las salas o bien algo que oí hace tiempo en la radio y en boca del dramaturgo y director de teatro Ricard Reguant: en otros países el musical está mucho más avanzado y nos llevan mucha ventaja, como si el teatro musical fuera una forma de medir el índice de desarrollo de una sociedad. Cuando hablamos de obras concretas, el problema es tan concreto que sólo concierne al autor y su propuesta. Simplemente su libro, su película, su música o su danza, no gusta. Hay espíritus sensibles que no lo soportan y culpan a otros.

Qui té el cul llogat no seu quan vol” He aquí un dicho catalán de cierto contenido escatológico y que significa, literalmente: quien tiene el culo alquilado no se sienta cuando quiere. Es decir: cuando dependes de otros, estás al albur de su voluntad. Lo tomas o lo dejas, puedes intentar cambiar algunas reglas del juego pero, en lo esencial, si vives de vender lo que haces, la primera norma es no cagarte en tus clientes. Si además resulta que tu público te paga por partida doble –mediante la entrada y la subvención que proviene del erario público- el silencio y la reflexión ante el fracaso no son opcionales, son obligatorios.

Cultura de casino y cultura de amiguetes

La actual crisis económica ha puesto de moda algunas nuevas expresiones, un par de las cuales creo que describen especialmente bien lo que ha sucedido: Capitalismo de casino, para aquellas operaciones financieras de alto riesgo y Capitalismo de amiguetes cuando los negocios se hacen con las cartas marcadas, bajo información privilegiada y al abrigo del clientelismo. Lo que casi nunca se dice es que el lobby cultural-industrial suele jugar demasiado a la Cultura de casino y a la Cultura de amiguetes y que suelen mezclarse entre sí:

a/ Cultura de casino: podríamos describirla como aquella que pone en marcha productos arriesgados –esa palabra les encanta- sin tener en cuenta su posible rentabilidad. Suelen apoyarse en el prestigio o fama del autor por muy minoritario que a veces sea.

b/ Cultura de amiguetes: buena parte del lobby cultural-industrial consiste en eso. Basta con leer las críticas y reseñas de espectáculos y libros: sólo en el caso del cine, especialmente cuando se habla de autores lejanos, podemos encontrar críticas negativas. Para el resto se recurre al eufemismo, al disimulo o mejor aún, al silencio: nunca dejarás en mal lugar aquello de lo que no hables. Esta no es la peor cara del amiguismo: lo peor es lo que se mueve en las capillitas, cenáculos y grupúsculos, con sus afinidades, sus envidias, sus odios irreconciliables y sus enlaces clientelares con todo tipo de responsables públicos de la cultura, ambiente tóxico y refractario a la meritocracia.

¡Ojo! ¡No habría ningún problema si no fuera porque todos ellos viven de la sopa boba pública! Cada cual es libre de perder su propio dinero en sus cosas, pero no de perder el dinero de todos tras la coartada del arte y la cultura.

IVA, impuestos y cultura

Llegamos aquí al meollo de la cuestión, el IVA y, en general, otros impuestos. La reacción del lobby cultural-industrial a la subida del IVA, cuando no a la simple aplicación del IVA a todo aquello que huela a cultura, señala claramente el problema conceptual subyacente: creen que deben sostenerse gracias a las ayudas públicas porque lo que hacen debe ser protegido para el disfrute de todos. Socialización de la cultura, privatización de los beneficios. Hay una desconexión brutal entre el producto que ofrecen y lo que su público espera recibir; el espacio que media entre lo uno y lo otro debe rellenarse con el dinero de todos.

El IVA no es el problema, sólo es un síntoma. Si el problema fuera realmente de impuestos hace tiempo que estaríamos sometidos a una machacona perorata pidiendo vacaciones fiscales eternas para la cultura. Si algo relaciona al lobby cultural-industrial con los gases, es que ambos llenan por completo el espacio que se les ofrece y a menudo siguen ejerciendo presión. Por eso se niegan en redondo a someterse a criterios de rentabilidad: aducen que, si así fuera, la sociedad perdería valiosas manifestaciones artísticas y culturales. La argumentación muere prácticamente aquí, pues los ejemplos que ofrecen son de una circularidad sangrante: alguien edita algo que nadie lee, ergo la única manera de leer ese algo es subvencionando su edición pues no es negocio. Así hasta el infinito, claro.

Digitalización y cultura de base

Durante los últimos quince años España ha vivido una fiebre constructora de equipamientos culturales. Se han construido museos, centros de arte, ciudades de la cultura y también se han creado todo tipo de organismos para administrar los dineros culturales, controlados casi totalmente por la industria y el sector público. El problema ha sido llenar de contenido todo eso porque el dinero destinado a la cultura iba a parar a la construcción o a la propia industria mientras la cultura de base luchaba precaria y heroicamente para salir adelante. Tampoco es que hayan abundando las quejas de los artistas hacia tanto despilfarro ladrillesco.

