Hace tiempo que percibo un cambio sutil pero importante que refleja el estado de perplejidad de muchas grandes editoriales. Dicho cambio pone de manifiesto la crisis de identidad que sufren a raíz de la digitalización y demuestra que, lejos de ser audaces, se limitan a una reactividad empobrecedora. Últimamente sólo hay ebooks. ¿Dónde están los libros?

Hace unos días el Grupo Godó presentaba Ebooks de Vanguardia. Ayer supe que Planeta lanzaba un nuevo sello digital de literatura fantástica bajo el nombre de Scyla ebooks. Sin demasiado esfuerzo podríamos encontrar otros ejemplos entre las grandes editoriales. Huelga explicarlo pero, aunque sea a modo de sencillo repaso, ebook es una palabra inglesa formada a partir de la anterior expresión e-book, del mismo modo que email se formó a partir de e-mail. Un ebook es un electronic book, un libro electrónico. Un libro digital. Un libro.

Prescindir o esconder la palabra libro es hortera. En un blog, en un periódico, en una conversación, usamos habitualmente palabras como ebook, ereader, lector, libro digital, libro electrónico, libro-e, libro-p, entre otras, porque lo importante es entendernos y evitar confusiones. Pero en un contexto que define la profesión, usar la palabra ebook es una renuncia improcedente.

Que nadie se confunda: no me estoy erigiendo en defensor de sacrosantas esencias, para hacer el ridículo ya está la RAE. Pero los nombres que damos a las cosas definen un contexto cultural. Ese contexto, en el caso del castellano, viene definido por la palabra libro, así como en catalán lo es llibre, en alemán buch, en francés livre, en checo knija y en swahili kitabu. Dicho contexto es también histórico. La palabra libro antecede a Gutenberg. Por entonces también se usaba códice. La palabra códice proviene del acadio -dialecto caldeo- caudex que significaba tabla, que los romanos adoptaron para formar codex y designar la tablilla cubierta de cera con la que escribir. Fue codex la palabra que sustituyó a volumen para referirse a un libro; ahora sólo usamos volumen cuando varios libros se reúnen en una colección pero en la Antigüedad era el nombre dado al rollo de papiro sobre el que se escribía. Si usamos la palabra libro es porque con el tiempo terminó imponiéndose la palabra latina liber, que significaba membrana, o corteza de un árbol. Hoy codificamos el conocimiento en libros y cuando una obra se compone de más de uno, decimos que se divide en volúmenes.

Si la palabra libro ya no significa lo mismo que hace dos mil años y nos ha permitido viajar de la tablilla al papiro, de allí al pergamino y finalmente al moderno papel, ¿por qué tenemos que renunciar a ella para dar nombre a la enésima trasmutación del libro? ¿Por qué tenemos que designar con un anglicismo contrahecho algo para lo que ya tenemos un nombre que todo el mundo comprende? Precisamente en una época de incertidumbre es cuando debemos afirmarnos en aquello que conocemos siempre y cuando sea válido. Y un libro digital es un libro. Su digitalización aumenta exponencialmente lo que los libros de papel ya venían haciendo. El hipertexto no es nada nuevo, hipertexto es el sistema de citas que encontramos en obras académicas y de ensayo. La tecnología nos permite viajar a través del hipertexto a la velocidad de la luz cuando antes teníamos que hacerlo a pie por los pasillos de una biblioteca del siglo XX o, peor aún, a lomos de una mula si éramos amanuenses en un monasterio del siglo XII. Por eso un libro digital es un libro, porque es muchísimo mejor que un libro de papel, es mucho más rápido, pero hace lo mismo, sólo que integrado. Un cambio cualitativo colosal provocado por un cambio tecnológico.

Eso abre otro debate de menos enjundia intelectual pero más calado industrial: ¿hay que apellidar una nueva editorial con una palabra que restringe sus actividades y sus significados? Las modernas editoriales no se apellidan Gutenberg, ni Imprenta, ni Offset. El público espera que todas las editoriales, tarde o temprano, acaben digitalizándose. Claro que habrá nostálgicos recalcitrantes aferrándose al papel durante mucho tiempo, pero eso no implica limitar intelectual y comercialmente iniciativas empresariales a base de apellidarlas impropiamente. ¿Y si mi nueva editorial digital acaba imprimiendo bajo demanda tiradas cortas? De ser así, mejor no lastrar mi marca con un Ebook.

