¿Por qué en España cuesta tanto hacer ciertas cosas bien? ¿por qué cuesta tanto hallar innovaciones lideradas por grandes empresas españolas que estén guiadas por el sentido común? ¿por qué, a los propios españoles, liderar la innovación nos parece una idea ajena a lo hispánico? A parte de los condicionantes históricos a todas estas preguntas, creo que el problema se encuentra en muchos de nuestros directivos: esos obsoletos petulantes.

Cada vez que este país –quiero decir España- se ha enfrentado a un cambio tecnológico, lo ha hecho de forma remisa, lenta, como con pereza. Así ha sido, al menos, desde hace cuatrocientos años. Gerald Brenan y una legión de grandes hispanistas –británicos en su mayoría- han escarbado en el pasado peninsular para explicarlo.

Yo no intentaré hipótesis que me vienen grandes, me limitaré a aquello que muchos tenemos a mano: los directivos de las empresas en las que –y con las que- trabajamos y hemos trabajado. Sólo incumbe a los directivos de las grandes empresas, las PYMES juegan en otra liga y no se pueden permitir hacer el burro con la misma alegría. Porque de lo que hablamos, al fin y al cabo, es de lo mucho que hacen el burro muchos de nuestros directivos. Una gran parte de directivos españoles, esos que salen fotocopiados en MBA de lugares como ESADE e IESE, están obsoletos y son petulantes.

Antes de seguir, un breve inciso respecto a las escuelas de negocios españolas: la culpa no es sólo suya o, más bien, no tienen más remedio que trabajar con el material que les llega. La mayoría de titulados en ESADE e IESE que he conocido –y son bastantes- entran dentro de los parámetros que he mencionado y más: casi analfabetos funcionales, poco capaces de comprender el sentido profundo de un texto complejo, poco o nada dados a la lectura, superficiales en extremo, incapaces de centrar la atención más de cinco minutos sobre cuestiones técnicas que desconocen y por eso desprecian, pagados de sí mismos por el sólo hecho de ostentar un cargo… trabajar con ellos es un suplicio descorazonador. Conozco algún caso de titulado en PADE –algunos se pondrán de pie y se quitarán la boina al leer estas cuatro letras- que sólo cuenta con dos habilidades: hablar cinco idiomas y saber hacer mucho la pelota para nadar en densas redes clientelares. No es broma: sus decisiones directivas son tóxicas.

Obsoletos

No tengo ninguna duda que esta forma de ser del directivo español medio está en la raíz de la incapacidad innovadora de nuestras empresas. Más allá de los cuarenta y pico años, los directivos tienen auténticos problemas en entender eso de Internet 2.0. Tratan a sus smartphones como trofeos, como símbolos que les permiten ostentar un estatus, cual bastón de mando de un mariscal, no como herramienta destinada a la productividad. Al no contar con las mínimas nociones de hardware y software –ni como simples usuarios- son incapaces de comprender lo que sucede a su alrededor. Hace unos meses asistí a una reunión en la que la ignorancia oceánica de un alto directivo –muy alto, de veras- suscitó la desazón y vergüenza ajena de un par de subordinados que intentaban explicarle lo útil que podría ser un blog. Al directivo en cuestión se le había metido en la cabeza que si la empresa abría un blog –para un cometido perfectamente delimitado y justificado- habría una fuga de información y que la gente de Internet –ese barrio marginal lleno de maleantes- accedería a datos confidenciales y hasta se meterían con sus directivos –algo que, por otra parte, ya estaba ocurriendo. Irracional. Con directivos como estos se cumple la Tercera Ley de Clarke:

Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

Para muchos directivos patrios, ese es el pan de cada día. Se enfrentan a una magia que no comprenden con un bagaje técnico y cultural pobrísimo, no sólo anterior a lo digital sino anterior a lo electrónico, hablan de maquinitas, de cacharritos, de simples entes mecánicos. No han entendido, ni creen necesario entender, que el cambio es estructural. No son capaces de entender que esto es la Tercera Revolución Industrial pues su nulos conocimientos históricos les impiden acceder a las nociones de la Primera y la Segunda. Se lo intentas explicar y desconectan. Padecen de obsolescencia por simple incultura.

Petulantes

Su obsolescencia no sería grave si, en cuanto se plantearan cuestiones tecnológicas sobre las que nada saben se apartaran o, mejor, se rodearan de personas capaces. Bueno, esto último sí lo hacen, pero no les escuchan. Es como si reclutaran a brujos para protegerse de la magia negra tecnológica de algún competidor, como cuando de niños pensábamos que las nuevas zapatillas deportivas nos hacían correr más. Sólo cuando algún consultor tecnológico excesivamente bien pagado les dice lo que sus asalariados podrían decirles por cuatro duros, se atreven a hacer algo. Intercambian algo que entienden y tienen –dinero- a cambio de algo que necesitan y no poseen. En este caso no se trata de conocimientos –los tienen en casa- sino de seguridad. La firma de un gurú es la bula que les permite actuar. Necesitan una magia más poderosa, la de un chamán.