Cada vez que alguien argumenta que la cultura debería regirse por criterios de rentabilidad y mecenazgo, sale alguien rasgándose las vestiduras –ya muy estropeadas por la costumbre-, olvidando que es un modelo que en otros países funciona, como en los Estados Unidos. A eso suele responderse que el marco legal norteamericano propicia la participación privada en la cultura mediante la desgravación fiscal, pero esa interpretación ve una falsa causalidad donde sólo hay una correlación: la industria cultural, en los EEUU, nunca ha estado tan subvencionada ni tan protegida por el sector público; eso ha comportado que, ya en su origen, la industria cultural aprendiera a buscarse la vida, actuando con espíritu empresarial y yendo a llamar a la puerta del sector privado. Es cierto que el marco legal ayuda, pero más importante es el tener que espabilarse y luchar por los recursos, sean a fondo perdido, sean para generar beneficios. Tampoco es de recibo sacar a colación en este caso el injusto sistema social norteamericano: eso es mezclar churras con merinas, se puede tener un sistema socialmente activo, como en Europa y a su vez una gestión cultural totalmente privada; a las administraciones públicas les corresponderá, eso sí, definir el marco regulador que establezca las necesarias reglas del juego. Pero poco más.

El actual status quo basado en la subvención hubiera entrado en crisis más pronto que tarde. Incluso sin recesión económica, el ritmo de incremento del gasto público en cultura no era sostenible. Ahora se hace perentorio reformar también este sistema, aunque mucho me temo que casi nadie quiere oír hablar de ello. Así como no me cansaré de decir que la edición se verá obligada a reconvertirse, así la cultura entendida como sistema deberá afrontar un profundo cambio, obligada, también, por la digitalización.

Contracción y liberación

Siguiendo los postulados de Lawrence Lessig, el lobby cultural-industrial debe contraerse y liberar parte de lo que ahora le pertenece. Bajo una reforma profunda del marco legislativo, debe quedarse con aquello susceptible de ser rentable sin subvenciones, dejando para el procomún todo lo demás. Si la enésima edición de Calderón de la Barca es ruinosa, la solución no es pedir dinero al ministerio, consejería o concejalía de turno; la solución la ofrecerán aquellas personas amantes de la cultura a las que se les permita operar de forma activa en lo que, con todas las de la ley, no es nada más que cultura popular. Eso incluye, también, aquellas obras sujetas todavía a derechos y descatalogadas pero cuya explotación es ruinosa y, cómo no, las obras huérfanas, casi imposibles de reeditar sin temer un buen disgusto. Eso puede hacerse extensible al resto de la cultura, adaptando el marco para cada caso.

Debemos aprender algo de la industria de bienes de consumo: en su caso las subvenciones y los créditos públicos blandos (ICO) se dirigen a mejorar los procesos y a la inversión en equipamiento, no a fabricar directamente los productos a la venta. Por eso en su momento ya no seré necesario el Ministerio de Cultura, pues el de Industria se bastará para ello.

Sólo con una industria realmente emancipada que funcione sobre supuestos de eficiencia, junto con un gran procomún que dé vida a una rica cultura de base, podremos hablar realmente de una vida cultural libre y para todos. Lo que tenemos ahora es una aristocracia cultural que domina los medios de producción en connivencia con un sistema público que arrima el ascua a su sardina siempre que tiene ocasión, malgastando los limitados recursos disponibles de manera poco transparente. Una sana competencia, una comprensión de lo significa el ánimo de lucro, un marco legislativo propicio que incluya el desarrollo del procomún son necesarios si queremos superar el estado reaccionario en el que se encuentra la cultura de nuestro país.

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

14 Comments

  1. Afirmas que: “Las subvenciones gracias a las cuales vive una parte muy importante de la industria no siempre –¿casi nunca?- se adjudican por méritos, sino por procedimientos más arbitrarios que incluyen el compadreo, la corrupción u otras veces el simple orden de llegada y la cumplimentación de formularios”.

    ¿Crees que en otro tipo de subvenciones el funcionamiento es diferente?

    1. Hola Alberto,

      Todo sistema de subvenciones es susceptible de ser desvirtuado, pero el procedimiento y los supuestos que se apliquen pueden controlar ciertas situaciones. El conocimiento que tengo sobre ciertas subvenciones a la industria me lleva a pensar que estan mejor planteados y son más transparentes o, en todo caso, son susceptibles de menos manipulación.

      Pero es cierto que, más o menos, en todas partes cuecen habas. La diferencia creo que está en la dependencia de la subvención que sufre la cultura en nuestro país.

      Gracias por tu aportación!

      Bernat

  2. Al margen del problema de la adjudicación, está el del control detallado de la inversión cultural. Las subvenciones deben darse ante planes definidos con carácter vinculante para la función cultural. Tener que rendir cuentas de como y cuando se gasta el dinero de una subvención no supone ningún problema para los profesionales implicados, sin embargo para una empresa bananera es un problema, porque lo que busca es chupar del bote. Así que podemos concluir que hay una industria bananero-cultural en nuestro país. Los problemas que señalas me parecen , por tanto, muy acertados. Ahora bien:

    El post parece dejar entrever que la liberalización de la cultura va a traer la “justicia del mercado”, pero esa justicia, a juzgar por las consecuencias sociales del capitalismo, diría que es mas bien una ilusión; una cultura liberalizada es tan proclive o mas a los lobbys que operan ya hoy, y encima abre la puerta a la destrucción de todo criterio, que tampoco me parece una solución. Si la cultura solo produce y difunde lo que es económicamente rentable, la cultura es Telecinco.