Si su intención es asegurar un exacto reconocimiento de su identidad de marca, se equivocan. El público accede a tal cantidad de información contextual sobre su marca, sobre su empresa, que definirse de una forma tan concreta los deja maniatados. Una fuerte identidad empieza por saber quién eres y qué haces. Decir que haces libros es mucho mejor que decir que haces ebooks. Un ebook excluye un libro de papel, pero un libro, a secas, puede ser analógico o digital. Hay que sumar, no restar.

Sospecho, por propia experiencia, que este tipo de sinsentidos se producen cuando gestores que saben mucho de números pero poco de marketing y nada de oficio se meten a demiurgos. Ese tipo de gestores suelen creer que el cliente es tonto y necesita ser conducido cual niño de baba. Suelen estar equivocados.

Irónicamente, son las instancias que se llenan la boca con la expresión industria cultural las que menosprecian su propio producto cambiándole el nombre. Envolviéndose con la sacrosanta (sic) cultura mientras con voz engolada dicen defenderla, la desnudan de su identidad y bagaje cultural. No me cansaré de decirlo: envasadores de contenidos, simples vendedores de papel manchado. Afortunadamente la mayoría de editoriales, pequeñas y medianas, no caen en estas trampas.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

2 Comments

  1. Personalmente, digo que “me estoy leyendo el libro X” sea este binario u orgánico. Pero luego digo “el precio de los ebooks es inaceptable”. Es decir, libro como genérico y luego, si hace falta especificar, ebook o libro de papel (o pbook, si estoy vago y sé que me entienden). De la misma manera, para referirme a un email, digo eso mismo, email o mail. También puedo decir “correo” si estoy en modo correctivo, pero sé que en realidad no es un correo (el medio), sino una carta (el mensaje).

    Dicho lo cual, tiene cierta justificación lo de “Scyla ebooks”. Scyla es el portal web de las editoriales Timun Mas y Minotauro, ambas del grupo Planeta y especializadas en fantasía, cifi y terror. Los libros (de papel) que aparecen en Scyla son de estas dos editoriales individuales, no aparece Scyla en ninguna parte. Ahora ha llegado Scyla ebooks, supongo que para distinguir de Scyla el portal y, a la vez, aprovecharse de su imagen de marca. La cuestión es que los dos libros publicados bajo este sello solo están en ebook, no en pbook. Por otra parte, como puede comprobarse en Cyberdark, tanto Timun Mas como Minotauro publican algunos de sus libros en ebook bajo sus propios nombres. Quizá con el tiempo Minotauro y Timun Mas se fusionarán en Scyla y publicarán sus pbooks bajo este sello. Desde luego, siendo las dos del grupo Planeta, resulta raro que publiquen por separado en pbook y (ahora) juntas en ebook. O igual Scyla ebooks depende directamente de Planeta y no de Timun Mas y Minotauro, vaya usted a saber. Lo lógico sería que publicasen sus pbooks también como ebooks, todos bajo el sello Scyla, para no liarla.

  2. Hola Jordi,

    Efectivamente, haces como hacemos todos, usamos la palabra más adecuada según el contexto. Creo que esa es la forma mentalmente sana de hacerlo y la que entiende la lengua como herramienta, no como obra de arte (me perdonen los maniáticos que no lo hagan así).

    En cuanto al Scyla y compañia: entiendo lo que argumentas. Es cierto que con un patio así de revuelto, o apellidas ciertas cosas, o el personal se pierde. Pero creo que el problema está precisamente ahí. Cuando entré en la web de Scyla ebooks se me pusieron los pelos de punta. Pensé que había retrocedido diez años o que era la “web fanzine” de un aficionado, no de la editorial. Si uno tiene el patio de su casa intransitable, la forma de solucionarlo no es aumentar el ruido y el caos, sino limpiarlo. Poniendo orden. Me sumo a tu última frase pues.

    Para otro dia queda el (mal)trato de ciertos grupos editoriales hacia los sellos que compran…

    Gracias!

    Bernat

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