Cada vez veo menos claro el papel del editor. No digo que un libro digital no deba ser editado; todos deben serlo. Lo de menos es quién lo haga, lo más importante es que se haga bien. Por eso no sé qué posición ocupará el editor dentro del proceso: porque la edición es sólo eso, un proceso.

Ayer leí de un tirón el séptimo cuaderno de comunicación Evoca, titulado El futuro del periodismo. Reputados periodistas ofrecen visiones innovadoras de su profesión; recomiendo su lectura, pues mucho de lo que ahí se dice es aplicable a la edición. En el artículo de Juan Luis Sánchez me llamó la atención lo siguiente (página 32):

Todo eso que hacemos es periodismo, claro; pero ¿acaso no al alcance de cualquiera? Lo publicamos en nuestro medio, sí, pero ¿no podría haber hecho cualquier otra persona exactamente lo mismo en su página personal? Con el mismo rigor, con el mismo espíritu narrativo, con la misma solidez.

[…] cada vez más, lo que hace creíble una historia no es la profesión del que la firma sino la credibilidad del que la firma.

[…] Si una persona, sea cual sea su profesión, se atiene a la metodología periodística que hace de una información algo creíble, hace periodismo.

A los editores nos pasa lo mismo. Editar no es un arcano secreto, no lo fue nunca; la posición central de la editorial emanaba de la economía de la escasez. Editar libros de papel era caro y los recursos y canales de publicación y venta eran escasos; era obligada una cuidadosa selección.

Editar es un oficio –como el de periodista, como el de escritor- porque es un proceso. A editar aprendemos editando y eso vale tanto para el papel como para el digital. Lo que está afectando al proceso es lo que cambia. Hasta ahora las editoriales recibían una gran cantidad de originales, algunos de autores consagrados, muchos de autores algo conocidos, muchos más de perfectos don nadie que intentaban tener algo de suerte. Sólo unos pocos la tenían y veían sus obras en las librerías. Como publicarlo todo era imposible se aplicaba un sesgo presuntamente relacionado con la calidad, entendido ésta también -¿sobre todo?- como una cuestión comercial. Las editoriales publicaban –publican- aquello que creían –creen- rentable.

El monopolio editorial se ha roto y está sucediendo algo que creo que no acabamos de entender: ya no es necesario peregrinar por cien editoriales para publicar. Parece obvio, ¿verdad?

Publicar a un autor famoso y consagrado es una decisión fácil. Publicar a alguien que ya ha publicado algo antes, que ya tiene su nicho creado, es fácilmente defendible. Lo arriesgado es publicar a perfectos desconocidos. Pero para publicar a esos diamantes en bruto primero hay que conocer su obra. Hasta ahora eso no era ningún problema: las editoriales recibían, semana tras semana, una lluvia constante de originales y podían estar seguras que todo lo publicable pasaba por sus manos. Otra cosa era acertar, pero tenían la seguridad, como sector, que controlaban el flujo de contenidos. La sobreabundancia de títulos vivos que atestan las librerías se explica, en parte, si pensamos en los editores jugando a la lotería: alguno será un éxito. Bonita manera de confesar que controlar el proceso no implica controlar su resultado comercial.

La edición ha perdido el control del flujo de contenidos. Creo que no entendemos –me incluyo- lo que eso implica realmente. No es sólo que el canon literario sea –afortunadamente- cuestionado, no es sólo que la calidad de la autoedición digital sea irregular –como si el de la edición analógica no lo hubiera sido siempre- no es sólo que los outsiders puedan publicar sus pajas mentales en Amazon o en Bubok y tener un inesperado éxito. Por primera vez, al sector se le puede escapar el buen contenido, puede pasar por alto a los buenos autores, sean manifiestos o lo sean en potencia.

Me asustan quienes dicen que el papel del editor siempre será imprescindible, que alguien debe seleccionar la calidad, que hay una serie de valores en un texto que siempre serán decisivos. Me asustan quienes dicen aquello de los que se auto editan y triunfan luego se pasan a la edición de siempre, porque lo están entendiendo todo al revés: no van los autores a la editorial, es la editorial la que se acerca con una oferta económica. Me asusta que nos abroguemos ciertas cualidades, porque para que éstas importen deben ser apreciadas por los clientes. Antes no necesitábamos que nadie las apreciara o, mejor dicho, podíamos imponerlas: lo que yo publico es bueno porque lo digo yo, que llevo tropecientos años diciéndolo, porque llevo tropecientos años controlando lo que se publica. Alrededor del monopolio editorial creció una corte de vividores de lo subjetivo: críticos, jurados de premios literarios, periodistas de la cosa, agentes… todos han dependido siempre del monopolio y lo han alimentado. No digo que su trabajo no valiera nada; el problema es que su trabajo valía. Ahora, sin el monopolio, ven como se cuestiona su trabajo. Su sustento. Su sentido.

Seamos sinceros: editar con un mínimo de decencia un contenido normalito para darle una salida digna no es algo muy difícil. La inmensa mayoría de los libros que encontramos en las librerías entran en esas coordenadas.