    1. Hola,

      Estoy de acuerdo contigo, el problema es la empresa bananera; pero creo que la abundancia de subvenciones ha promovido la preliferación de bananeros.

      En cuanto a la liberalización: no se trata de traer la justicia del mercado, no en los términos neoliberales últimamente de moda. De lo que se trata es de aplicar criterios de rentabilidad a esa parte de la cultura que sea promovida por entidades con ánimo de lucro, siempre dentro de un marco regulatorio tan fuerte como sea necesario (y tiendo a pensar que es mejor una regulación simple pero fuerte que otra compleja pero blanda, o que ninguna). Estoy de acuerdo en que determinada concepción de la rentabilidad nos condena a la cultura basura, pero también es cierto que la calidad puede ser rentable si uno no espera obtener retornos astronómicos de dos cifras. Una mayor confianza en el sector privado también incluye el concurso de fundaciones privadas capaces de financiar proyectos que no generen beneficios económicos, pero sí sociales y culturales.

      Luego está el enorme campo que podemos dejar al procomún, a esa cultura que no tiene por qué estar ligada al lucro, esa cultura promovida desde abajo, buena parte de la cual ahora es imposible por el sistema draconiano de derechos.

      Es un tema que llenaría centenares de páginas,

      Gracias por tu aportación!

      Bernat

      1. Ahora te entiendo mejor, en tal caso creo que si que compartimos cierta visión de lo que es la responsabilidad social de la empresa privada, aplicada aquí a la actividad cultural.

  3. Jesús J. de Felipe 23 julio, 2012 at 07:21

    Bernat, leyendo tu post, con cuyas inquietudes y filosofía solía sintonizar, no puedo evitar sentir el shock de lo absurdo al tratar de reflexionar con criterios al uso hasta ahora históricamente vigentes y que la intuición más visceral dice que son reliquias que ya no aplican ni aplicarán y que los nuevos y venideros son terrenos ignotos que no se puede uno ni imaginar. Con una deuda pública y privada equivalente a cuatro años completos de PIB, al nivel actual, y una reestructuración de caballo social y política por delante, con salida del euro, devaluación, depresión con inflación, paro masivo y corralito incluidos en algún escenario posible, me hacen pensar que todos esos términos y conceptos al uso: las subvenciones a la cultura, la responsabilidad social corporativa de las empresas con ánimo de lucro, los lobbies culturales y mediáticos, financiar proyectos culturales, la pérdida de derechos, la cultura basura del marketing cultural privado y público, etc. son fósiles que ocupan nuestras mentes para mantenernos en la fantasía de que nada va a cambiar o para evitar nuestra frustración por la impotencia de no saber que vamos a hacer frente a la gran incertidumbre e inseguridad que todo conlleva. Nada de lo que denuncias va a tener sentido ni necesidad práctica en los próximos años ni lo tiene ahora. Es como si en el ghetto de Varsovia se dedicasen a tratar de política editorial, impuestos y de promoción de la cultura cuando el comité judío está montando una policía para evitar que algunos menos pusilánimes se subleven y evitar así las represalias que impedirían que algunos privilegiados dejen de soñar con escapar malvendiendo sus joyas al verdugo: al final casi todos desaparecieron sin saber a qué valores o principios ajustarse. O como si los funcionarios que tomaron a su cargo salvar el fondo del Museo del Prado al final de la Guerra Civil contasen con otras reglas y criterios que no fuese su integridad, coraje y con la suerte o providencia para superar la odisea sin que faltase nada del legado al llegar Ginebra y quedar finalmente exiliados, vituperados y sin ningún recurso personal de supervivencia como recompensa. Mejor actuamos creando los nuevos mundos y las nuevas reglas sin mirar el espejo retrovisor ni aferrarnos a entelequias y ensoñaciones para conducirnos y sobrevivir.

    1. Hola Jesús,

      Estoy completamente de acuerdo contigo. El uso de ciertas palabras parece absurdo. Lo que pasa es que las seguimos necesitando si queremos describir lo que sucede. Es cierto que nuevos conceptos encontrarán nuevas palabras, pero estamos en un momento en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer.

      Tu comparación con el ghetto de Varsovia, o el traslado de las obras de El Prado, es contundente pero creo que acertada. Hay cierta sensación de absurda irrealidad, de ausencia de patrones, de reglas, de lugares e ideas a los que asirnos. Estoy de acuerdo que no debemos conducir la situación mirando el retrovisor, pero para construir lo nuevo necesitaremos una parte de lo viejo. La destrucción creativa de Schumpeter.

      Gracias una vez más por tu extensa reflexión!

      Bernat

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