El diario El País tiene uno de los mejores –acaso el mejor- Defensor del Lector de los periódicos españoles. Dentro de ciertos márgenes comprensibles Milagros Pérez Oliva realizó un trabajo meritorio: de vez en cuando ponía a caldo a los suyos con tal severidad que debió granjearse más de una enemistad y media docena de miradas de azufre. El estreno de Tomàs Delclós parece confirmar el buen camino, pero hay casos que ponen en duda que la existencia de esta figura sirva para algo.

Como parte de su labor, el Defensor del Lector ventila todo tipo de posibles malas prácticas. Normalmente lo hace en respuesta a las quejas de los lectores, como el caso que nos ocupa y del que supe, precisamente, por el propio Delclós, quien empieza su exposición con estas palabras:

Ha sido precisamente el interés que despertó en un lector, Elías Cueto, el artículo Las preguntas que importan, publicado en El País Semanal el pasado domingo, lo que le llevó a un penoso descubrimiento. El texto alberga párrafos copiados, literalmente o casi, de un opúsculo de 14 páginas que puede consultarse en Internet.

Un caso de plagio, de simple copy+paste. En otras latitudes el causante del desaguisado sale en globo y no se le vuelve a ver por la redacción. En España no siempre pasa; este parece ser uno de esos casos en los que se aplica más laxitud que rectitud.

Miriam Subirana escribió un artículo que fue publicado en el suplemento El País Semanal del pasado 29 de abril. Como expone Delclós, en el artículo hay párrafos totalmente copiados o sólo levemente modificados, extraídos de un documento titulado The art of powerful questions, también disponible en castellano. Ya ambos títulos –el del artículo y el de la fuente (sic)- se parecen demasiado. Para mayor bochorno, Delclós nos cuenta que:

Según el rastreo realizado con el contador del procesador de textos, de un artículo cuyo cuerpo central tiene 1.404 palabras, más de 550 figuran en frases traducidas tal cual, o con alguna supresión insignificante, del mencionado original.

¡Cielos! ¿Qué dice Miriam Subirana en su defensa? Veamos:

Lamento que un error por mi parte no haya dejado claro el origen de algunas frases

El artículo al que alude el lector y que incluyo en la bibliografía, está inspirado en las tesis de Marilee Goldberg, cuyo libro también menciono. Por otra parte, la Ley de Propiedad Intelectual y el Convenio de Berna no establecen la longitud máxima que se permite de una cita. No tuve intención de ocultar ninguna autoría y si no los menciono en el texto es porque eran muchos autores y porque los incluyo en la bibliografía. Por otra parte, las citas a Albert Einstein o Arno Penzias aparecen en muchos textos sobre el tema y además es evidente que el conjunto de su pensamiento y su obra es de dominio público.

¿Error? ¿Algunas frases? Oiga, no. ¿De veras quiere que creamos que olvidó citar que más de un tercio de su artículo había sido fusilado? Por cierto, el origen ha quedado clarísimo. La extensión máxima de una cita no tiene por qué establecerla el Convenio de Berna ni la Ley de la Propiedad Intelectual, pues deberían hallarse bajo dos normas mucho más básicas: el Sentido Común y la Ley de la Mínima Vergüenza, que todos deberíamos tener. Que el pensamiento de Einstein sea de dominio público no da derecho a copiar literalmente sus textos. Una cosa es que yo me ponga a explicar, con mis palabras –y mis limitaciones- la teoría de la relatividad; pero si voy y publico textos originales de Einstein en los que él expone la Teoría General de la Relatividad y yo lo firmo con mi nombre, me ganaré el desprecio del público en general y el pitorreo del público científico.

