Al autor lo están timando. Y con él, también están timando a los lectores. Miles, centenares de miles, quizás millones de personas, han decidido dejar de comprar el periódico porque un montón de ciudadanos de a pié se ha puesto a publicar por la cara. ¿No pasará lo mismo con la industria editorial?

Los que ahora formamos el núcleo del público literario somos transicionales: nos adaptamos a las innovaciones tecnológicas pero nuestros esquemas originales son antiguos. Por eso muchos todavía entienden que los autores de siempre deben pasar por el tubo de siempre, un tubo levemente digitalizado a imagen y semejanza del tubo analógico anterior, un tubo con el mismo esquema de remuneración para el autor, en el cual éste percibe una pequeña parte por su trabajo.

El problema de la prensa nunca fue la piratería, sino los contenidos gratuitos y de cierta calidad que se pueden encontrar en la red. Por mucha alharaca que hicieran los grandes conglomerados mediáticos con los clipping de prensa, eso nunca se consideró piratería. Sí es cierto que los periodistas de toda la vida y sus empresas llaman a los bloguers, en ocasiones, piratas e intrusos, como si la realidad, su interpretación y su narración pertenecieran en exclusiva a todo aquél que pueda exhibir un título en Ciencias de la Comunicación. El problema del periodismo industrial es que ha dejado de hacer una parte de su trabajo –ejercer de cuarto poder- en aras del beneficio económico. ¿Está en peligro toda la prensa? Por supuesto que no. Hay proyectos en Internet muy interesantes a los que no descarto suscribirme, pero no se parecen a un periódico. Si alguno de los blogs que sigo empezara a cobrar, en función de lo que pidiera yo pagaría. Porque me ofrecen lo que busco. Ya no pagaré por notas de agencia maquetadas con cierta gracia.

Dinero y sesgo van de la mano en la industria del envasado literario. El sesgo de la editorial decide quien publica y, por lo tanto, quien es remunerado. Contrariamente a lo que nos cuentan venerables y laureados padres de la patria editorial, el verdadero sesgo no lo establecen ni lo han establecido nunca los editores, sino los medios de producción y distribución: imprenta, distribuidor y librero. Lo que sucede es que el conserje del proceso era el editor. Sé lo que muchos estáis pensando: el editor es una parte indispensable para dar forma y ajustar la calidad de un texto. Ese mantra que nos han incrustado en el neocórtex es cierto… y no lo es. El proceso de edición es recomendable, no indispensable. Puedo ponerme a corregir yo mismo mis textos -de momento no hay nadie más que lo haga- y puedo replantearme yo mismo la estructura y la sintaxis de lo que escribo -a juzgar por más de un libro que he leído últimamente, puedo hacerlo bastante bien. Puedo ponerme la gorra de editor e ir yo mismo al impresor, pero sufriré una pesadilla logística si pretendo ser yo, además, quien lo distribuya y se pelee con los libreros. ¿Qué sucede cuando esa pesadilla logística desaparece por arte de la Internet 2.0? que el editor, entendido como hasta ahora, deja de ser imprescindible y debe luchar por ser necesario. Incómoda situación, ¿verdad?

Bien, pero estábamos hablando de la remuneración del autor, ¿no? una vez nos damos cuenta que el editor ya no es imprescindible, el mango de la sartén empieza a cambiar de manos. Si mi intención no es vivir de mi obra, si mi intención es que mi obra trascienda mi círculo íntimo y lo que deseo es compartirla con una cantidad indefinida de personas, no necesito a un editor para nada. Para nada de nada. No conozco ningún autor de blogs preocupado porque no encuentra editor para sus artículos. En cambio, cualquier autor de blogs estará encantado si, por ejemplo, un medio on-line le ofrece dinero por hacer lo que ya hace gratis. Eso ocurre con cierta frecuencia, no es ciencia ficción.