Hay algo muy difícil: encontrar contenidos y autores sobresalientes. Especialmente autores. No hablo de seleccionar de entre el montón de originales que recibe una editorial. Me refiero a salir a buscarlos, a patearse Internet. No se trata sólo de ojear y hojear lo que se auto edita, sino de merodear por miles de blogs, husmear qué está cociendo aquél autor que nunca ha publicado libro alguno pero mantiene un blog con un nivel sobresaliente y atrae a una legión de lectores fieles o ese otro que acaba de empezar pero que ya demuestra –a nuestro criterio- una calidad descollante. Se trata de animarle a publicar un libro, de ofrecerle ayuda. De ser humildes y reconocer que el centro de la edición ya no es el editor, sino el autor. Los escritores ya no nos necesitan, pero podemos aportarles valor.

Debemos entender que si un autor cree que puede publicar sin un editor, lo hará. Debemos entender que si a su público le gusta lo que ofrece, lo comprará. Debemos entender que la edición digital es un proceso fácil de aprender y dará igual si a nosotros nos parece una herejía. Entendamos que ciertos hábitos pueden extenderse casi sin darnos cuenta. No demos nada por sentado: nadie saldrá en defensa de la edición.

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

9 Comments

  1. Pienso que un autor buscará primero un editor, ya sea directamente o a través de su agente, antes de lanzarse a la autoedición o a la librería digital de Amazon, a las que recurrirá en caso de verse rechazado en los cauces de edición de siempre. Incluso algún autor desconocido pero publicado me ha comentado alguna vez que la autoedición es una forma de restar valor a su trabajo.

    1. Hola Santiago,

      Algunos ya se autopublican sin intentar dirigirse a los editores, porque creen ya de entrada que no les harán caso. El trabajo del editor es necesario, pero es un trabajo que no es imprescindible. La diferencia es sutil pero importante.

      El rol del autor y lo que espera recibir a cambio de su obra es otro mundo del que también hay que hablar.

      Gracias por pasarte por aquí!

      Bernat

  2. Me ha gustado mucho el artículo y me ha dado motivos para pensar. La premisa de partida es que las etiquetas se asignan “a posteriori” y, en muchos casos, se hacen por personas ajenas al protagonista. Cuando se habla de un “autor”, o de un “escritor” se entiende, también, a quien mantiene una producción y que, gracias a internet, puede compartir y mostrar sus avances de forma continua.

    Y, como bien decías, existe un recorrido, todavía sin trazar, en el que el editor avanza para salir a buscar a los que pueden (en algunos casos gracias a su ayuda), transformar su potencial implícito (lo que apuntan en sus trabajos a la vista) en una obra, de mayor profundidad, que pueda suponer un paso más en su desarrollo como escritor.

    No creo que deba olvidarse que TODOS los que ahora son considerados autores o escritores consagrados, con obra publicada, antes fueron personas que, por la razón que fuese, tenían necesidad de escribir (y lo hicieron). Aunque, en ocasiones, lo hicieran de forma equivocada, o incorrecta, o anticomercial, o errática, o lo que sea. Y, un editor, ayudara a dar forma, a moldear, a orientar hasta alcanzar un resultado manifiestamente mejor.

    1. Hola Alberto,

      Tienes razón en tu último párrafo y eso también es aplicable a los editores: se equivocan o se han equivocado bastante. Pero eso no es malo, al contrario. Posiblemente es la única forma de acertar cuando la calidad es algo subjetivo y sujeto a los gustos del público.

      No cuestiono la edición: cuestiono que sigamos entendiendo al editor como hasta ahora y que defendamos lo que ha sido hasta ahora.

      Gracias por tu comentario!

      Bernat

  3. En un entorno cambiante, cambian los roles. A los autores nos ha cambiado la “descripción del puesto de trabajo”. ¿A los editores? Gracias por tu post: perfecto para abrir el debate esta tarde en Libro 2.0. Allí nos vemos.

    1. Gracias por tu comentario, Neus. Lo he leído justo antes del inicio del curso. Ahora puedo decir que ha sido un muy buen comienzo y que la semana se presenta muy interesante.

      Nos vemos!

      Bernat

  4. […] punto, y recomiendo aquí una interesante entrada en un blog que llevo siguiendo desde hace tiempo: «Los escritores ya no nos necesitan. Pero nosotros a ellos sí», en el blog verba volant, scripta manent; a mi modo de ver da abiertamente en el clavo con el […]

  5. […] en la producción de libros-objeto y en la gestión de la escasez de la información(este modelo ha sido bien descrito y criticado por Bernat Ruiz). El paradigma digital nos libera de estas contriciones, enfrentándonos a un universo nuevo de […]

  6. […] se basaban en la producción de libros-objeto y en la gestión de la escasez de la información (este modelo ha sido bien descrito y criticado por Bernat Ruiz). El paradigma digital nos libera de estas contriciones, enfrentándonos a un universo nuevo de […]

Comments are closed.