Si las bochornosas excusas de la firmante del desaguisado no fueran preocupantes, el Defensor del Lector se muestra especialmente comprensivo con ella. La desautoriza de forma tibia, le da un leve tirón de orejas, pero no sólo no menciona que su comportamiento pone en duda la fiabilidad de todas sus anteriores colaboraciones con El País sino que da pábulo a sus excusas. Al contrario, en un acto que parece ser de restitución de la honestidad comprometida, dedica un generoso párrafo a glosar los méritos de Subirana. Nadie cuestiona su formación sino su fiabilidad como periodista, que no es lo mismo. Se puede ser a la vez un gran profesional y un plagiario consumado –aunque dudo que la convivencia de ambos rasgos en la misma persona sea realmente posible, sobre todo teniendo en cuenta que, en parte, vive de escribir.

Tampoco parece que para el Defensor del Lector haya demasiados problemas con el proceso de edición ni en la verificación de los textos. Es cierto que cita al subdirector de El País Semanal que, tras un garbeo por las ramas, nos dice:

[…] Los colaboradores conocen nuestra exigencia y nuestro compromiso con el rigor y la calidad. Extremaremos, aún más, el control desde la redacción para que se cumpla.

Pero no dice nada de lo que sucederá en adelante con la articulista que les ha colado el plagio ni con los artículos ya publicados. No estoy pidiendo una ejecución en la sala de Juntas del periódico ni que la embadurnen con alquitrán y la emplumen; hablo de una medida racional que contribuya a frenar este tipo de cosas. Si el caso fuera dudoso entendería tanta prudencia, pero el plagio es palmario y hablar de error no se sostiene.

Señor Cebrián: ¿entiende cuál es el problema? en esta ocasión ya no hablamos de un error colosal de interpretación en un remoto blog de PRISA; se trata de un artículo sito en uno de sus suplementos estrella, el problema es de plagio y es indefendible. Su Defensor del Lector no muerde lo que debería –con lo cual pone en duda su utilidad- mientras que el subdirector del suplemento mira, circunspecto, hacia otra parte. Los grandes transatlánticos del periodismo ya no pueden vivir de su peso, ni de viejas gestas, ni de un pasado épico: hoy se la juegan en cada artículo, pues la calidad empieza a ser ubicua y los lectores son auténticos expertos, cuando no prosumidores. Antes era casi imposible contrastar un plagio; hoy es tan fácil que cualquier flaqueo puede poner en duda la legitimidad de una publicación entera. Hay una simple pregunta que es imposible contestar: ¿Cuántos de sus contenidos son realmente originales? Si lo ignoro pero no sospecho, confiaré en lo que usted publica. Si lo ignoro pero me da pie a sospechar, perderá la confianza de sus clientes.

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. Cuando leí este artículo me pregunte ¿dónde está la defensa del lector? Me pareció más una forma de escusar a un colaborador de El País que una defensa hecha y derecha de quienes leemos lo que se publica.

    Entiendo perfectamente la relación de confianza puesta en un colaborador, es un hecho necesario en toda relación (por lo menos, “hasta que se demuestre lo contrario”), sin embargo, pongo el tela de juicio la figura del editor ¿nadie verifica los textos que se vierten en un blog de un medio tan importante como El País? ¿El mero hecho de ser colaborador da “carta blanca”? Las veces que he escrito para páginas web u otro medio siempre verificaban mis textos y es una práctica más que lógica.

    Un placer leerte y excelente lo de las normas básicas: el Sentido Común y la Ley de la Mínima Vergüenza 🙂

  2. “Bueno, sí, pues vale”.

    Lo que me molesta verdaderamente del asunto es que me he leído el artículo y la segunda parte también me afecta (soy licenciado en psicología) y, como en la parte que mencionas, el trabajo se queda en una defensa del “cómo se hizo” (y por qué) lo que deja al lector, no sólo indefenso sino, lo que es peor, atacado por el necio que se empeña en mantenerse en su error (o permitir el ajeno, ya no sé).

    Malos tiempos para la divergencia (o la búsqueda de otra forma -mejor- de hacer las cosas).

    1. Hola Alberto,

      Cierto, el “cómo se hizo” se usa para tapar “qué se hizo”. Cuando son cosas que no tienen nada que ver.

      Pueden ser malos tiempos para la divergencia, pero tenemos herramientas para intentar que las cosas se hagan mejor.

      Gracias!

      Bernat

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