Entonces, ¿cuál es la tesis que defiendo como autor? Si el trato que me ofrece una editorial es injusto para mí –me pagan poco y no me aseguran difusión- y para mis lectores –los someten a un DRM draconiano y a un precio abusivo- lo mejor que puedo hacer, a corto plazo, es ofrecer mi obra gratuitamente en la red con la posibilidad de recibir la opinión y la crítica de mis potenciales lectores. Eso me permitirá conseguir varias cosas a medio plazo:

a/ Público: contaré con un público identificado que ya conocerá mi obra; con el tiempo dicho público puede alcanzar una masa crítica interesante.

b/ Edición: el conocimiento agregado que puede ofrecerme la opinión de mi público más exigente es muy superior al conocimiento particular de un editor que, además, cuenta con un sesgo personal y comercial insoslayable.

Ojo, uno no se crea un público en cuatro días, y exponerse a la crítica abierta puede ser duro. Hay egos que no lo soportan. Pero si uno lo acepta con deportividad, inteligencia y de forma constructiva, al final contará con una obra que habrá pasado por el tamiz más feroz –el del público más exigente que opinó de forma desinteresada- y con una masa crítica de lectores comercialmente interesante. Y es entonces cuando, como autor, puedo volver a visitar ese editor que no contaba conmigo, que no me ofrecía una remuneración justa y/o que no trataba a mi público de la manera que creo que se merece. Y es entonces, con una obra fogueada, con un público creado, cuando yo puedo empezar a poner condiciones a la editorial y cuando el editor empezará a trabajar para el autor, no al revés, porque como autor ya habré creado un producto –mi obra- junto con una marca – mi nombre- que pondré a disposición de un editor que deberá trabajar para mí, para comercializar mi producto y mi marca… si es que a esas alturas no me he dado ya cuenta que quizás puedo hacer también yo todo eso.

Ningún autor que desee trascender podrá permitirse el lujo de condicionar su labor a poder vivir de ello. De hecho nunca ha sido así, pero hasta ahora había un árbitro que abría –o no- la puerta al sistema. Ahora el éxito social de una obra se separa del éxito económico. Para llegar a millones de personas no necesito editor, necesito ofrecer cierta calidad ajustada según el público, claro. Al público que consume mierda, hay que darle la mejor mierda. Hay fabricantes de mierda cultural y hablo de dicha mierda con todo el respeto que merece como producto. Para mí la telebasura es telemierda, pero hay que reconocer que es una mierda bien pensada, fabricada y envasada. Por eso tiene éxito. Del mismo modo, la literatura de autoayuda es mierda emocional bien envasada, por eso acaba siendo literatura que sobretodo ayuda a su autor y a su editor a mejorar su nivel de vida. Y lo mismo ocurre con las novelas de Corín Tellado: son un producto de envidiable calidad técnica por mucho que a mí me parezcan infumables. Por eso sus compradoras y lectoras fueron legión.

Debemos romper la imagen romántica del autor como héroe cultural enfrentado a una supuesta masa de lectores que esperan la caída del maná literario. Esa imagen heroica, nacida en el siglo XIX, que la élite cultural y editorial se ha afanado en potenciar y en hacer rentable ha dado lugar a un mercado profundamente injusto en el que unos popes investidos de autoridad cultural dicen quien esescritor y quien no lo es. Han tenido un éxito indiscutible, durante muchos años han dado de comer a editores y autores, era un panorama justo a tenor de las circunstancias. Pero las circunstancias han cambiado. Ergo las condiciones deben cambiar.

