Un comentario de Mariana Eguaras (gracias) en mi anterior artículo me pone sobre la pista de algunos problemas adicionales en la edición de los primeros libros de Ebooks de Vanguardia. Junto con algunas opiniones propias fruto de la lectura de El naufragio –el mejor editado de los dos- ampliaré lo vertido en mi anterior artículo.

Cito a Mariana:

Además del exceso de analogismo que planteas en el post, con el cual coincido, personalmente me han sorprendido dos cosas:

1. Que los archivos tengan por nombre un número y no el título del libro o del autor, tanto si lo descargas en PDF como en formato ePub. (No he podido chequear cómo aparecen en el ereader porque se me ha bloqueado queriendo bajar “Viaje al corazón del hambre” desde la página de La Vanguardia, y ahí sigue bloqueado totalmente, sin poder siquiera apagarlo).

2. El desmesurado peso de los archivos ePub. ¿“Viaje al corazón del hambre” casi 4 megas y “El naufragio” más de 8? Cuando todavía funcionaba mi ereader tardé casi 18 minutos (lo cronometré: 17’45’’) en descargarse “Viaje al corazón del hambre” desde mi mail a mi bq Avant.

Así es, los archivos llevan por nombre un número: El de El naufragio se llama 54236052369-url, mientras que el del Viaje al corazón del hambre lleva por nombre 54236052747-url. Nótese que de once dígitos coinciden los ocho primeros; debe tratarse de algún código interno. Esperando que las versiones en EPUB y MOBI se llamen igual, decido descargarlas: no se llaman igual. El EPUB es 54236052616-url, mientras que el MOBI es 54236749521-url. Desconcertante.

En cuanto al peso, el PDF me da valores mucho más bajos: 1,45 MB para El naufragio y 2,67 MB para Viaje al corazón del hambre. El peso del EPUB es mayor, pero no coincide con los valores que refiere Mariana. Descartando que una escondida montaña de código basura pueda estar atorando su eReader BQ Avant, sospecho que se trata de una mala optimización de las imágenes insertas en ambos libros. Dichas imágenes están mejor optimizadas en el PDF, cosa que se ve fácilmente cuando uno las amplía. En función de cómo se ajusten los parámetros de exportación en programas como InDesign, la optimización es automática. Y con muy buenos resultados.

Mosqueado, abro el EPUB de Viaje al corazón del hambre. La mayoría de documentos pesan muy poco. Normal. Encuentro una carpeta con imágenes, la descomprimo. Su peso es de 3,83 MB. Dentro encuentro todas las imágenes, algunas en formato JPEG, otras en GIF y unas pocas en PNG. He visto algunas cosas algo peculiares:

a/ Las imágenes son, en general, muy grandes. Su resolución es correcta, 72dpi (dots per inch, puntos por pulgada), pero su tamaño en píxeles es demasiado grande. Por ejemplo, la imagen de portada mide 595×842 píxeles, dando una medida aproximada de un DIN-A4 a 72dpi. Si tenemos en cuenta que la mayoría de eReaders del mercado calzan pantallas de 6 o 7 pulgadas y que ninguna tableta supera las 10, ignoro para qué una portada tiene que ser tan grande. Con otras imágenes sucede lo mismo.

b/ Variedad de formatos: si estuviéramos hablando de un documento para ser trabajado en un PC, unas pocas megas no importarían. Pero si lo que intentamos es pasar estos documentos a eReaders de prestaciones raquíticas, la cosa se complica. Entonces la variedad de formatos es un problema inesperado, pues una misma imagen –una vez más, la portada- en JPEG pesa 88 KB mientras que en PNG pesa 315 KB.

c/ Aparente falta de criterio: en un libro de papel, la inclusión de imágenes cuesta dinero. En un libro digital su inclusión cuesta recursos (no cuesta dinero si disponemos gratuitamente de los derechos, como supongo que es el caso). En un libro de papel, el coste en dinero lo asume primero la editorial y lo repercute en el PVP, mejorando la experiencia de lectura del usuario final. En un libro digital, el coste en recursos –de sistema- sólo lo paga el comprador, con la consiguiente degradación de la experiencia de lectura si los deberes no están bien hechos. Paradójicamente, lo que suma en analógico puede restar en digital.

 

¿Para qué sirve un editor?

Una idea me ha rondado desde que escribí mi anterior artículo: aquí no ha habido nunca un editor. Buceo un poco más entre los contenidos de El Naufragio, y leo esto:

Debo agradecer esta vocación tridimensional de la lectura al diseño matriz de zwwooooo en Word Press y la colosal trabajo que ha realizado Paloma Babot desde su oficina en Madrid para convertir ese modelo en algo mucho mejor. Y también a mi amigo de infancia Pere Folguera que me ha asesorado en todo lo relacionado con el hardware que he utilizado. Es el mejor. Y por último, todavía en materia de utillaje técnico debo agradecer también la colaboración de Ismael Nafría y Carlos González, cerebros de La Vanguardia.com y de Natalia Palazón y Mario Chaparro del equipo de diseño que me persuadieron de que si como periodista aún me puedo ganar la vida, como diseñador no tengo mucho futuro.