Ilustraré el caso con una frase lapidaria que no es mía, no encierra ningún conocimiento arcano y se compone de simple sentido común. Hace cosa de año y pico, en otra distraída reunión sobre tecnología a la que asistía otro alto directivo –tan alto como el anterior con el agravante de gestionar, este sí, cosas relacionadas con la comunicación- el consultor de turno tuvo el atrevimiento y la decencia de decir que el emperador iba desnudo:

Lo que debería hacerles reflexionar es por qué necesitan un informe de cincuenta páginas para hacer algo que cualquier adolescente sabe hacer sin ayuda: gestionar cuentas en Facebook, en Twitter, en Youtube, mantener un blog y participar activamente en tantas redes sociales como le apetece.

Sí, ya sé que la comunicación empresarial a ciertos niveles no puede dejarse al albur de experimentos con gaseosa. Pero el conocimiento que el mencionado consultor aportaba a la empresa ya estaba en ella. Pero sus directivos no lo sabían. O no querían verlo. Y ese es el motivo de su petulancia.

El directivo medio es petulante porque cree que no saber no es problema si puede pagar a alguien que sí sabe para que venga a contárselo. Esta tóxica forma de pensar hunde sus raíces en su incomprensión acerca de la moderna distribución del conocimiento y el talento. A ellos les enseñaron –de hecho vienen de ese mundo- que el auténtico conocimiento estaba arriba, donde estaba el poder, y que abajo sólo había gente con ciertas habilidades limitadas. Hasta la Internet 1.0 eso fue así. Pero hoy ya no. No sólo porque hoy sacarse un Máster sea mucho más barato, sino porque para acceder al conocimiento ya no es necesario ni tan siquiera cursar dicho Máster. Si a uno le gusta suficientemente algo puede aprenderlo por sí mismo gracias a la Internet 2.0. En las empresas españolas hay más conocimiento en la base que en la cúspide, conocimiento distribuido, dinámico, en constante evolución, en constante actualización. Pero ninguno de los directivos obsoletos y petulantes es capaz de ver en eso ninguna virtud ya que socava –según su anticuada forma de pensar- sus bases de poder. No saben como defenderse de subordinados que saben más que ellos. En realidad no necesitan defenderse, lo que necesitan es incorporarlos a sus procesos de gestión. Pero para eso, posiblemente, deberíamos vivir en otro país, con otros directivos, otros sindicatos, otros políticos y otra cultura empresarial.

La edición digital española se ve constantemente detenida por la cerrilidad, la incultura y el miedo de obsoletos petulantes que no comprenden el mundo en el que viven. Ellos no estudiaron para un mundo así. De hecho nosotros tampoco. Nadie estudia para un mundo cambiante, eso se aprende en la calle, en las trincheras de cada día. Uno, ante el cambio, decide formar o no parte de él. Creo que ellos no quieren ser parte del cambio porque no pueden, porque eso les obligaría a reconocer que van desnudos, que sus prerrogativas directivas se sostienen sobre bases muy endebles. Creo que morirán con lo antiguo. Esperemos que no impidan que lo nuevo nazca de una vez por todas.

 

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. Te ha salido de las tripas, ¿eh? Lo que pasa es que es un retrato de España (Catalunya included hasta cierto punto), no sólo de tu sector. Esas vivencias tuyas, ajenovergonzantes con tecnologías básicas, las he tenido y hasta más inefables en otros sectores.

    Bernat, la tecnología mancha. Ser friki es un desdoro, y quien te llama friki lo hace desde arriba. Asúmelo

    1. Hola Juan Luis,

      Disculpa la demora en responder. Pues la verdad es que no tenía que salirme de las tripas, pues es una idea a la que hace tiempo que doy vueltas. Pese a que me había estructurado un poco el asunto, al final sí me salió de las tripas. Cosas “del directo”.

      En Catalunya también pasa, la obsolescencia petulante no entiende de geografía, aunque es cierto que cuanto más industrializado esté un lugar, más tendencia a seguir la innovación podrá encontrar uno en su población.

      La tecnología mancha, pero también la cultura. Tienen en común que queda como “rarito” tanto ser culto, como saber de “maquinitas”. Creo que de un tiempo a esta parte ser lerdo “viste”. Para mi es incomprensible, pero es así.

      Gracias por tu opinión!

      Bernat

  2. Hay diferencias sutiles. No puedes presumir de inculto en ambiente mínimamente elaborado y sofisticado, pero puedes presumir, o cuanto menos afirmar de forma desapegada y presuntamente solvente, que no sabes nada de tecnología.

    Rozando la ley de Godwin, diría que sólo Millán Astray pudo gritar eso tan sentido de “muera la cultura, viva la muerte”, mientras que incluso gente culta puede presumir que no tiene ni idea de cuestiones tecnológicas, porque eso “se lo lleva el informático”.

    Aunque la cultura vista mucho menos que el dinero, no tiene la mácula que tiene el conocimiento técnico en muchos ámbitos. Esto no es la Camboya de los Jemeres, no te fusilan si llevas gafas pero en muchos ambientes se pueden reír en tu cara si comentas algo tecnológico mínimamente elaborado. “Lo que pasa es que ése es un friki”

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