¿Cuáles son las nuevas condiciones? Se resumen en los siguientes puntos, entre los cuales hay un solo derecho inalienable, el de la libertad de expresión y un buen número de posibilidades cuya realización es condicionada:

a/ Todo autor tiene derecho a escribir lo que le plazca: eso tiene sentido en un estado democrático de estilo occidental. Es cierto que todo disidente puede escribir lo que quiera en China, Sudán o Somalia, pero si las autoridades entran en su casa -suelen hacerlo- y encuentran algo comprometedor -por eso entran- el escritor lo pasará mal. En España y en circunstancias normales, eso no ocurre. Podrá parecer una boutade aludir a nuestro Estado de Derecho, pero es lo que de veras garantiza la libertad de todo autor, pues por encima de todo tenemos derecho a la libertad de conciencia. De esa libertad emanan las demás.

b/ Todo autor puede publicar su obra: no tiene derecho a publicarla, pero puede hacerlo. Es cierto que la Constitución española y en general la de la mayoría de países democráticos garantizan el derecho a la libertad de expresión, pero no garantizan modos gratuitos -sufragados por el Estado- de hacerlo ni pretendo pedirlo. Es necesario algún modo de intermediación privada. Eso provoca, de facto, que deje de ser un derecho entendido como fundamental y se quede en un derecho sujeto a ciertas condiciones: verbalizar una idea es la forma más barata de transmitir una opinión pero, a no ser que uno sea una estrella de la comunicación, te escuchará poca gente. Hasta hace muy poco, era condición sine qua non pasar por un proceso de edición analógica, oneroso en dinero y exigente en tiempo y conocimientos. Hoy en día eso ya no es necesario. Podríamos publicar un libro en algún formato de procesador de textos como Word o LibreOffice, pero también podemos recurrir a formatos más sofisticados como EPUB, PDF, HTML5, etc. Sin movernos de casa y casi sin ningún desembolso podemos llevar a cabo todos los pasos de la edición digital.

c/ Todo autor puede dialogar con sus lectores: eso ya podía hacerlo ahora en un bar, en una biblioteca, en una librería, en la calle o donde fuere, pero nunca podía estar seguro de si en dicho lugar había lectores. Lo que hasta ahora era incertidumbre hoy se torna certeza: mediante las redes sociales y otras utilidades de la web 2.0, que se encuentren lectores y escritores no sólo es fácil, es que es natural. Lo suyo es que se busquen, pues se necesitan. Y ya no necesitan intermediarios.

d/ Todo autor puede cobrar por su trabajo: no es obligatorio cobrar por lo que uno hace. Nadie cobra por tener hijos o sea que el resto es bastante más negociable. La gente tiene hijos por una serie de mecanismos de recompensa que, desde luego, en pleno siglo XXI y en Occidente, ya no consisten en disponer de prole para trabajar en el campo o en la fábrica y traer un mendrugo más de pan a casa. Hoy tenemos hijos por el placer de educarlos. Nadie tiene derecho a tener hijos, al contrario, las leyes de adopción establecen que son los niños quienes tienen derecho a tener unos padres. Siendo eso así, sería lógico preguntarse si son los lectores quienes tienen derecho a disponer de lectura. Bien, sin duda tienen derecho a estar informados y la posibilidad de estar distraídos. Pero una vez más es un derecho condicionado que, pese a emanar del derecho universal a la libertad de conciencia, requiere ciertos pre-requisitos. Con el derecho a cobrar por el trabajo de escribir pasa lo mismo: un autor tiene el derecho de cobrar e incluso de vivir de su obra a condición que haya lectores dispuestos a pagar por ello. Que haya un editor dispuesto a industrializar su obra es mucho más accesorio de lo que parece.

Una vez desaparecido -o en crisis- el viejo paradigma, la farisaica defensa que la industria del libro lleva a cabo en pro del autor es como el amor del maltratador hacia la víctima: no permite que nadie más le pegue, incluso la defenderá de aquellas personas que quieren liberarla y emanciparla de los brazos de su agresor. La industria del libro sabe que los escritores ya no la necesitan. Los lectores lo saben todavía mejor. Paradójicamente son los propios autores los menos conscientes de ello.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor

2 Comments

  1. …QUIERO MI BLOG YA!!! 😀

  2. Oído cocina!

    (El resto de lectores no deben saber de qué va la cosa. En breve, novedades)

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