Lo que empezó siendo un blog en WordPress, vio mejorada su hoja de estilos CSS. Poco después, el autor fue asesorado acerca de qué equipo usar para escribir y componer el blog –de otra forma no comprendo la alusión al hardware. Ya dentro del entorno profesional del Grupo Godó, parece que se terminó de pulir para lanzarlo en forma de libro. Repasemos: han intervenido uno, dos o más diseñadores gráficos web. Han participado también unos cuantos tecnólogos. Pero no veo a ningún editor, a no ser que fuera un borde y no mereciera ningún agradecimiento. No hay nadie que se haya ocupado de trabajar el texto. Es cierto que está ya bastante pulido, pero el repaso y el enriquecimiento que unos ojos vírgenes pueden darle a una obra es el que ahora se echa en falta.

Aquí vemos claro qué diferencia una empresa perteneciente a la industria cultural de otra perteneciente a los envasadores de contenidos. La Vanguardia no ha puesto en marcha ninguna editorial. No hay ningún trabajo editorial detrás. En la empresa Actividades Digital Media (Grupo Godó, no busquéis la web de la empresa) hay una serie de tecnólogos envasando un contenido que unos diseñadores gráficos web han maquetado. Y ya está. Hubieran necesitado un editor con sólidas nociones digitales y algunas ideas claras sobre marketing. De esos empieza a haber pocos pero son suficientes. De haber contado con uno de ellos las cosas serían algo diferentes:

a/ Ebooks de Vanguardia –no entro a valorar el nombre, aunque lo haría si en este blog me ocupara de problemas de naming– contaría con una web propia, no un espacio realquilado en la web de La Vanguardia. Lo que en mi anterior artículo me pareció temporalmente disculpable, ahora me parece preocupante.

b/ Los archivos en EPUB, PDF y MOBI llevarían, como mínimo, el nombre de la obra. ¿Alguien se imagina un libro de papel con las cubiertas mudas? Las bibliotecas serian muy New Age, pero de uso imposible. Pues lo mismo puede pasar en uneReader: ¿debo memorizar un código para leer El Quijote?

c/ Los textos estarían más pulidos y su hipertextualidad se hubiera mejorado mucho. Su diseño gráfico también sería algo mejor, más legible. También se hubieran introducido criterios de colección o, como mínimo, de familiaridad gráfica, ahora ausentes.

d/ El peso de los libros sería racional. Si unos libros digitales de 69 y 144 páginas ya pesan megas enteras, ¿cuánto pesará una obra de 300 o 500 páginas? Es posible que nunca quieran envasar (editar) mamotretos como estos, pero eso no obsta para hacer las cosas bien.

La decisión estratégica de La Vanguardia sigue siendo buena, pero están a punto de tirarlo por el retrete si no enmiendan estas cuestiones. Insisto en que la gratuidad no es excusa. Cualquier cosa que hagamos necesita un mínimo de recursos. La línea que separa lo barato de lo cutre es imperceptible. El Grupo Godó puede permitirse editar libros baratos –es un digno nicho de mercado – pero no puede arriesgarse a lanzar libros cutres con una marca como La Vanguardia. Lo que conseguirán no será prestigiar sus libros, sino devaluar –más si cabe- su cabecera a ojos de sus lectores. Lo más alucinante en este caso es que hacerlo bien es muy, muy barato.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

3 Comments

  1. ¡Qué honor ser disparador de un post de tu blog! 🙂

    Vale comentar que luego, por suerte (y como por arte de magia) el eReader volvió a la vida y en el lector aparecen los nombres de los libros, pero como me dio arritmia al quedarse tan paralizado el aparato eliminé los libros y no los visualicé allí sino en el ordenador.

    Por ignorancia tecnológica asumida no comprendo del todo lo de la “montaña de código basura en el eReader” que lo alcanzo a traducir como residuos de descargas de ebooks en el lector. Lo curioso es que el ebook de La Vanguardia era el quinto que bajaba a este lector (está nuevito).

    Es bastante evidente que lo que han hecho es un enlatado de contenidos, y tú has realizado un desglose pormenorizado de la anatomía de los libros que evidencia esto. Sabiendo que la marca puede hacer huella debería preocuparse por este aspecto.

    Un gusto leerte, como siempre ¡Buen comienzo de semana!

    1. Hola Mariana,

      Al contrario, uno se nutre de todo tipo de influencias, soy yo quien debe estar agradecido!

      Acerca de los nombres: en tu lector salen, pero en otros es posible que no. No es de recibo. En cuanto a la “montaña de código basura”, no me refería a que tu ereader estuviera lleno de residuos, sino del peligro que los EPUB descargados lo estuvieran. Pero lo descarté al ver lo que había dentro.

      Han hecho un enlatado, un simple enlatado, sí. Es La Vanguardia, es Godó. Es lo que no comprendo, es que no podían ser más cutres…

      Gracias y hasta pronto!

      Bernat

  2. […] un post posterior, “Ebooks de Vanguardia, o para qué sirve un editor“, y gracias a los comentarios dce Mariana Eguaras (¡cuántas veces nuestros blogs se han […]

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