Una de las principales razones que aducen los defensores a ultranza del libro de papel es la insuperable experiencia de la lectura física en los materiales tradicionales. Si me pongo romántico, estoy de acuerdo. Cómo todavía no puedo leer lo que leo en formato digital, sigo disfrutando de la tradicional materialidad del libro. Pero si la actual cadena de valor del libro quiere prolongar la vida del libro de papel – y por lo tanto, su propia existencia- deberá a empezar a hacer ciertas cosas mejor.

De un tiempo a esta parte, sobretodo en una conocida y reputada cadena de librerías de Barcelona, percibo una degradación física de los libros, al menos de los que yo compro. Las librerías La Central, en Barcelona, son conocidas por tener un amplio catálogo en temas muy diferentes. Van más allá de la librería de best-seller y se ufanan en tener una muestra realmente amplia de temas difíciles de encontrar en otros lugares. Eso es un buen motivo para ir a comprar libros. Pero dentro de poco no lo será.

En los últimos dos años he comprado varios libros en La Central. Lo he hecho por Internet, en su local de la calle Mallorca y también en la que tienen en el casco antiguo, en una antigua iglesia. Casi siempre tenían lo que buscaba. Pero siempre me he llevado una pésima impresión del estado de conservación de los libros.

Si compro un libro nuevo, quiero que parezca nuevo. Me cuesta como nuevo. He ido a una librería de libros nuevos. No he ido al rastro, a los encants, ni a una feria de libros de segunda mano. Por lo tanto, no quiero comprar un libro que parezca usado. Y eso es lo que me está pasando, desde hace dos años, en La Central de Barcelona. Cubiertas gastadas, manchadas, marcadas y rayadas. Lomos que, al llegar a casa, se desprenden de la tripa. Papel amarillento de años. En definitiva: libros que, aunque no los haya leído nunca nadie, ya son viejos.

El mercado del automóvil tiene un nombre para eso: vehículos de kilómetro 0. Son aquellos coches que no han sido usados pero se han pasado meses en los concesionarios, siendo expuestos, manoseados, incluso brevemente probados. No son vehículos para la venta pero, cuando el modelo es sustituido por uno más moderno, los venden a precios rebajados de hasta un 20 o un 30%.

¿Qué sucede con los libros? Pues todo lo contrario. Mientras un libro está embalado en casa del distribuidor o en los almacenes del librero, los efectos del tiempo tienden a anularse. Sólo los peores materiales se deterioran en esas condiciones – y a fe que los hay. Pero cuando un libro es colocado en las estanterías de la librería, se inicia la cuenta atrás. Sufre ahí la negligencia de los que lo hojean sin llevárselo. La del personal de la librería. Las inclemencias de los elementos, como el polvo, la luz, la humedad, el frío o el calor. Ahí puede pasarse meses y años. Incluso lustros, he sido testigo de ello. Posiblemente, si forma parte de una cadena, cambie de local una o varias veces.

Si hasta ahora he comprado dichos libros ha sido porque no siempre son títulos fáciles de encontrar. Uno se ve obligado a comprarlos dónde los tengan. Pero si antes tenía cinco o seis buenas librerías en Barcelona donde ir a buscar libros, ahora tengo algunas menos. Sigue interesándome más el contenido que el continente, pero es inaceptable que el librero no promueva ofertas de “kilómetro 0” con ciertos libros. Más si tenemos en cuenta que un libro que lleva mucho tiempo en el estante es un negocio ruinoso. Una cosa es el long tail y otra cosa es hacer de tu librería un museo.

Y eso me lleva a comentar otro absurdo: uno de los libros que compré a La Central lo adquirí por Internet. Hojearlo es imposible, pero uno supone que, en ese caso, pondrán un celo especial en venderte un libro en buen estado. Pues no. La razón es muy sencilla: los libros que venden por Internet salen de las mismas librerías, no de los almacenes. Salen del mismo estante en el que yo lo encontraría si me paseara por el local de la calle Mallorca. El precio no sólo es el mismo sino que, además, me cobran el consiguiente recargo por envío. Yo acepto el recargo en concepto de comodidad -no tengo que ir a la librería- pero yo no represento el tipo de lector medio, ni por los temas que me interesan -casi siempre ensayo- ni por lo que me gasto cada año en libros -cuando veo el gasto medio en libros por persona y año, me doy cuenta que yo compro los libros que dejan de comprar varias familias enteras. Ergo, las librerías no viven sobretodo de personas como yo. Hay cosas que el lector medio no va a entender:

a/ Que la compra por Internet le cueste más dinero que la compra en librería. Si el librero no entiende que dicha venta debe salir de sus almacenes y que por ello debería ahorrarle al cliente un eslabón de la cadena, no está entendiendo el nuevo paradigma del libro. Puede que no tenga almacenes. En ese caso debería ponerse de acuerdo con el editor, que sí los tiene. De forma que todavía podremos anular más eslabones y editor y librero gozarán de más margen. ¿Que no funciona así? Es que el nuevo paradigma del libro SEGURO que NO funciona así. O dejan de funcionar como hace diez años, o no les quedan por delante ni diez años de vida. Lo curioso del asunto es que Libranda hace exactamente eso con el libro digital, ¡cuando el sistema seria ideal para la venta por Internet de libros de papel a costes bajos! Ah, pero claro… ya quedamos en que Libranda no tocará las narices a la actual cadena de (des)valor(ización) del libro.

b/ Que el libro que compre por Internet esté en tan malas condiciones como el que pueda encontrar en una librería. ¿Qué sentido tiene? Haciendo eso están lanzando a los brazos del libro digital a todos aquellos lectores defraudados con las librerías. Mantener auténticas reliquias en los estantes es pan para hoy y hambre para mañana. Pero el problema es doble: los lectores que acudan a las ediciones digitales se encontrarán con no pocos problemas. Primero, que el título exista en digital. Segundo, que la política de DRM de la editorial de turno no sea estalinista. Tercero, y salvando los dos primeros puntos, que su dispositivo de lectura sea compatible. A quien esta historia no le suene a lo que le pasó a la música en los años noventa e inicios del siglo XXI, vive en otro planeta.

Pocas lágrimas se verterán por los libreros – al menos por ciertos libreros- si en vez de gestionar y vender bien su producto, se limitan a ser locales donde comprar cómodamente libros usados. Las nuevas tecnologías permiten saber cuánto tiempo lleva un libro en el estante. El long tail exige llevar a cabo ese control y eliminar, o poner en oferta con descuento, aquellos libros tocados. Y si el precio único del libro no lo permite, el precio único es un problema. Dos conceptos son importantes: experiencia de compra y servicio añadido. Los están perdiendo.

Posted by Bernat Ruiz Domènech

Editor